es largo para revista. Pero va a qui por razones de urgencia ¿Fe sin fe?
Carta a Magdalena Sánchez Blesa sobre un precioso poema suyo ("Mi Credo") en el que dice ser "no creyente pero practicante"
| José Ignacio González Faus
Querida y admirada Magdalena:
Supongo que sigues viva, pese al cáncer y pese a que algunos portales te dan por muerta, no sé si porque te confunden con una cantante venezolana llamada Magdalena Sánchez. En cualquier caso, y aunque me gustaría que no te nos hayas ido, mis correos son siempre un género literario al que aplico aquel viejo refrán castellano de: “a ti te lo digo, Pedro, para que lo entiendas, Juan”.
En las líneas que siguen quisiera comentar un poco tu poema “Mi Credo”, que he conocido a través de otros comentarios más diligentes que el mío. Quiero comentarlo no solo por razones de esas que llamamos “teológicas” sino porque ese poema está redactado en un mundo donde, como escribí otra vez, hace pocos años en uno de mis libros que más aprecio:
- “Casi la mitad de la población infantil mundial (unos mil millones de niños) viven en situación de pobreza. 600 millones en pobreza extrema.
- Hay 150 millones de niños que ni siquiera existen porque no están registrados en ningún sitio.
- Casi 180 millones de niños trabajan en edad escolar, a veces hasta 12 horas diarias, y son el único ingreso que entra en sus familias. Las multinacionales que los emplean arguyen hipócritamente que mejor es que entre en sus casas ese pequeño ingreso que el que no entre nada. Evitan decir que ellas pagan mucho menos a esas criaturas de lo que pagarían a sus padres. Y que esta es una de tantas razones que empujan a las llamadas deslocalizaciones.
- Además de esa monstruosidad hay en el mundo otros 5 millones de niños sin escolarizar, relegados así a una marginación perpetua.
- Y, cada año, 150 millones de niñas menores de 15 años son obligadas a casarse contra su voluntad”[1]…
Este es el contexto; y eso sigue hoy en pie. Ahora vamos a leer el poema (tu romance endecasílabo) y luego intentaré decirte algo.
Credo
No creo en ti, Señor, y no me alegro.
No creo en ti, por mucho que he rezado,
pidiéndote, Señor, que me redimas
y me perdones este gran pecado.
No creo en ti, lo siento con el alma,
pero quiero que sepas una cosa:
cumpliré el evangelio punto a punto,
cumpliré el evangelio coma a coma.
Te estoy hablando a ti, ¿a quién, Dios mío?
¿A quién le estoy hablando si no creo?
Pero ¿qué más daría si no existieses,
para hacer lo que dice el Evangelio?
No creo en ti, Señor, pero descuida,
que voy a recibir al forastero,
que voy a visitar a los reclusos,
y a darle de comer a los hambrientos.
No te preocupes, Dios, que yo no busco
un cielo donde ir, no es mi objetivo.
Lo haré, no por librarme del infierno,
lo haré sin pretender un paraíso.
Lo haré porque me nace, simplemente.
Lo haré porque me duele en mis adentros
que esté la tierra llena de criaturas
pasando pejigueras y tormentos.
No creo en ti, Señor, mas no te apures,
nunca te ofenderé, líbrame de ello.
Y cargaré tu Cruz hasta el Calvario
sin ningún interés de ningún cielo.
Y me tendrás, Señor, en cualquier calle,
donde haya una persona padeciendo.
Me tendrás en la cárcel, en el fango,
en cada pozo, en cada basurero.
En todas las criaturas de este mundo
que yo me encuentre con la soga al cuello.
No me guardes sillones, no lo hago
por alcanzar tu Reino.
Deseo que descanse mi ceniza
eternamente, cuando me haya muerto.
Que nadie me despierte, no me importa,
que mi gloria será seguir durmiendo.
Porque estoy agotada de la brega,
porque no puedo a veces con mi cuerpo.
