"Nos urge la revolución de la ternura y del amor" Pacto de las catacumbas: la Iglesia con identidad humilde y sencilla para los pobres
"Haciendo memoria al Pacto de las Catacumbas, hito de los obispo que en su radicalidad optan por los pobres y una vida austera. Esperando recuperar estas voces y matices de ser Iglesia "
"Para la ocasión, Gregoire Hadad, obispo de Beirut, redactó un texto de claro compromiso para la época posconciliar el 16 de noviembre de 1965"
"La conmemoración nos permite interpretarlo en una perspectiva no solo episcopal, sino también de historia y teología, abierta a todos los espacios de vida y misión de los cristianos en un mundo donde aflora la acumulación, los portentos y riquezas"
"La conmemoración nos permite interpretarlo en una perspectiva no solo episcopal, sino también de historia y teología, abierta a todos los espacios de vida y misión de los cristianos en un mundo donde aflora la acumulación, los portentos y riquezas"
| Julián Bedoya Cardona
Durante el último año del Concilio llegó a formarse un grupo considerable de partidarios de una Iglesia humilde y sencilla. Estos querían que se aprobara un decreto especial por el que los padres conciliares se comprometieran a luchar en favor de la sencillez evangélica y en contra de las viejas tentaciones triunfalistas. Centenares de obispos se mostraron dispuestos a dar el paso. Pero el decreto no se aprobó. Lo que sí aprobaron los padres conciliares es el #8 de la constitución dogmática Lumen Gentium:
Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres. Cristo Jesús, «existiendo en la forma de Dios..., se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo» (Flp 2,6-7), y por nosotros «se hizo pobre, siendo rico» (2 Co 8,9); así también la Iglesia, aunque necesite de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y la abnegación, también con su propio ejemplo. Cristo fue enviado por el Padre a «evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos» (Lc 4,18), «para buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10); así también la Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo…
Gregoire Hadad, obispo de Beirut, quien había sido consagrado obispo en 1949 fue invitado por varios obispos de diversos países; redactó un texto de claro compromiso para la época posconciliar el 16 de noviembre de 1965, en él se reunía lo que se había elaborado en diversos equipos que no se conocían, pero que estaban animados por el mismo Espíritu.
Completado y aprobado por varios cardenales y obispos, se dirigió el texto a los padres conciliares, para que estudiaran, discutieran y tomaran posición frente a él, sirviendo de meditación y compromiso de conciencia. No se trataba sino de sugerencias, cuya aplicación páctica ha de ir dictada por las circunstancias de cada lugar y las llamadas que cada uno sienta a conciencia. Dicho documento recibió el título del esquema XIV.
Comparto parte del testamento del esquema XIV:
Nosotros, obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, habiendo sido iluminados sobre las deficiencias de nuestra vida de pobreza, según el Evangelio, animados mutuamente, de forma que cada uno quiere evitar las singularidades y la presunción, unidos a todos los hermanos en el episcopado, contando con la fuerza y la gracia de nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y presbíteros de nuestras diócesis respectivas, y colocándonos por el pensamiento y la oración ante la Santísima Trinidad, la Iglesia de Cristo, y los presbíteros y fieles de nuestra diócesis, en la humildad y en la conciencia de nuestra debilidad, pero también con toda determinación, y fuerza que Dios nos quiere conceder por su gracia, nos comprometemos a lo que sigue.
1.- Procuraremos vivir según la manera ordinaria de nuestra población, en lo que se refiere a la vivienda, alimentos, medios de transportes.
2.- Renunciaremos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en los hábitos (telas de calidad, colores vistosos), en las insignias de metales preciosos (deben ser evangélicas). El maestro vivió pobremente y debemos seguirlo en su pobreza.
3.- No poseeremos bienes muebles ni inmuebles, ni cuentas bancarias a nombre propio. Si es preciso tenerlos, pondremos todo a nombre de la diócesis o de las obras sociales o caritativas.
4.- Confiaremos siempre que sea posible la gestión financiera y material, en nuestra diócesis, a un grupo de laicos competentes y conscientes de su deber apostólico, para ser mas pastores que administradores.
5.- Nos negamos a que se nos llame de palabra o por escrito con nombres y títulos que significan grandeza y poder (eminencia, excelencia, monseñor…). Preferimos el titulo evangélico de Padre.
