No lean a Francisco con gafas de Juan Pablo

Los cuatro cardinales recalcitrantes, que piden aclaraciones al Papa sobre La alegría del amor están leyendo Amoris laetitia (Francisco, 2016) con las gafas de Veritatis splendor (Juan Pablo II, 1993) .

Preguntan al Papa si sigue siendo válido lo que decía aquella encíclica juanpablina en los números 79, 81 y 56), según estos purpurados fundamentada en la Sagrada Escritura y en la tradición de la iglesia, acerca de “normas morales absolutas, válidas sin excepción alguna, que prohíben acciones intrínsecamente malas” (VS 79), o sobre que "las circunstancias o las intenciones nunca podrán transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su objeto en un acto subjetivamente honesto o justificable como elección" (VS 81) o sobre excluir “una interpretación creativa del papel de la conciencia, que nunca está autorizada para legitimar excepciones a las normas morales absolutas que prohíben acciones intrínsecamente malas por su objeto (VS 56)

Precisamente son esos los temas en que la Veritatis splendor, dando marcha atrás, retrasando el reloj y frenando la renovación de la teología moral postconciliar, intentó revivir la postura de la moral post-tridentina (normas absolutas sin excepciones, conciencia como mero detector y aplicación de normas, moral sin excepciones y actos intrínsecamente malos, etc...)

Amoris laetitia ha vuelto a poner en hora el reloj de la teología moral renovada y revisada según un nuevo paradigma tras el Vaticano II. Para entenderlo hay que leerla con las gafas del nuevo paradigma.

Por otra parte la lectura sesgada de estos cardenales, más que en una crítica se convierte en una alabanza a Francisco, ya que demuestra que Amoris laetitia sale del atolladero restauracionista de las últimas décadas y funciona con el nuevo paradigma.

Acertadamente dice el cardenal Kasper que Amoris laetitia no es una ruptura (Bruch) sino una salida (Aufbruch) hacia el futuro del nuevo paradigma (en su reciente artículo en el número de noviembre, 2016, de la revista Stimmen der Zeit también presentadoi en español en RD la semana pasada).

Me permito repasar, a continuación, (por si esos cardenales lo han olvidado y necesitan que se les recuerde) lo que sabe muy bien el alumnado de primero de teología que ha tomado en clase los apuntes siguientes:

El Concilio Vaticano II reafirmó la tradición del discernimiento y, en diálogo con los desafíos actuales, asumió el personalismo comunitario y social (Gaudium et spes 16,17, Dignitatis humanae 3 y 14). La conciencia madura no debe confundirse con un super-yo freudiano, un impulso inconsciente o una autojustificación; la prudencia conjuga subjetividad y objetividad en la conciencia responsable (Delhaye, 1980).

El desarrollo de la moral teológica renovada y revisada en la primera década postconciliar fue paralelo a la crisis de conciencia suscitada por la encíclica de Pablo VI, Humanae vitae (1968), por su tajante rechazo de los métodos de regulación de natalidad considerados “no naturales”. Se cuestionó a nivel mundial, por parte de muchos obispos y teólogos el modo exagerado de entender la relación entre el magisterio eclesiástico y la conciencia obediente. (Fuchs, McCormick, Curran, Vidal, L. Azpitarte, etc).

Por otra parte, esta crisis favoreció la reflexión sobre la función de la conciencia capaz de disentir responsablemente: no disentir “de” la iglesia, sino disentir “en” la iglesia, sintiéndose iglesia, para colaborar así a la evolución de la comprensión de la fe y de su práctica.

Después se desarrolló durante las décadas siguientes una reacción opuesta de tendencia restauracionista para volver a la manera de entender la conciencia en la teología postridentina, tal como la exponía el esquema De ordine morali, redactado por la comisión preparatoria, pero rechazado por el Concilio.

La encíclica de Juan Pablo II, Veritatis splendor (1993), estuvo preocupada por evitar la oposición creciente entre los enfoques renovadores, que intentaban recuperar la mejor tradición sobre la conciencia (cf. VS 38, 41, 42), y las tendencias antirrenovadoras, que enfatizaban el autoritarismo del magisterio eclesiástico (cf. VS, 53, 59, 82) Pero, afectada por el miedo al relativismo y subjetivismo de aquellas dos décadas, esta encíclica puso, de hecho, un freno a la renovación postconciliar, criticando a las corrientes teológicas de esa línea (cf. VS ) .

Las exhortaciones postsinodales del Papa Francisco (Evangelii gaudium y Amoris laetitia) han recuperado el cambio de paradigma postconciliar reafirmando una moral del discernimiento (AL 300-312), que no sustituya a las conciencias sino las acompañe en el proceso de decidir, que hable más de gracia que de ley (EG38), se centre en la caridad y la misericordia (EG 37), respete la gradualidad y las limitaciones en el crecimiento y maduración de la conciencia (EG 44-45) y acompañe el discernimiento, ayudando a formar las conciencias, pero sin pretender sustituirlas (AL 37) y no se obsesione con una moral sin excepciones y con semáforo rojo para no dejar pasar un solo acto “presuntamente” intrinsece malump



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