No creo en ti, Señor, da mi parcela,
a quienes no han tenido nunca un techo,
a quienes no han tenido nunca nada,
a quienes viven siempre en el infierno.
Yo cedo mi sillón, que estoy cansada
de bregar y bregar a cada instante.
Porque no soy creyente, Señor mío,
soy, desgraciadamente, practicante.
1.- ¿Sin fe?
No sé si sabes que, en cierto modo, tampoco creyeron dos Teresas santas: la de Lisieux y la de Calcuta atravesaron esa dura experiencia que a veces se nos impone como una evidencia, quizás injustificada pero inapelable: “no hay nada más”. La primera a los 24 años y tras la primera hemoptisis que la llevaría al sepulcro año y medio después. La segunda dejó algún testimonio de ello en un libro-entrevista (Ven, se mi luz) y siguió practicando como tú, recogiendo a los moribundos que nuestro capitalismo iba dejando por las calles de la India.
La primera de ellas se dijo: si no puedo creer al menos podré amar; y descubrió algo que Pablo de Tarso ya había intentado explicar y que muchos católicos aún no saben: quela fe no es una mera afirmación intelectual sino una actitud de toda la persona, inseparable por tanto del amor. Cristianamente hablando, tener fe es creer en el amor, en un doble sentido: que vale la pena amar totalmente, y que somos amados por el Amor Infinito. Tú has vivido en plenitud el primer sentido de esa fe. Por ello, aunque no lo supieras, ya no podías comenzar tu poema diciendo eso de “no creo en ti, Señor”: eso solo lo dicen con verdad aquellos que al decirlo se sienten satisfechos (al revés que tú), y se alegran por ello.
Por eso pienso que, si Jesús el Nazareno hablara hoy de ti por las calles de tu Murcia, quizás diría lo que dijo hace veinte siglos de dos “paganos” (un centurión romano y una mujer siro-fenicia): “de verdad os digo que en todo mi pueblo no he hallado una fe tan grande” (cf. Mt 8,10).
2.- Con fe
Y es que no hay más auténtica manera de ser creyente que la de ser verdaderamente “practicante”: no como esos que se llaman católicos practicantes porque van a misa cada domingo; pero luego quizá pagan salarios injustos (por legales que sean), rechazan la moral cristiana sobre la propiedad y niegan el derecho elemental de tantos pobres inmigrantes. O practican algún acto de caridad, no por amor al sufriente sino buscando hacer méritos y ganar cielo: ese cielo al que tú renuncias porque te basta con quererlos a ellos y, sin saberlo, te labras así un cielo más grande. Porque eso que mal llamamos cielo futuro no es un premio que se nos da desde fuera sino un fruto que gestamos desde dentro. Y pasa como con el amor humano: cuando amas para ser “recompensado” nunca encontrarás esa satisfacción que buscabas; cuando amas por el otro, te encontrarás con una felicidad inesperada-
Quizá entenderás esto mejor si te aclaro que, según el texto bíblico (y aunque los salmos conocen también gentes que dicen no creer en Dios) lo más contrario a la verdadera fe no es el ateísmo sino la idolatría. Por eso Jesús avisa que, para los cristianos: “nadie va al Padre sino por Mí”[2].
Ciñéndonos pues a los cristianos o pseudocristianos, he dicho otras veces que una característica de nuestras actuales derechas que se profesan a veces tan religiosas, es que creen en un Dios que no tiene nada que ver con Jesús: no van a Dios por Jesús y, por eso, creen en un Dios falso: un Dios que es salvaguarda de sus privilegios y no llamada a salir de sus injusticias. Y hasta apelan a veces a la enseñanza de la Iglesia como defensa propia, más que como interpelación.
3.- ¿Fe en el amor?
A ver si te lo explico un poco mejor: la razón humana, lo único que puede decir de Dios con seguridad es que, si existe, es infinito. La fe cristiana, tras pasar por la experiencia de Jesús, acabó escribiendo: “Dios es Amor” (1 Jn 4,20); con una palabra griega que significa amor desinteresado más que amor posesivo y que, en los comienzos del cristianismo, se tradujo no como amor sino como “caridad”[3], hasta que acabamos devaluando también esa palabra.
Pero quedémonos con eso: Dios es Amor Infinito. Comprenderás entonces que un amor infinito lo que quiere de nosotros no es que “creamos” en Él sino nos amemos entre nosotros; y, si creemos en Su existencia, que confiemos en Él. Porque es imposible vivir como tú quieres vivir (practicando el Evangelio) sin una gran fe en el amor. Por eso pienso que tu Credo no debería comenzar con un “no creo en Ti” puesto que luego vienes a decir: creo en el Amor como mi Señor.
Hay algo en los evangelios que puede confirmarte lo que estoy intentando explicar. Imagina dos columnas humanas: en la de un lado están todos esos textos a los que tú pareces aludir y que terminan con un “a Mí me lo hicisteis” o “a Mí me lo negasteis” (aunque no lo supierais: Mt 25, 31ss). En la otra columna están otros textos en los que los pretendidos creyentes le dicen a Dios: “Señor, te dejamos espacios para predicar, hicimos procesiones en tu Nombre… Pero Dios les responde: “no os conozco, apartaos de Mí los que practicáis la injusticia” (cf. Mt 7, 22.23). Fíjate en el paralelo entre lo de: me lo negasteis a Mí y: no os conozco. Eso es fundamental para hablar cristianamente de Dios.
Volviendo a esa falta de fe tan creyente que describes en tu poema, parece que te has pasado la vida tratando de cerrar mil agujeros vitales de muchas gentes: como ponerles un botón y “abrocharlos” un poco para evitar al menos que crecieran esos agujeros y se descompusiera todo su tejido vital. Esto me sugiere una comparación que no es mía sino de un amigo teólogo catalán, que me resulta gráfica ahora: pareces afirmar que todos los seres humanos somos como “un ojal sin botón”. Recojo la comparación de mi amigo porque me parece que será mucho más inteligible para una mujer[4].
4.- ¿Ojal sin botón?
La imagen del ojal me gusta porque no se trata de un desgarrón ocasional sino hecho y cerrado cuidadosamente para que pueda recibir al botón. Y nadie se tomaría ese trabajo si luego no pensara poner botones para abrochar aquel tejido. Los humanos parece que tenemos algo de eso que nos hace distintos de todas los demás seres del universo. Como dije otra vez, una vaca nunca se pregunta qué es ser vaca ni se siente llamada a eso que nosotros llamamos “realizarse”; el matemático Pascal dijo que “el hombre supera infinitamente al hombre”; y el literato A. Camus confirmó que el ser humano es el único animal que nunca está contento con lo que es. Ese ser más de lo que somos es como una apertura que nos constituye, comparable al ojal que está reclamando un botón. Sin este, vamos a dar a aquello tan citado de J. P. Sartre de que no somos más que “una pasión inútil”.
Y te quiero avisar de esto porque, si fuera así, perdería mucha fuerza tu magnífico testimonio. La gente, en vez de sentirse interpelada por ti, se limitará a decir que sobre gustos nada hay escrito y que cada cual tiene sus manías, justificando así sus propios egoísmos. Y como tú recomendabas en otro la lectura del Quijote, aprovecharán para decir que, según el mismo Cervantes: “del poco dormir y del mucho leer se le había secado el cerebro”…
Y eso es lo que yo no quiero que digan porque creo que tu poema y tu testimonio son una magnífica expresión de la mejor calidad humana; y mientras tú reconoces que no te alegras de no creer, ellos sí que se alegrarán de su propia falta de fe. E intentarán saciar la pasión o la sed que somos “bebiendo agua salada” como dijo el Buda.
