Hay obispos que se pronuncian pro-derechos humanos
Al episcopado japonés le preocupan las injusticias y desigualdades sociales, la crisis económica mundial y los problemas sociales. Quieren despertar la conciencia creyente a la importancia de defender los derechos humanos.
De paso por Madrid me chocó el comentario del taxista: “En Japón estará usted a gusto. Se vivirá bien, a pesar de la crisis ¿verdad?”. Desmontemos la imagen. No es modelo ideal la sociedad absolutizadora de empresas, finanzas y mercado por encima de las personas.
Se reeditó una novela de 1929, El barco piscifactoría de cangrejos. Su autor, crítico en pre-guerra del trabajo inhumano, murió torturado en 1933. Hoy, medio millón de ejemplares vendidos y éxito entre público de veinte a treinta años; están de actualidad los “working poor”: “empobrecidos trabajando”.
Pasó a la historia el mito de “todo Japón clase media”. La población “pobre sin ser pobre”, porque “con el sueldo no le alcanza para llegar a fin de mes y está endeudada” aumentó un cuarenta por ciento en cuatro años y suma ya más de diez millones.
El turista sólo nota la subida del yen en plena crisis, ve el despliegue de modas y consumo y cae en el espejismo de un Japón de alto nivel de vida. Pero aumentan las empresas de subcontratación a tiempo parcial y la facilidad para el despido, mientras disminuyen las prestaciones sociales. Creció un cuarenta por ciento el número de trabajadores en inferioridad de condiciones en estos cuatro años, llegando al millón y medio, la mitad entre 25 y 35 años.
En este contexto, cuando los titulares de prensa son para la caída de los mercados financieros y la crisis económica mundial, los obispos japoneses conmemoran el sesenta aniversario de la Declaración de Derechos Humanos, firmando (¡¡¡unánimes, toda la Conferencia episcopal, sin ninguna excepción ni abstención!!!) un mensaje para urgir a la comunidad cristiana a reafirmar el valor universal de los derechos humanos, comprometerse en su defensa y promover la paz sobre la base del respeto a la dignidad de todas las personas, sin discriminación “por ningún motivo”.
Lo preparaban (en su comisión social)desde que, ante la cumbre del G-8, se sumaron a otras religiones para interpelar a los líderes mundiales a tomar en serio los problemas del medio ambiente, las desigualdades de la globalización, la protección de la vida y la dignidad humana.
“Sesenta años tras la Declaración de Derechos Humanos, dicen, a pesar del esfuerzo de tantas personas por protegerlos y fomentarlos, no sólo se suceden una tras otra sus violaciones, sino que el problema de fondo se agrava hasta el punto de poder afirmar que nuestra humanidad está confrontando a escala mundial una nueva situación crítica como no se había visto hasta ahora”.
Constatando el aumento alarmante de la diferencia entre quienes tienen de sobra y quienes carecen de lo necesario, denuncian la prioridad dada al principio del mercado, que hace prevalecer la búsqueda del lucro “por encima de la promoción del bien común y aumenta más y más esta diferencia entre pobres y ricos, convirtiéndose en estructural la violación de los derechos humanos”.
Señalan concretamente que “la subida acelerada del precio del petróleo y de los alimentos, la privatización de los recursos acuáticos naturales y otras iniciativas semejantes golpean aún más duramente a una amplia gama de personas, pero sobre todo a las más pobres”.
Cuestionan las causas de la crisis actual e invitan a pensarlas “colocándonos en el punto de vista y poniéndonos de parte de aquellas personas que están acorraladas en una situación de debilidad y pobreza, sufren el destrozo de importantes relaciones humanas y encuentran cerrado el paso para llevar una vida auténticamente humana”.
Las personas “empobrecidas a pesar de trabajar” no son calificadas como “pobres”, sino como “injustamente empobrecidas y empequeñecidas”.
Ponen también especialmente en guardia frente a quienes dicen, con apariencia de buena voluntad, que para garantizar la seguridad y salvar la economía “es inevitable pagar el precio de algunas violaciones de derechos”.
Propugnan los obispos “una sociedad en la que puedan restaurarse los vínculos de las relaciones personales y en la que todas y cada una de las personas, sin ninguna discriminación, puedan vivir como sujetos de su propia vida y llevar una vida apropiada a la dignidad humana”.
Con responsables de este talante, se animan las bases de dentro de la iglesia y se robustece la credibilidad hacia fuera. Anima ver a obispos preocupados por los problemas reales de la gente, más que por la caza de brujas ortodoxa o los rumores de las luchas eclesiásticas por el poder... y puntos suspensivos.