6.- Evitaremos en nuestra conducta y relaciones sociales lo que puede parecer que da privilegios, prioridades, o incluso preferencias a los ricos y a los poderosos (banquetes ofrecidos y aceptados, clases en los servicios religiosos).
7.- Evitaremos igualmente animar o halagar la vanidad de cualquiera con vistas a recompensas, dones o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a considerar sus ofrendas como una participación normal en la liturgia, en el apostolado y en la acción social.
8.- Daremos todo lo que sea necesario (tiempo, reflexión, corazón, medios…) para el servicio apostólico y pastoral de las personas, grupos de trabajadores, económicamente débiles y subdesarrollados, sin que esto sea un perjuicio para otros grupos y personas de la diócesis. Sostendremos a los laicos, religiosos, diáconos y presbíteros que el Señor llame a evangelizar a los pobres y a los obreros, compartiendo su vida y su trabajo.
9.- Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad y de sus relaciones mutuas, intentaremos transformar las obras de “beneficencia” en obras sociales, basadas en la caridad y en la justicia, que tienen en cuenta de todo y de todas exigencias como un servicio humilde de los organismos públicos competentes.
10.- Procuraremos por todos los medios que los responsables de nuestros gobiernos y de los servicios públicos decidan y apliquen las leyes, estructuras e instituciones sociales necesarias para la justicia, igualdad y desarrollo armónico y total de los hombres, y se consiga así un orden social nuevo, digno de los hijos del Hombre y de los hijos de Dios.
11.- Ya que la colegialidad de los obispos encuentra su realización más evangélica en compartir la carga común de las mayorías en estado de miseria física, cultural y moral; nos comprometemos: a participar según nuestros medios en las inversiones urgentes de los episcopados en las naciones mas pobres, a requerir de forma conjunta a los planes de organismos internacionales, pero testimoniando el Evangelio, como Pablo VI en la ONU, la realización de estructuras económicas y culturales que no produzcan naciones proletarias en adelante en un mundo cada vez mas rico, sino que permitan a las mayorías salir de sus miserias.
12.- Nos comprometemos a compartir en la caridad pastoral nuestra vida con nuestros hermanos en Cristo, presbíteros, religiosos, laicos, para que nuestro ministerio sea un servicio verdadero. Nos esforzaremos a revisar nuestra vida con ellos; suscitaremos colaboradores para ser animadores según el Espíritu más que los jefes según el mundo; intentaremos estar presentes de la manera mas humilde, acogiendo a todos; nos mostraremos abiertos a todos, sea cual sea su religión.
13.- Nos comprometemos a que, cuando regresemos a nuestras diócesis, haremos conocedores a nuestros diocesanos el compromiso que hemos tomado por los medios más discretos, pero, al mismo tiempo, más eficaces, pidiéndoles que nos exijan cuenta de los diversos puntos de este compromiso, y que nos ayuden con su comprensión, concurso y oraciones.
El Pacto de las Catacumbas quiso ser el texto y el compromiso concreto de un reducido número de obispos (no se sabe con exactitud, si fueron 39 o 40 obispos), que lo firmaron en su propio nombre, en el contexto del Concilio, pero no en el aula rica del Vaticano, sino en la catacumba pobre de Domitila, en un lugar donde se mantiene viva la tradición de la Iglesia de los perseguidos y marginados de la antigua Roma. La conmemoración nos permite interpretar el Pacto en una perspectiva no solo episcopal, sino también de historia y teología, abierta a todos los espacios de vida y misión de los cristianos en un mundo donde aflora la acumulación, los portentos y riquezas.
En el 2016 el Papa Francisco envió una carta a Julian Carrón donde pide un retorno a las raíces “en un mundo desgarrado por la lógica del beneficio que produce nuevas pobrezas y genera la cultura del descarte, no dejo de involucrar la gracia de una Iglesia pobre y para los pobres. No es un programa liberal, sino un programa radical”.
Muchos de los que hoy en la Iglesia optamos y realizamos la opción preferencial por los pobres nos miran como “bichos raros”, con desdén… debemos hacer el pacto de las catacumbas o renovarlo quedándonos bien grabadas las palabras de Jesús “a los pobres siempre los tendrán y podrán ayudarlos cuando quieran” (Mc 14, 7) “todo lo que hicieron a mis hermanos necesitados a mí me lo hicieron”. En ocasiones los pobres lo único que reciben es la indiferencia (pecado social). Como nos ha dicho el Papa Francisco en repetidas ocasiones: nos urge la revolución de la ternura y del amor.
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