En otro poema dedicado a tus hijos les decías: “que nadie os acuse de dejar a medias un sueño imposible (si es que los hubiera)”. Pero al reconocer que esos valores tan absolutos que tú proclamas, no tienen un Fundamento Absoluto, reconoces que sí hay sueños imposibles y relativizas sin querer el consejo de no dejarlos a medias.
Creo que no podemos contentarnos con que este mundo acabe triunfando la maldad aunque queden pequeñas excepciones y versos sueltos como el tuyo. Si lees una novela que te recomiendo mucho (El fin del homo sovieticus, de la premio Nobel Svetlana Aleksiévich) leerás esta frase de un comunista de buena fe (pese a que había estado injustamente castigado en un campo): “es posible sobrevivir al campode trabajo; pero no es posible sobrevivir a los humanos” (p. 91). Así somos, aunque también podamos ser de otra manera muy distinta.
5.- ¿Dios?
Bueno: de ninguna manera intento con esta carta “convertirte” a ti. He conocido y trato a gentes que, por la razón que sea, quisieran creer y no lo consiguen; nuestras historias y nuestros psiquismos son lo suficientemente complejos como para posibilitar eso. Una amiga me escribía una vez que “el Dios de Jesús es lo más maravilloso que he encontrado; pero no sé si será verdad tanta belleza”. Y ya dije al comienzo de esta carta que Dios no quiere que creamos en Él sino que, si creemos, confiemos en que siempre es posible sanarnos y mejorarnos.
Lo que pretendo con este escrito es dar la mayor fuerza y el mayor valor posible a todos esos valores que defiendes en tu poema. Y que son los únicos que pueden salvar a este mundo de sus pasos discretos pero constantes hacia el desastre atómico o ecológico. Si quieres mi testimonio personal, una de las cosas para las que yo necesito a Dios es para aquello que decía otro gran poeta: “salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada”. Un compromiso y una salida hacia los demás como la tuya nos piden ese sosiego interior para evitar ocultos protagonismos que nos hacen sentirnos redentores o salvadores de los demás. Porque no somos eso: somos solo unos perdonados y unos acogidos afortunados, que por eso se sienten impelidos a acoger y ayudar a los demás. Y a veces he visto que esa presunción de superioridad de algunas izquierdas (y de algunos que se profesan católicos) las estropea.
Los humanos no podemos hablar bien de Dios porque siempre lo imaginamos erróneamente como una cosa más o un sujeto más; y eso es seguramente lo que tú niegas. Pero hace ya ocho siglos un tal Tomás de Aquino escribió que “lo último del conocimiento humano sobre Dios es que sepamos que no le conocemos porque lo que Él es excede todo lo que sabemos de Él. Y un concilio medieval enseñó que “de Dios no podemos decir nada que no esté mucho más distante que cercano a Él”[5]. Eso trata de insinuar la palabra Misterio que también hemos abaratado. Dios es “un Misterio sobrecogedor y acogedor”; y no es fácil mantener esa doble actitud en nuestra relación con Él. Pero si la tomas en serio comprenderás que más razonable que negar al Misterio es quedar abiertos a su posibilidad. Comprendo que eso te haría cambiar un poco tu primer verso, pero está claro que tienes suficiente fuerza poética para ello.
6.- A modo de apéndice significativo
Para terminar, aunque no seas creyente te gustará conocer una anécdota de un santo llamado Francisco Javier: déjame que te lo presente antes.
Imagina un universitario en París de grandes cualidades y con grandes afanes de grandeza. Ignacio de Loyola le da la lata repitiéndole que sirve de muy poco ganar lo secundario si perdemos lo principal. Al final lo conquista para aquel grupo que acabó siendo como el embrión de la futura Compañía de Jesús. Más tarde marcha a misionar a la India, pero cuando experimenta aquella realidad, termina escribiendo una dura carta al rey Juan III de Portugal que era quien había preparado y financiado su viaje, seguramente con aquella mentalidad de la época (que se dio aún más con los españoles en América Latina) de que la conversión de los nativos al cristianismo sirviera también para “convertirlos” en ciudadanos dóciles del imperio[6]. Según historiadores modernos esa fue la razón por la que Javier se marchó de la India. Con esto te he presentado un poco al personaje. Ahora paso a lo que quería comentarte de él.
En una carta a sus hermanos jesuitas escribió que muchas veces le venían ganas de ir a las universidades, sobre todo a la de París, para gritar“diciendo en la Sorbona a los que tienen más letras que voluntad para fructificar con ellas”, que si estudiasen la cuenta que Dios les va a pedir de lo que les ha dado, se moverían diciendo: “Señor, aquí esto ¿qué quieres que haga? Envíame donde quieras aunque sea a las indias”.
Esa carta de Francisco Javier tiene muchas cosas de una mentalidad proselitista que hoy ya no vale. Pero si me he acordado de ella es porque también hoy, ante este imperio capitalista de la injusticia, que se disfraza de democracia y que se mantiene con el viejo truco romano de “pan y circo”, me vienen ganas de que alguien grite algo parecido a los que tienen más distracciones que voluntad para mejorar con ellas. Claro que en la vida tiene que haber momentos de “circo”; pero lo que no puede ser es que esos momentos ocupen la totalidad de nuestro tiempo y se nos ofrezcan a todas horas: eso podría valer para un geriátrico, pero no para una sociedad viva. Tú sabrás bien que en la vida hay cosas que, en dosis adecuadas, nos reaniman (un buen trago de vino), y en dosis exageradas nos adormecen y nos anestesian. Y ahí tienes la omnipresencia del fútbol, cada vez con más campeonatos que obligan a los clubs más ricos a tener doble plantilla para que no se les estropeen los muchachos por el exceso de ejercicio. Y añade a eso el tenis, el baloncesto, las motos con nuestros campeones y demás entretenimientos convertidos en drogas que impiden informarse bien, reflexionar y comprometerse. Por no hablar de esas redes sociales tan auto-referenciales y narcisistas,
Ese poema tuyo me evocó aquella carta del santo navarro. Y he querido comentarla para mantener vivo aquel gesto de alarma. Sin hostilidades. Sin querer herir sino solo despertar; lo que un amigo salvadoreño dice aprovechando una frase de Kant: "despertar de nuestro sueño de cruel inhumanidad". Y eligiendo para terminar otros versos tuyos más cristianos que yo:
“Pase lo que pase me veréis erguida - disparando abrazos contra mi enemigo”.
Gracias muy sinceras. Porque además sabrás bien que, a veces, muchos de esos a los que tú “disparas abrazos”, te responden con abrazos que son puñaladas. Pero Jesús de Nazaret, ordenaba dar esos abrazos a nuestros enemigos porque eso nos vuelve a “todos hijos de un mismo Padre (Mateo 5, 44.45).
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[1] En Convivencia; imperativo urgente para hoy. San Pablo, 2021, p. 284.
[2] De los no cristianos no hablamos ahora, porque hay para ellos otros caminos, puesto que, como decían los profetas de Israel y recoge un discurso de san Pedro: “el Espíritu de Dios ha sido derramado sobre toda carne”.
[3] Derivada del griego charis, que significa gratuidad, o gracias.
[4] Yo solo me he cosido cuatro o cinco botones en mi larga vida, en situaciones de soledad total; recuerdo que la primera vez me di un buen pinchazo; aunque luego empecé a pensar que es la práctica la que hace a los prácticos. Pero dejemos ahora esta anécdota personal.
[5] De Potentia 7,5, 14; y cuarto concilio de Letrán (1215)
[6] Un fragmento de esa carta lo cité hace mucho tiempo en el Cuaderno 51 de “Cristianismo y Justicia” (Pasado y futuro de la evangelización) p. 17. La carta se encuentra íntegra en el tomo de la BAC, sobre cartas y escritos de Javier.