Domingo de Resurrección, Ordet (La Palabra)
Dentro de este recorrido pascual por algunos clásicos de la historia del cine venimos a concluir en una de las obras maestras de la historia del cine, la película Ordet (La Palabra, 1954-1955) de Carl Theodor Dreyer. En el cine religioso esta película adquiere el carácter de obra de referencia ineludible, lo que también ha marcado a su director como uno de los fundamentos del cine espiritual. En su famosa tesis doctoral “El estilo trascendental en el cine: Ozu, Bresson, Dreyer” Paul Schrader colocó al director danés en este lugar, donde ha sido confirmado por la crítica.
Hay de deconstruir la imagen de un Dreyer piadoso que realiza un cine religioso para acercar a la gente a la experiencia de fe. Ni por historia personal, torturada y difícil, ni por estilo cinematográfico Dreyer encaja con este esquema. Más bien su trasfondo es un cierto pesimismo antropológico, con fuerte influencia de la teología protestante nórdica, que marca una fe existencial y torturada donde se resaltan las dimensiones del mal (“Páginas del libro de Satanás”, 1919), el drama del sacrificio (“La pasión de Juana de Arco”, 1928), la universalidad y ambigüedad del pecado (“Dies Irae”, 1943) y la imposibilidad del amor (“Gertrud”, 1965). Probablemente “Ordet” se realiza tendiendo en mente su proyecto sobre la vida de Jesucristo, que nunca llegó a filmarse pero del que nos ha llegado un guión, por otra parte teológicamente bastante controvertido. Aunque ciertamente la obra base del pastor luterano danés Kaj Munk, mártir durante la ocupación nazi de Dinamarca, aporta el carácter místico y apologético de la cinta.
Realizada para tratar la cuestión de la resurrección y los milagros como acciones transformadoras de Dios, toda la trama prepara la magistral secuencia final. Los personajes se ubican en distintas posiciones desde su fe. El viejo Morten Borgen (Henrik Malberg) representa la fe tradicional pero cargada de sectarismos. Su hijo mayor Mikkel (Emil Hass Christensen) simboliza el abandono de la modernidad de una fe religiosa que se hace innecesaria para el camino humano. El hijo mediano Johannes (Preben Lerdorff Rye), que fue estudiante de teología y perdió la cabeza leyendo a Søren Kierkegaard, representa la locura de la fe que reta a la razón y a la institución eclesial. El doctor (Henry Skjær) muestra la cordura de una razón abierta a buscar sobre el suelo firme de lo real; mientras que el pastor (Ove Rud) representa una institución que ha diluido la fe en la formalidad ritual y en la posición social. Junto a ellos los personajes femeninos presentan de forma mucho más transparente la bondad humana en su reflejo divino. En primer lugar Inger (Birgitte Federspiel) que actúa como mediadora del bien y al final con la resurrección adquiere claramente carácter de figura crística. Y la pequeña Lilleinger Borgen, hija de Inger y Mikkel, que representará la fe de los pequeños que son capaces de creer en la acción salvadora de Dios.
La realización de Dreyer introduce significativos matices en la obra dramática original. Conserva la intención religiosa pero resalta la urgencia de una purificación de la fe y la razón para venir a comprender el misterio profundo de lo real. La luz y la bondad, que van juntas en la filmación como el fondo y la forma, no nacen de ideologías ni prácticas sensatas. Nacen de los inesperado que solo comprende la alianza de los locos y los niños (Johannes y la pequeña) que se sella en una precioso plano-secuencia donde un travelling circular nos permite acercarnos al diálogo de tío y sobrina sobre el poder sobrenatural de la gracia.
La secuencia de la resurrección es de una lucidez más trasparente que muchos textos de la teología categorial. El rostro de la difunta ya anticipa la resurrección que reflejaba ya en vida, la posición física de los personajes plasma su estado de fe, la luz y el tiempo definen un lugar entre la historia y la eternidad, la palabra (Palabra) alcanza su máxima capacidad de comunicación de vida y la resurrección es claramente de la carne en un beso apasionado entre la revivida su convertido esposo. Y lo último que se dice y muestra es una confesión radical del Dios de la vida, de Aquel que resucitó a Jesucristo.
Como efectivamente ha ocurrido, esta película ha superado a su director. Posee una belleza especial de esas donde atrae la bondad y la verdad. Supone un cuestionamiento radical que más que violentar propone y asombra. Muestra una inspiración mística que se impone no por convicción sino por deseo interior y misterio espiritual. Donde todo parece conducir a contemplar la acción silenciosa, biógena y transformadora de Dios.
La sombra de Dreyer ha sido alargada y esta película ha influencia en directores tan diferentes como Frank Darabon o Lars von Trier. En el tiempo de las 3D, “Ordet”nos descubre cuatro y hasta cinco dimensiones. O dicho de otra manera nos abre al misterio, sin romperlo, sin descubrir su invisibilidad, sino inquietando y hasta suavemente convirtiendo.