"Quizás un riesgo de su película es la carga de auto-referencialidad" Dolor y gloria. Las confesiones de Pedro Almodóvar
Me reafirmo en la convicción que los grandes cineastas enfrentan el final de otra manera al resto de su obra. Construirse un nombre en la historia del cine, sacar adelante un negocio como es la producción audiovisual y mantener una imagen pública suele ser una tarea agotadora. Más en el cine español que hace pocas escapadas más allá de sus fronteras. En su trayectoria cinematográfica Almodóvar se ha mostrado como un consumado narrador de emociones, ha convertido el plano en el lienzo de un pintor con una paleta de colores desmesurados pero también ha arrastrado incontable dolor. La Pepa de "Mujeres al borde de un ataque de nervios" (1988), el roto de Manuela para el descosido de Huma en "Todo sobre mi madre" (1999), dos hombres que tienen a sus amores en estado de coma marcan "Hable con ella" (2002) y la Raimunda-Pelénope haciendo de una nueva Anna Magnani en "Volver" (2006) desembocan en Salvador, el protagonista de "Dolor y gloria".
Extraño nombre el del director protagonista que ya comienza haciendo un quiebro a su tradición alocada. Salvador es el que salva, el que cura. La película como llega a decir la madre del personaje principal es una autoficción. Interpretando: una confesión escondida en la ficción. Esto da a la película un valor testimonial que sin ser la exhibición vouyerista abre rincones de la personalidad del cineasta. El derrumbamiento del cuerpo radiografiado en unas infografías memorables de Juan Gatti, la homosexualidad como deseo de amor, el artista agazapado dando forma a la belleza, la adicción como resistencia en falso y el que mira desde la distancia el pasado para repartir reconciliación. Probablemente Salvador está ayudando a salir al "Peeedro" no del escenario sino del alma.
Almodóvar es un Aladino de sus actores sacando de ellos su genio. Banderas torturado y bueno. Penélope luminosa en su abandono, Asier Etxeandia inmenso como su nombre y Nora Navas en la belleza del desinterés. También es un literato de la tristeza citando autores que dan nombre a su crisis existencial como "El bello indiferente" de Jean Cocteau, "El libro del desasosiego" de Fernando Pessoa, "Nada crece a la luz de la luna" de Torborg Nedreaas. Quizás un riesgo de su película es la carga de auto-referencialidad que se hace presente en los cuadros de su valiosa pinacoteca personal, sean de Maruja Mallo, Pérez Villalta, Sigfrido Martín, Manolo Quejido, Miguel Ángel Campano o Dis Berlin. O los intertextos de sus películas sean La ley del deseo, la amenaza del internado de La mala educación, la madre de La flor de mi secreto, las vecinas de Volver o el dolor epidémico de todo su cine.
Sin embargo, en su última película -esperemos que no sea así y siga el ejemplo del "Mula" de Clint Eastwood- Almodóvar va del inicial dolor del ahogado en su propio sufrimiento a la luz de la sorprendente secuencia final. Agarrado al salvavidas de los otros sean la omnipresente madre difunta, la fiel amiga Mercedes, el amor imposible a Federico o el amigo-enemigo de Alberto, el actor brillantemente fracasado. Hay aquí en esta película "Gloria" que no es solo la gloria futbolística de un gol pasajero (huele a triunfo en festivales) sino que es pura gloria religiosa. Almodóvar quiere creer en el más allá y lo ve como una vuelta al amor de la madre difunta, a un origen y un destino en el Amor primero. Lástima que Salvador no sea capaz de querer un poco más a los otros o por lo menos decirlo. Esperemos que Pedro lo logre. Sinceramente, verdaderamente.