Cuando preparo esta carta, hago memoria del Evangelio del pasado domingo, el de las bodas de Caná, y de esa expresión tan espontánea de la Virgen María: «No les queda vino». Y recuerdo que próximamente una amiga, Silvia, consagra su vida con votos perpetuos en una familia de la vida religiosa. Su compromiso nos recuerda que se pueden hacer muchas cosas, pero hay algunas que son esenciales, como ser memoria con tu propia vida, al estilo de María. Hay que ser voz, testigo, memoria para decir en medio de este mundo que «no les queda vino», que «no hay amor, hay vacíos tremendos». Gracias por querer llenarte de Jesucristo, de su amor, y por asumir el compromiso de regalar este amor, viviendo en comunidad y haciéndolo perceptible en la vida de la Iglesia.
¡Con cuantas imágenes podríamos llenar de contenido hoy esa expresión de «no les queda vino»! Hoy no les queda amor, no les queda el sentido de la vida, no les queda alegría, no les queda fraternidad, no les queda paz... Silvia, ¡qué vida alcanzas asumiendo el compromiso de hacernos ver que la fe siempre hace tomar conciencia del amor de Dios que se revela en Cristo y que suscita amor! Te aseguro que el amor que tú deseas dar y que no viene de ti misma es una luz que ilumina permanentemente a un mundo que tiene muchas oscuridades, pero que necesita fuerza para vivir y actuar. Vas a hacer tu compromiso de vida en la Iglesia y en una congregación religiosa.
Eres atrevida como María. Gracias por tu atrevimiento en este momento de la historia de la humanidad, marcado por la pandemia, y por asumir la tarea de la Virgen María de ver lugares, situaciones y existencias en los que podemos decir al Señor también nosotros: «No les queda vino». ¿Qué podemos celebrar si estamos tristes? ¿Qué podemos celebrar si nuestro corazón está vacío de amor? A nuestra humanidad le falta el amor; tiene grandes carencias afectivas y hay en su haber mucha frustración. Y no vale cualquier remedio: hay que ir al manantial, a quien puede arreglar y dar solución a los vacíos de amor y de sentido.
Nuestra Madre la Virgen María le dijo a Jesús: «¡Es tu hora!». Ella no se dirige al jefe del banquete o a quienes lo han organizado, sino que se dirige a quien sabe que tiene la solución. María sabe y reconoce que la solución está en Jesús; solamente Él nos puede abrir a un nuevo amor, sin límites, a un amor que permanezca para siempre y nos saque de la frustración, que nos ponga en el camino verdadero del amor y de la alegría. Por eso, Silvia, quiero agradecerte tu compromiso expreso y claro con Jesús. Es un camino que solamente Jesús nos puede despertar. Y quizá a ti te lo despertó en tu misma profesión de periodista... Entre tantas noticias, ¿qué pasa con la Noticia? Aquí adquieren una profunda verdad esas palabras de nuestra Madre la Virgen dirigidas también a nosotros: «Haced lo que Él os diga». La fuerza apostólica está en Jesucristo. Necesitamos abrir caminos hacia una cultura del encuentro capaz de llenar de sabor nuestro mundo, capaz de llenar de gusto nuestra sociedad. Y nadie ha despertado tanta esperanza, tanta alegría y tanto amor como Jesucristo. El «haced lo que Él os diga» no es una frase más, sino que es la expresión más auténtica, pues solo Él da un gusto, solo Él da un sabor nuevo a la vida, a las relaciones entre los hombres.
¡Qué hondura alcanza la fuerza apostólica del amor! Trata de entender la esencia misma del amor tal y como se nos presenta a la luz del testimonio bíblico. Partiendo de la imagen cristiana de Dios, es necesario entender cómo el hombre ha sido creado para amar y cómo este amor, que en principio aparece sobre todo como eros entre hombre y mujer, debe transformarse interiormente en agapé, en don de sí al otro, para responder a la verdadera naturaleza del eros. ¡Qué bien has descubierto Silvia la esencia del amor a Dios y al prójimo descrito en la Biblia! Esa esencia ha de ser el centro de tu vida consagrada, pero todo es fruto de la fe. Y esto es válido para toda la Iglesia; el agapé es un acto esencial de toda la Iglesia, de la Iglesia como comunidad cristiana y tiene que ser expresado, pues pertenece a la naturaleza misma de la Iglesia. ¡Cuántas vidas de personas concretas alcanzaron y alcanzan la hondura de la vida cristiana! Esas vidas nos hacen ver que el amor es posible y es necesario darlo y expresarlo. La fe nos hace tomar conciencia del amor de Dios que se revela en Jesús y que suscita a la vez amor. Y así el amor aparece como una luz que ilumina al mundo en sus oscuridades y nos da fuerza para vivir y actuar.
En este sentido, hay tres tareas urgentes y necesarias hoy:
1. Llevemos la alegría y el amor de Dios a los demás. La alegría y el amor son un verdadero regalo. Podemos comunicarlos con gestos y acciones: una sonrisa, una ayuda aunque sea pequeña, regalar el perdón a alguien... Hay que tener estos gestos con todos los hombres sin excepción, aunque tengamos que entrar en fronteras. Tenemos que compartir la alegría de haber conocido a Dios en Jesucristo y llevar su amor a quien encontremos. Hemos de transparentar esta alegría y este amor a todos, regalar a quien encontremos la verdadera liberación.
2. Llevemos la alegría y el amor de Dios con el convencimiento de que estas realidades radican en Jesucristo. El amor y la alegría cristiana brotan de esta certeza: Dios está cerca, está conmigo, está con nosotros, en la alegría, en el dolor, en la salud, en la enfermedad, y está como amigo fiel. Hablamos de una alegría y un amor que no están en la superficie, sino que están en lo profundo de un ser humano que confía y se encomienda a Dios.
3. Convencidos de que la verdadera alegría está en el Evangelio. Silvia, tu consagración al Señor en la Iglesia y con un carisma como el tuyo es llevar el Evangelio a todos sin excepción, para que todos experimenten la alegría de Cristo. Que esta alegría invada todos los lugares por donde transitan los hombres. ¿Hay algo más grande que anunciar y testimoniar el amor de Dios y la alegría? Esto es el núcleo de tu misión consagrada.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid