Viernes Santo, Diario de un cura rural
“El diario de un cura rural” es una obra inquietante y misteriosa en la que se reúnen la genialidad de la novela de Georges Bernanos y la profunda austeridad del cine de Robert Bresson. François Truffaut decía que en esta película cada plano era “tan verdadero como un puñado de tierra”. El espectador asiste junto a una representación de la dimensión personal del poder del pecado a la aceptación sencilla y generosa del poder de la bondad que encarna el cura de Ambricourt.
Este joven cura rural (Claude Laydu) escribe un diario a través del cual vamos siguiendo su experiencia pastoral, su vida interior y el progresivo derrumbamiento de su salud. Desde hace años, debido a sus antecedentes familiares de alcoholismo, se alimenta únicamente de azúcar, pan y vino barato. En su nueva parroquia de la zona de Artois se encuentra con serias dificultades: una joven Séraphita (Martine Lemaire) se burla de él durante las catequesis; la condesa (Marie-Monique Arkell) vive una radical crisis de fe tras la muerte prematura de un hijo; la hija de la condesa, Chantal (Nicole Ladmiral), odia a su madre; mientras que el conde (Jean Riveyre) es amante de la institutriz de su hija (Nicole Maurey). El sacerdote asume esta situación entre una fe dubitativa y confiada, una salud renqueante y con la única ayuda del cura de Torcy (Armand Guibert). En un viaje a Lille el médico le diagnostica un cáncer de estómago. En esta circuntancias decide ir a morir a la casa de un antiguo compañero que ha dejado el sacerdocio. En sus manos morirá diciendo que “todo es gracia”.
La densidad de la figura crística hace que esta obra bien podría llamarse la pasión de un cura rural. Bresson, acusado de jansenista, ha radiografiado el alma humana descubriendo en ella el poder de un mal que actúa más allá de la voluntad o la libertad de sus personajes. En “Mouchette” (1967) nos mostró el camino de descenso de una joven acosada hasta la destrucción. En “Al azar de Balthasar” (1966) nos presentó a un burro que de la felicidad inicial termina cargando con el pecado que le rodea siendo maltratado hasta la muerte. En “El dinero” (1983) vemos el proceso de corrupción de un joven tras un error judicial. En su trayectoria el optimismo final del prisionero de “Un condenado a muerte de ha escapado” (1956) o el carterista de “Pickpocket” (1959) termina por eclipsarse.
La pertinencia de esta obra para el Viernes Santo tiene que ver con la resonancia crística pero también con la contemplación profunda del misterio de la iniquidad. Junto a la generosidad ingenua y dolorida del sacerdote los personajes se ven condicionados por un hilo que parece hacerles exclamar con Pablo “El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago... ¿Quién me librará de este ser mío presa de la muerte? (Rom. 7,19 –24).
Este tema dramático tuvo un hito magistral en cine mudo con “La pasión de Juana de Arco” (1928) dirigida por Carl Theodor Dreyer pero la obra de Bresson la complementa en esta perspectiva de la mirada hacia las víctimas inocentes. El cura de muere poco a poco con una entrega callada de amor nos invita a mirar a Cristo crucificado en tantas pasiones donde quedan pocos rescoldos para la alegría, donde humanamente no aparecen esperanzas para las crisis. Pero donde, a pesar de todo, se exclama la sobreabundancia de la presencia misteriosa de Dios porque "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom. 5,12)