IV novendial en sufragio de Francisco, con invitación especial a las Basílicas papales Cardenal Gambetti: "Cuán actuales son las palabras de Francisco: 'Todos, todos, todos están llamados a vivir en la Iglesia'"

"En la traducción italiana (CEI) se habla de ovejas y cabras para distinguir los dos grupos...Es natural preguntarse: a nivel personal e institucional, ¿cuál de los dos estilos encarnamos?"
"Dios quiso solidarizarse con la humanidad hasta tal punto que quien toca al hombre toca a Dios, quien honra al hombre honra a Dios, quien desprecia al hombre desprecia a Dios" (Elia Citterio)
Cuán actuales son las palabras de Francisco pronunciadas en la conversación con los jesuitas en Lisboa en 2023: «Todos, todos, todos están llamados a vivir en la Iglesia: ¡no lo olvidéis nunca!»
"Un hombre que amaba, se conmovía, lloraba, invocaba la paz, reía, besaba, abrazaba, se emocionaba y emocionaba, derramaba calor"
Cuán actuales son las palabras de Francisco pronunciadas en la conversación con los jesuitas en Lisboa en 2023: «Todos, todos, todos están llamados a vivir en la Iglesia: ¡no lo olvidéis nunca!»
"Un hombre que amaba, se conmovía, lloraba, invocaba la paz, reía, besaba, abrazaba, se emocionaba y emocionaba, derramaba calor"
El cardenal franciscano Mauro Gambetti, vicario general para la Ciudad del Vaticano y arcipreste de la Basílica papal presidió el cuarto novendial en sufragio del Papa Francisco. Están invitados a la celebración, en particular, los Capítulos de las Basílicas Papales. En la homilía, el purpurado definió así al Papa difunto con versos de Edith Bruck: ""Un hombre que amaba, se conmovía, lloraba, invocaba la paz, reía, besaba, abrazaba, se emocionaba y emocionaba, derramaba calor".
También se preguntó el celebrante, glosando el pasaje del juicio final, que habla de un grupo de ovejas y otro de cabras, "¿cuál de los dos estilos encarnamos?" y recordó la célebre frase de Francisco en Lisboa en 2023: 'Todos, todos, todos están llamados a vivir en la Iglesia: ¡no lo olvidéis nunca!'.

Homilía del Em.mo Card. Mauro Gambetti
El pasaje del Evangelio es conocido. Una escena grandiosa de carácter universal: todos los pueblos, que viven juntos en el único campo que es el mundo, están reunidos ante el Hijo del Hombre, sentado en el trono de su gloria para juzgar.
El mensaje es claro: en la vida de todos, creyentes y no creyentes, sin distinción, hay un momento decisivo: en un momento dado, unos comienzan a participar de la misma alegría de Dios, otros comienzan a sufrir el tremendo sufrimiento de la verdadera soledad, porque, expulsados del Reino, quedan desesperadamente solos en su alma.
En la traducción italiana (CEI) se habla de ovejas y cabras para distinguir los dos grupos. Sin embargo, el griego, junto al femenino próbata – rebaño, ovejas –, utiliza èrífia, que indica principalmente los machos de la especie. Las ovejas, que no se rebelan, son fieles, dóciles, cuidan de los corderitos y de los más débiles del rebaño, entran en el reino preparado para ellas desde la creación del mundo; los cabritos, que quieren la independencia, desafían con los cuernos al pastor y a los demás animales, saltan sobre las otras cabras en señal de dominio, ante el peligro piensan en sí mismas y no en el resto del rebaño, están destinadas al fuego eterno. Es natural preguntarse: a nivel personal e institucional, ¿cuál de los dos estilos encarnamos?
Evidentemente, entonces, la pertenencia o no al Reino de Dios no depende del conocimiento explícito de Cristo: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento... sediento... forastero... desnudo... enfermo o en la cárcel...?».
En el texto griego, el verbo «ver» es expresado por Mateo con «òráo», que significa ver en profundidad, percibir, comprender. Parafraseando: Señor, ¿cuándo te «comprendimos», «identificamos», «calificamos»? La respuesta de Jesús da a entender que no es la profesión de fe, el conocimiento teológico o la práctica sacramental lo que garantiza la participación en la alegría de Dios, sino la implicación cualitativa y cuantitativa en la historia humana de los hermanos más pequeños. Y la cifra de lo humano es la realeza de Jesús de Nazaret, que en su vida terrenal compartió en todo la debilidad de nuestra naturaleza, hasta ser rechazado, perseguido y crucificado.

En definitiva, la parábola del juicio universal manifiesta el secreto sobre el que se sustenta el mundo: «El Verbo se hizo carne», es decir, «Dios quiso solidarizarse con la humanidad hasta tal punto que quien toca al hombre toca a Dios, quien honra al hombre honra a Dios, quien desprecia al hombre desprecia a Dios» (Elia Citterio).
De hecho, la parábola revela la suprema dignidad de los actos humanos, definidos en relación con la compasión, la solidaridad, la ternura y la proximidad en la humanidad. Encuentro en los versos con los que Edith Bruck quiso despedirse del papa Francisco (Osservatore Romano, 23 de abril de 2025) la expresión poética de tanta humanidad:
Hemos perdido a un hombre que vive en mí.
Un hombre que amaba, se conmovía, lloraba, invocaba la paz, reía, besaba, abrazaba, se emocionaba y emocionaba, derramaba calor.
El amor de la gente de cualquier color y de cualquier lugar lo rejuvenecía.
La ironía y el espíritu lo hacían sabio.
Su humanidad era contagiosa, conmovía incluso a las piedras.
De las enfermedades lo curaba su fe sana arraigada en el cielo.

La «humanidad cristiana» hace de la Iglesia el hogar de todos. Cuán actuales son las palabras de Francisco pronunciadas en la conversación con los jesuitas en Lisboa en 2023: «Todos, todos, todos están llamados a vivir en la Iglesia: ¡no lo olvidéis nunca!».
Como relatan los Hechos de los Apóstoles, Pedro lo había afirmado claramente: «En verdad, me doy cuenta de que Dios no hace acepción de personas, sino que acoge a quienes le temen y practican la justicia, cualquiera que sea su nación».
El pasaje de la primera lectura es la conclusión del encuentro de Pedro con los paganos Cornelio y su familia (Hch 10); un episodio que, en una época globalizada, secularizada y sedienta de Verdad y Amor como la nuestra, a través de la actitud de Pedro, señala el camino de la evangelización: la apertura sin reservas al ser humano, el interés gratuito por los demás, el compartir la experiencia y la profundización para ayudar a cada hombre y cada mujer a dar crédito a la vida, a la gracia creatural, y, cuando vean que agrada a Dios —diría San Francisco de Asís (Rnb XVI, 43) –, el anuncio del Evangelio, es decir, la revelación de la humanidad divina de Jesús en la historia, para llamar a los pueblos a la fe en Cristo, «loco de amor» por el hombre, como enseña santa Catalina de Siena, cuya fiesta se celebra hoy en Italia.

Entonces podrá desplegarse para todos el pleno valor de la profesión de fe, de la sana teología y de los sacramentos que enriquecen con toda gracia la vida en el espíritu. María, la humilde sierva del Señor que dio al mundo al Salvador, nos muestre el camino del auténtico discipulado y del anuncio.
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