Relevo en Salamanca: seis trienios de episcopado amargo y triste, plano y gris, de piedra y distancia Obispos de cine, de cine mudo y malo
Hasta aquí la historia de seis trienios de episcopado amargo y triste, plano y gris, de piedra y distancia. Puro tancredismo clerical
En 2003 declaró que no iba al cine desde 1974 porque no le gustaban las “películas verdes”
En 2018 intentó comprar el silencio de una víctima de abusos sexuales en su diócesis
En 2018 intentó comprar el silencio de una víctima de abusos sexuales en su diócesis
| @santiriesco
Que Salamanca es una ciudad de cine no tiene discusión. Y no voy a sacar a colación las Conversaciones celebradas en 1955 para reactivar el séptimo arte y la industria de la cosa del celuloide. Tampoco voy a recordar las superproducciones rodadas en esta diócesis de película que van desde Doctor Zhivago en 1965 hasta Mientras dure la guerra en el prepandémico 2019. En esta página web enumeran nada menos que 37 producciones realizadas en este maravilloso lugar para ambientar sus historias. Pero es que tampoco voy a entrar a nombrar a directores excelsos como Basilio Martín Patino, Chema de la Peña o mi compañero de universidad Jesús Colmenar, cabeza pensante de La casa de papel, entre otras muchas series de éxito. Voy a la cosa esta de los obispos y el cine, que no me quiero despistar.
Resulta que cuando llegué a Salamanca en el ocaso de los años ochenta el obispo era un albaceteño ya mayor y enfermo, don Mauro Rubio Repullés. Y amaba el cine sobre todas las cosas. Tan es así que invitaba cada año a los niños y niñas de la Infancia Misionera a ver una película para celebrar su cumpleaños. Era en los cines Bretón y siempre elegía un filmete que estuviera en ese momento en cartelera. Cine del día. Nada de clásicos, aunque algunas de esas cintas llegaran a serlo con el paso del tiempo. Don Mauro mantuvo esa sana costumbre y ese amor al séptimo arte hasta su fallecimiento en el fin del siglo XX, en el año 2000.
Tres años después -y sucediendo al madrileño Braulio Rodríguez- llegaba el obispo que ahora dice adiós: Carlos López. Recuerdo la entrevista que concedió al periódico local en 2003 para presentarse ante la diócesis. Le preguntaban, entre otras cosas, sobre su película favorita. Y su respuesta me espantó tanto que no pude menos que publicar mi asombro y vergüenza -como católico y como salmantino de adopción- al leer que no iba al cine desde 1974 porque no le gustaban las “películas verdes”. Repito, esto fue en el año 2003.
Lo hice -la publicación de una columna respondiendo a esta barbaridad- en el periódico donde aprendí el oficio (también la parte oscura y abominable del mismo). Un cura bueno me llamó para disculpar al pastor y transmitirme su deseo de invitarme a ir al cine cuando me pasase por Salamanca. He pasado, en estos 18 años de avestrucismo católico, alguna que otra vez por las helmánticas tierras y nunca cumplió la palabra dada a través de ese cura bueno. Ignoro si alguien le ha llevado a las salas de los cines Van Dyck en este tiempo.
De película de terror fue su comportamiento con una víctima de abusos sexuales. Carlos tampoco dio la cara cuando el agredido se lo comunicó por activa y por pasiva, por escrito y verbalmente. Su reacción consistió en intentar comprar el silencio del abusado para que no siguiera adelante con la causa contra el abominable sacerdote que lo forzó. No me cabe la menor duda de que el ahora emérito salmanticense tendrá sus cosas buenas pero estas dos, que me tocaron más de cerca, no ayudan a que le tenga en demasiada estima.
Hace unos años traté de buscar información sobre el asesinato de un cura en un pueblo de las Arribes a manos del falangista que mandaba en la comarca. Resultó que el cura en cuestión era un delincuente que robaba a republicanos y sublevados en plena Guerra Civil. No hubo manera de acceder a su expediente en el archivo diocesano. Hubiera sido un buen guión para una película donde los buenos no lo son tanto. Ni los malos tampoco.
Y hasta aquí la historia de seis trienios de episcopado amargo y triste, plano y gris, de piedra y distancia. Puro tancredismo clerical. Sin duda, una mala película que nada tiene que ver con los cumpleaños festivos y cinematográficos de don Mauro y la chavalería misionera, con la revolución de don Braulio y su cercanía desde la más absoluta discrepancia. Siempre respetuoso con el débil y abierto a la cultura.
Adiós don Carlos, que la jubilación le sea propicia para disfrutar del séptimo arte. También en formato serie, que ahora se lleva mucho. Bienvenido al mundo de los pervertidos y los pornográficos amantes del cinematógrafo.