Me disgusta José Maria Castillo.

No tengo una buena opinión del Papa Juan Pablo II, lo reconozco. Creo que en muchos aspectos lo chupiguay que se ha dedicado a ser ha tenido consecuencias fatales para la Iglesia. No creo que negase este Papa el Concilio Vaticano II, los Concilios tienen más autoridad que un pontífice y solo el tiempo pasados siglos puede relajar su autoridad o parte de ella solo si la Iglesia y el Papa así lo quiere. Juan Pablo II es criticable de herir al llamado espíritu reformista del Concilio Vaticano II. Pero quienes lo han matado, y por directa fulminación, han sido los soberbios teólogos que se lanzaron al monte a perderse en el mismo.

En mi opinión, Benedicto XVI es mucho mejor Papa que Juan Pablo II, con él se acabó lo chupiguay y con él se convierte a Cristo, y no al Papa, en el centro de la Iglesia. Además, es Benedicto XVI quien puede, y creo que lo está haciendo, devolver el equilibrio a la Iglesia, aunque lo cierto que bastante costoso. Las personalidades Vaticanas tan duras que conocimos con Juan Pablo II son hoy más flexibles y no tan inflexibles, y hasta más dialogantes. No se aprecian grandes condenas, se aprecian una gran multiplicidad de gestos hacia la unidad de los cristianos, se tienden puentes. No obstante, es Benedicto XVI quien ha dado esos pasos y ya es admirable porque no eran esperados.

La crisis del sector progresista se la debemos a no pocos de estos vendedores ambulantes de libros. Libros que con sus elucubraciones nos aburren a todos. Y a base de aburrimiento es normal que las vocaciones se espanten. Tenemos un problema entre los progresista. Si, que hasta que no sepamos librarnos de ciertos cantamañanas que no siembran Fe y esperanza, vamos de culo contra el viento. Y lo único que hacen es vendernos sus aburridos libros.

Lo siento, yo no quiero a Castillo. No quiero a la gente tan estéril, que no da resultados. Castillo podría haber seguido de Jesuita, podría haber servido más no como lumbreras de aventuras teológicas, sino como pastor de almas, de sembrador de esperanza y vocaciones. Pero optó por la venta de libros, y por una docencia en la que no puedes cruzar la frontera. Y con ello se ha quemado inútilmente.

Conozco curas muy progresistas que trabajan por la Iglesia y por los fieles, curas que administran parroquias, que dan misas donde los fieles les piden aunque no lo sepa el obispo, personas preocupadas por acercar la liturgia y hacértela sentir, no por deformarla en bailes y danzas, o en convertirla en un formalismo del domingo de todas las semanas. Son curas que hacen mucho, que en ocasiones reciben denuncias anónimas por cosas que hicieron y que no han hecho, pero que son perdonados por sus obispos porque albergaban muy buena voluntad en sus acciones.

Castillo no lucha por la unidad de la Iglesia, sino por ser figura. Pero su figura no brilla y es opaca, porque para brillar un sacerdote, más vale que te admiren no por tu rebeldía sino por tu vida coherente. Y Castillo no es un padre Ángel, un Vicente Ferrer o una Madre Teresa de Calcuta. Se le conoce más como intelectual de aventuras y poco riguroso.

PD: Ya que Castillo se empeña en la teología, hubiera valido mucho más que hubiese el optado por una línea como la de Pikaza, que es serena y esperanzadora. Sin hacer grandes riesgos, y prácticamente intachable. No contestataria aunque discordante. Y desde luego, Pikaza es admirado y difícilmente atacado.
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