(Publicado en "La Verdad", de Murcia, con motivo del 60 aniversario de la Declaración de derechos Humanos, dic., 10)
De paso por Madrid me chocó el comentario del taxista: “En Japón estará usted a gusto. Se vivirá bien, a pesar de la crisis ¿verdad?”. Desmontemos la imagen. No es modelo ideal la sociedad absolutizadora de empresas, finanzas y mercado por encima de las personas.
Se reeditó una novela de 1929, El barco piscifactoría de cangrejos. Su autor, crítico en pre-guerra del trabajo inhumano, murió torturado en 1933. Hoy, medio millón de ejemplares vendidos y éxito entre público de veinte a treinta años; están de actualidad los “working poor”: “empobrecidos trabajando”.
Pasó a la historia el mito de “todo Japón clase media”. La población “pobre sin ser pobre”, porque “con el sueldo no le alcanza para llegar a fin de mes y está endeudada” aumentó un cuarenta por ciento en cuatro años y suma ya más de diez millones.
El turista sólo nota la subida del yen en plena crisis, ve el despliegue de modas y consumo y cae en el espejismo de un Japón de alto nivel de vida. Pero aumentan las empresas de subcontratación a tiempo parcial y la facilidad para el despido, mientras disminuyen las prestaciones sociales. Creció un cuarenta por ciento el número de trabajadores en inferioridad de condiciones en estos cuatro años, llegando al millón y medio, la mitad entre 25 y 35 años.
En este contexto, cuando los titulares de prensa son para la caída de los mercados financieros y la crisis económica mundial, los obispos japoneses conmemoran el sesenta aniversario de la Declaración de Derechos Humanos, firmando (¡¡¡unánimes, toda la Conferencia episcopal, sin ninguna excepción ni abstención!!!) un mensaje para urgir a la comunidad cristiana a reafirmar el valor universal de los derechos humanos, comprometerse en su defensa y promover la paz sobre la base del respeto a la dignidad de todas las personas, sin discriminación “por ningún motivo”.
Lo preparaban (en su comisión social)desde que, ante la cumbre del G-8, se sumaron a otras religiones para interpelar a los líderes mundiales a tomar en serio los problemas del medio ambiente, las desigualdades de la globalización, la protección de la vida y la dignidad humana.
“Sesenta años tras la Declaración de Derechos Humanos, dicen, a pesar del esfuerzo de tantas personas por protegerlos y fomentarlos, no sólo se suceden una tras otra sus violaciones, sino que el problema de fondo se agrava hasta el punto de poder afirmar que nuestra humanidad está confrontando a escala mundial una nueva situación crítica como no se había visto hasta ahora”.
Constatando el aumento alarmante de la diferencia entre quienes tienen de sobra y quienes carecen de lo necesario, denuncian la prioridad dada al principio del mercado, que hace prevalecer la búsqueda del lucro “por encima de la promoción del bien común y aumenta más y más esta diferencia entre pobres y ricos, convirtiéndose en estructural la violación de los derechos humanos”.
Señalan concretamente que “la subida acelerada del precio del petróleo y de los alimentos, la privatización de los recursos acuáticos naturales y otras iniciativas semejantes golpean aún más duramente a una amplia gama de personas, pero sobre todo a las más pobres”.
Cuestionan las causas de la crisis actual e invitan a pensarlas “colocándonos en el punto de vista y poniéndonos de parte de aquellas personas que están acorraladas en una situación de debilidad y pobreza, sufren el destrozo de importantes relaciones humanas y encuentran cerrado el paso para llevar una vida auténticamente humana”.
Las personas “empobrecidas a pesar de trabajar” no son calificadas como “pobres”, sino como “injustamente empobrecidas y empequeñecidas”.
Ponen también especialmente en guardia frente a quienes dicen, con apariencia de buena voluntad, que para garantizar la seguridad y salvar la economía “es inevitable pagar el precio de algunas violaciones de derechos”.
Propugnan los obispos “una sociedad en la que puedan restaurarse los vínculos de las relaciones personales y en la que todas y cada una de las personas, sin ninguna discriminación, puedan vivir como sujetos de su propia vida y llevar una vida apropiada a la dignidad humana”.
Con responsables de este talante, se animan las bases de dentro de la iglesia y se robustece la credibilidad hacia fuera. Anima ver a obispos preocupados por los problemas reales de la gente, más que por la caza de brujas ortodoxa o los rumores de las luchas eclesiásticas por el poder... y puntos suspensivos.
(Publicado en "La Verdad", de Murcia, con motivo del 60 aniversario de la Declaración de derechos Humanos, dic., 10)