Recordando la Pasión de Jesús que sufrió como testimonio ejemplar, para anunciar que Dios no abandona jamás a sus hijos En el sufrimiento o la misma muerte se experimenta de manera inconcebible a los razonamientos humanos, la presencia del amor de Dios
Estas situaciones tan extremas y dolorosas las ha vivido la humanidad, a lo largo de la Historia. Por eso, era necesario contar con la luz, que ilumina toda tragedia humana; para eso el Hijo de Dios se encarnó, le dió sentido al sufrimiento y al dolor.
La Semana Santa la iniciamos, recordando la Pasión de Jesús, que sufrió como testimonio ejemplar, para anunciar que Dios no abandona jamás a sus hijos; pero que no evita que experimentemos el dolor, el sufrimiento, la injusticia o la misma muerte; porque en esas situaciones es cuando se fortalece el espíritu y se experimenta de una manera ciertamente inconcebible a los razonamientos humanos, la presencia del amor de Dios por sus hijos.
Por eso San Pablo afirma: “Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de si mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”.
El relato de la Pasión según San Lucas, con varios detalles narra por una parte la fortaleza espiritual de Jesús para afrontar la injusta sentencia de muerte y las calumnias, las burlas, y los tormentos; ya que a la autoridad, no le interesó la verdad y la justicia, sino el control y sometimiento del desbordamiento popular, y mantener la relación de poder entre el Imperio Romano y las autoridades locales.
Ante lo cual, Jesús recurrió a Dios su Padre, poniendo en Él su confianza, para recibir la ayuda divina, que le diera fortaleza ante la adversidad, como ya lo había anunciado el profeta Isaías: “El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado”.
Además, Jesús vivió en carne propia la impotencia de los suyos para defenderlo, y el abandono de la muchedumbre, que en su ministerio y predicación lo habían admirado y se habían asombrado de las maravillas, que realizaba en favor de los enfermos, pobres y desamparados.
Todo un conjunto de adversidad, que le generó la necesidad de invocar a Dios, con el Salmo 21: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Al verme, se burlan de mí: Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere... me taladran las manos y los pies... Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme”.
Estas situaciones tan extremas y dolorosas las ha vivido la humanidad, a lo largo de la Historia. Por eso, era necesario contar con la luz, que ilumina toda tragedia humana; para eso el Hijo de Dios se encarnó, le dió sentido al sufrimiento y al dolor, y alentó la esperanza, al clarificar que esta vida terrestre no es el final, sino solo tránsito a la vida verdadera, que proporciona la alegría y la felicidad eternamente.
Estamos viviendo las consecuencias de la Pandemia COVID, y a distancia el conflicto aterrador de la guerra en Ucrania, ante estos acontecimientos estamos despertando a la necesaria colaboración solidaria de la sociedad para superarlas.
Revitalicemos nuestra fe en Cristo, crezcamos en la esperanza, y ante las injusticias y toda clase de violencia, sepamos siempre buscar la reconciliación y la paz, y expresar como Jesús con plena convicción: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Elevemos nuestra oración para que esta Semana Santa sea la ocasión oportuna que nos lleve a replantearnos las tendencias dominantes negativas de la cultura actual, y logremos rectificar el camino de la conducta personal y social de nuestro tiempo para alcanzar la anhelada Civilización del Amor.