Afrontar riesgos o evitar peligros
Son dos talantes distintos; el talante miedoso de “profetas de desastres” (como fue en sus días el cardenal Ottaviani, o sus sucesores actuales, algunos más pesimistas aunque mucho menos conspicuoss que él) y el talante audaz de “escuchar y otear los signos de los tiempos” (como hicieron en sus días Juan XXIII, Suenens, Lercaro, Tarancón, Díaz Merchán, Jubany y tantos otros después como Martini y un larguísimo etcétera, en el que últimamente faltan nombres españoles).
Desde vanguardia y en la frontera se afrontan riesgos. Desde el castillo central se piensa en evitar peligros. Una anécdota de la Congregación General 32 de los jesuitas, en 1975, ejemplifica estas dos actitudes y las mentalidades correspondientes. En la edición bilingüe oficial del texto de su decreto cuarto, titulado “Sobre nuestra misión” (original, en francés; posteriormente vertido al latín), se hablaba de la inserción en el mundo actual, diciendo que debemos “affronter les risques”, “afrontar los riesgos”. La versión latina traducía: “ad vitanda pericula”, es decir, “para evitar los peligros”. Va cierta diferencia de talante: de afrontar riesgos a evitar peligros...
Le decía, con cierto miedo, Pablo VI al P. Arrupe: “Sigan en primera línea afrontado riesgos, pero eviten pasarse al enemigo”. Y el P. Arrupe interpretaba con optimismo y esperanza: “Nos ha dicho el Papa que llevemos cuidado de no pasarnos al enemigo, pero que no dejemos de estar en primera línea afrontando riesgos”. Según lo que se ponga antes o después del “pero”, cambia el talante y el sentido.
Sobre los “riesgos” escribía así el P.Kolvenbach diez años después, en 1985: “Sin duda todas las misiones que la Iglesia nos confía –anunciar en un mundo alejado de la Iglesia el amor de Dios manifestado en Jesucristo, mediante el compromiso social y la inculturación, el diálogo y el ecumenismo, la investigación teológica y las experiencias pastorales- comportan riesgos, que han de ser asumidos en el cumplimeinto de esas misiones; incluso exigen también iniciativas que se prestan a la incomprensión. Reconozcamos ahí una razón más para verificar sin cesar en el cuerpo apostólico mismo de la Compañía nuestras misiones de vanguardia y para hacer percibir en la Iglesia misma que vivimos una auténtica misión, un envío de la Iglesia. Esta apertura misionera a un mundo alejado de la Iglesia o alérgico a ella no será siempre comprendida por los movimientos eclesiales, para los que la prioridad epostólica es, ante todo, o exclusivamente, el robustecimiento de las estructuras eclesiásticas o la reunión únicamente de los fieles” (Carta del 3-III-1985, sobre la recepción de la Congregación General 33).
Hoy, en el 2008, son otros y mayores los riesgos. Confiemos en poder afrontarlos con esperanza y fidelidad creativas.
También a la hora de votar en unas elecciones hay que elegir entre afrontar riesgos o evitar peligros...
Desde vanguardia y en la frontera se afrontan riesgos. Desde el castillo central se piensa en evitar peligros. Una anécdota de la Congregación General 32 de los jesuitas, en 1975, ejemplifica estas dos actitudes y las mentalidades correspondientes. En la edición bilingüe oficial del texto de su decreto cuarto, titulado “Sobre nuestra misión” (original, en francés; posteriormente vertido al latín), se hablaba de la inserción en el mundo actual, diciendo que debemos “affronter les risques”, “afrontar los riesgos”. La versión latina traducía: “ad vitanda pericula”, es decir, “para evitar los peligros”. Va cierta diferencia de talante: de afrontar riesgos a evitar peligros...
Le decía, con cierto miedo, Pablo VI al P. Arrupe: “Sigan en primera línea afrontado riesgos, pero eviten pasarse al enemigo”. Y el P. Arrupe interpretaba con optimismo y esperanza: “Nos ha dicho el Papa que llevemos cuidado de no pasarnos al enemigo, pero que no dejemos de estar en primera línea afrontando riesgos”. Según lo que se ponga antes o después del “pero”, cambia el talante y el sentido.
Sobre los “riesgos” escribía así el P.Kolvenbach diez años después, en 1985: “Sin duda todas las misiones que la Iglesia nos confía –anunciar en un mundo alejado de la Iglesia el amor de Dios manifestado en Jesucristo, mediante el compromiso social y la inculturación, el diálogo y el ecumenismo, la investigación teológica y las experiencias pastorales- comportan riesgos, que han de ser asumidos en el cumplimeinto de esas misiones; incluso exigen también iniciativas que se prestan a la incomprensión. Reconozcamos ahí una razón más para verificar sin cesar en el cuerpo apostólico mismo de la Compañía nuestras misiones de vanguardia y para hacer percibir en la Iglesia misma que vivimos una auténtica misión, un envío de la Iglesia. Esta apertura misionera a un mundo alejado de la Iglesia o alérgico a ella no será siempre comprendida por los movimientos eclesiales, para los que la prioridad epostólica es, ante todo, o exclusivamente, el robustecimiento de las estructuras eclesiásticas o la reunión únicamente de los fieles” (Carta del 3-III-1985, sobre la recepción de la Congregación General 33).
Hoy, en el 2008, son otros y mayores los riesgos. Confiemos en poder afrontarlos con esperanza y fidelidad creativas.
También a la hora de votar en unas elecciones hay que elegir entre afrontar riesgos o evitar peligros...