El nuevo cura de Guadajira. Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) Guadajira y el agua viva. (XIV Domingo)

Guadajira y el agua viva.  (XXXI Domingo)
Guadajira y el agua viva. (XXXI Domingo) DOCOMO

Según se ha hecho público en mi iglesia diocesana, una de los últimos nombramientos de don Celso y  uno de los primeros de don José, desde el consejo de sus colaboradores más directos, soy el nuevo sacerdote para la comunidad cristiana de Guadajira, un pueblo de unos quinientos habitantes, a treinta kilómetros de Badajoz. LLevo 43 años de sacerdote y camino, comencé en un pueblo algo mayor, Cheles y ahora vuelvo a lo rural en más pequeño. Para vivir esta misión, me vale el evangelio de este domingo y el comentario realizado hace más de un año.

Mi corazón está mirando a ese pueblecito, y ya siento la sed del encuentro y de la vida con todos ellos. Es un pueblo que lleva más de un año sin agua potable... me gustaría vivir con ellos y tener su misma sed, para buscar el agua de la vida. Cuanto me gustaría que nuestras vidas se hicieran más potables por el evangelio de Jesús. Pronto caminaremos juntos y compartiremos el pan de la vida y el vino de la alegría. Os quiero

Evangelio: Marcos 6,1-6

torre
torre Docomo

En aquel tiempo fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿no viven con nosotros aquí?». Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

No pudo hacer allí ningún milagro

La sociedad y su cultura del bienestar y del éxito no educa para el sufrimiento y la contrariedad. El fracaso y el dolor siempre son un reto para elaborar y digerir como parte de la propia vida. Pero esta dificultad ha estado siempre presente en la historia. Dios continuamente se acerca a su pueblo desde las claves del bien ser que van más allá que el puro bienestar, aunque a los israelitas les cuesta mucho aceptar esos modos pensar y sentir divinos. Ellos prefieren el becerro de oro a la paciencia de las tablas de la ley, que lo son de vida. Prefieren el bien eficaz inmediato y medible, frente al mensaje de luz y de verdad que también pasa por la cruz y la contradicción. En más de una ocasión los profetas nos hablan del corazón de Dios que se siente fracasado y rechazado por su pueblo. El evangelio de hoy nos inserta en la vivencia de Jesús antes sus paisanos sintiendo el rechazo que impide la presencia del reino que él anuncia y sus bienes. Jesús se extraña de su falta de fe, se trata de los suyos, de los cercanos, de los que habían rezado con él en la sinagoga. No se fiaban de él.

La voluntad de Dios y la nuestra

Recuerdo la escena y la tenemos presente en muchos momentos para interpretar los aparentes fracasos, así como los posibles éxitos alentadores en los retos que nos proponemos y en las actividades que organizamos. Fue en el salón de actos del antiguo rectorado en el campus universitario de Badajoz. La sala estaba completa, algunas personas en pie. Esto no nos había pasado nunca, más bien lo contrario, organizarlo y estar los que lo organizaban y el del tambor, ni siquiera los cercanos.

Jesús Sánchez estaba en la mesa coordinando un coloquio dialogado, en un momento se dirige a mí y me comenta: “Pepe qué alegría cuando cumplimos la voluntad del Padre – es lo que decimos siempre- pero que gozo cuando la voluntad del Padre coincide con la nuestra”. Nos reímos con ganas los dos. Aquel día de éxito parecía más auténtico que cuando respondían pocos, pero realmente no era así. La grandeza no era tanto que acudieran muchos, sino que estuviera preparado con tanta profundidad y coherencia por todos ellos, que han terminado siendo levadura en la masa y arbustos de acogida y sostén para otros. Sin despreciar esos momentos de tabor que también los necesitamos.

No hacía mucho que Fátima, también de los grupos de pastoral universitaria desde la JEC, reflexionaba en una revisión de vida, leyendo los fracasos de lo que hacíamos desde la parábola del grano de mostaza, y manifestaba con sinceridad: “Aquí siempre estamos en la semilla y en la siembra… para cuándo el árbol y los pajarillos que vienen a posarse en sus ramas”. Costaba aceptar estos procesos de enterramiento y de indiferencia ante lo que se quería proponer para bien de todos.

Cosa de pocos para muchos

Jesús fue más experto en fracasos que en éxito a la vista del mundo. Comenzó en el pesebre y acabó en la cruz. Experimentó la persecución, la indiferencia, el rechazo, la soledad. Lo sintió ante los poderes políticos y religiosos, ante los lejanos y los cercanos, de su propia familia. También sintió los momentos de alegría, comunidad, gozo, comida compartida. Pero el balance general leído desde la cruz como nos dice san Pablo, necedad para los griegos y locura para los judíos. Y, sin embargo, fuerza de Dios y salvación para todos los que creen en él.

El misterio permanente de la pasión, muerte y resurrección. La referencia kenótica y única para entender la salvación, La fuerza de Dios se realiza en la debilidad. El pueblo de Jesús no cree que, en uno de los suyos, tan cercano, tan vulnerable como ellos, pueda realizarse la salvación, se puedan dar milagros. Sólo su ternura compasiva es capaz de arrancar alguna sanación entre los que sufren. El pueblo como tal en su forma de pensar, sentir, actuar, en sus estructuras y costumbres no se abren a la novedad de la fuerza del amor y la comunidad por encima de las diferencias y frente al sufrimiento.

La vulnerabilidad leída desde la cultura del éxito es perdición, fracaso, limitación. Por eso se oculta, se disfraza, se rechaza. Pero cuando es mirada con los ojos de Dios, desde la compasión, la misericordia, el amor, el cuidado mutuo, entonces se convierte en lugar de gracia y de salvación para todos. La verdad de la fecundidad se llega a aceptar de corazón cuando reconocemos que todos somos vulnerables, que todos necesitamos de todos, que la naturaleza es nuestra hermana, que Dios creador es nuestro padre generoso, que la historia tiene sentido y que la dirección está en el amor absoluto al que nos dirigimos, que el verdadero éxito es universal, para todos sin exclusión. Para llegar a ese éxito hay que estar dispuesto a perder, entregar la vida, iniciarse en la dinámica para no querer ser más que el Maestro que ha venido a servir y no ser servido.

Cuando el ser humano descubre la verdad del amor y del servicio, de la entrega y de la comunidad entonces, solo entonces, comienza a ganar en la vida, el tesoro que ni la polilla ni la carcoma pueden corroer, el tesoro de un corazón enamorado que sabe sacar vida de la muerte. No hay mayor poder que saber hacer del sufrimiento mayor, del martirio del inocente, el estandarte de la fuerza y la salvación para todos. Así lo ha hecho el Padre con su hijo Jesucristo por la fuerza del Espíritu. Espíritu Santo que nos ha sido dado para que ningún fracaso pueda acabar con nuestra esperanza y nuestra alegría.

La Iglesia nos decía el teólogo Rahner ha sido y es cosa de pocos para muchos. Cuando el éxito se come el sentido de la fuerza que se realiza en la debilidad, entonces caminamos por sendas que no son del Evangelio. El objetivo de la iglesia no es vencer y ganar, sino llegar a todos los fracasados de la historia para servirles y que puedan sentir que Dios está con ellos. La grandeza no ha de estar en la institución sino en el servicio gratuito que realiza calladamente en lo pequeño y en lo frágil. La universalidad si es clave teológica y eclesiológica, la cantidad, el número no lo es. Ojalá sepamos vivir los fracasos desde la fecundidad, aunque a veces nos dé la sensación de que la voluntad del Padre no coincide con la nuestra.

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