Extraido de "Trazos de evangelio, trozos de vida" (PPC) El cuerpo de Cristo y el de los hermanos
El Dios Resucitado nos viene entregado en los retazos del vivir diario, en los encuentros con los rotos de la historia, así como en los gestos de compartir y de unidad que se nos ofrecen por parte de muchos hombres, que hacen de su vida lugar de encuentro, recuperación, sanación y familia para los que más lo necesitan.
En la parroquia de Guadalupe ya están con los preparativos para la paella solidaria que culminará la celebración de la eucaristía del domingo 9 de Junio. Una mesa compartida pensando en los hermanos que piden dignidad y justicia en medio de este mundo. Lo importante no es sólo compartir con ellos, sino sentarnos en la misma mesa y comer juntos el mismo pan, el de la dignidad y el de la fe.
Domingo, CORPUS CHRISTI
Descubramos a Cristo realmente presente allí donde Él quiere estar para llevar su Evangelio de dignidad, verdad y justicia. La presencia real de Cristo en la Eucaristía nos está invitando a entrar en el verdadero camino del amén cristiano, aquél que se verifica en la entrega radical a favor de los hermanos con el deseo que tengan vida abundante.
Evangelio: Marcos 22-26
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios». Después de cantar el salmo salieron para el monte de los Olivos.
Adoración y eucaristía
La verdadera adoración a Cristo en el misterio de la Eucaristía nos lleva a reconocerlo en el rostro de todos nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados y crucificados de la historia. En el Pan bajado del cielo, precisamente ahí, está presente el Crucificado que ha Resucitado. Necesitamos altar, sagrario y vida, sin separarlos.
Aún nos queda mucho en el amor
La comunidad parroquial en la que participamos va marcando ideales de vida para todos, uno de los últimos era “hacia un nosotros cada vez más grande”, ahora estamos con el tema de los cuidados, “Cuídate, cuida a los demás, cuida el mundo”. Desde el comienzo, es una parroquia joven de veinticinco años, uno de los objetivos ha sido la opción por compartir con los que más necesitan y más de la mitad de los ingresos están dirigidos a los más necesitados.
Pero nuestro reto mayor está en que ese quehacer social y caritativo, evangélico, pase por nuestro sentir, nuestro juzgar y nuestro actuar. Necesitamos que nuestras catequesis, liturgias, reflexiones, grupos, movimientos… nos vayan ayudando a un verdadero encuentro con Jesucristo y su evangelio que nos ayude a tener los mismos sentimientos de Cristo. Queremos sentarnos a la mesa de la eucaristía presididos por Él con toda verdad.
Nuestra mesa se va haciendo, pero somos conscientes de que aún nos queda mucho en el amor. En este sentido hay un hecho sencillo y discreto que viene ocurriendo en los últimos años. Desde que llegó Isabel Lara. Ella es de la fraternidad de Foucauld y ha venido un tiempo para cuidar a su padre muy anciano.
Desde el comienzo se hizo cercana, familiar, amiga de los residentes del centro hermano de Cáritas que está cerca de nuestra parroquia. A partir de ese encuentro, ella nos ha ayudado a ir entrando en contacto con esas personas, comenzando con unas oraciones adaptadas a ellos, encuentros, diálogos. Ellos ven normal, con total libertad, venir a las celebraciones y se sitúan como unos más dentro de ellas. Más de uno me ha compartido cómo les llena de ánimo, normalidad, y deseos de avanzar, la participación en nuestras celebraciones. Lo agendan con sus educadores y allí están vestidos de fiesta y atentos de un modo especial.
Yo me siento transformado en mi modo de celebrar cuando los descubro allí con esa relación personal que nos une. Son muchas las conversaciones que vamos teniendo, la vida que vamos compartiendo, sus sufrimientos y gozos, sus fracasos y esperanzas. Ahí voy descubriendo la teología del corpus Christi: amor, justicia, comunidad, fraternidad.
Sus nombres grabados en el ara del altar: David, Lourdes, Antonio, Ángel, Pepe, Osvaldo, Luisa, Sandra, Juan Luis, Miguel, Javi, Paco… Más de una vez nos hemos ido de la misa a la mesa. Alabado sea el santísimo sacramento del altar, sea por siempre bendito y alabado. Y que pueda seguir la fiesta de la fraternidad y el gozo compartido:
La musica y el amor: nuestro baile
Se parte y se reparte
El Creador, el Padre amoroso, en la fuerza de la pasión por la humanidad, se hizo criatura, y la revolución se estableció en todo el universo por un Absoluto que se hacía señal en un sencillo hombre de la historia de cada día, que anduvo por las calles, las plazas, los caminos, a pie descalzo para sentir en su propia vida lo que era la vida de lo humano. Ahí se abrió al misterio del pan de cada día y ahí aprendió a partirlo y a compartirlo. Su propia vida fue entendida como el pan que se parte y se reparte entre los hermanos, lo hizo en todo su vivir diario y lo celebró en la mesa de la entrega definitiva cuando selló una alianza eterna de amor con Su cuerpo y con Su sangre: “Tomad y comed todos de Él”.
Jesús arriesga su existencia, aceptando la cruz, a favor de la liberación y salvación de todos los pueblos de la tierra. En el pan glorioso del Resucitado está la fuerza que nos ayuda a proclamar que el inocente ajusticiado ha sido liberado para siempre y ya tiene alimento de Vida Eterna para todos, especialmente los que sufren, es posible la justicia.
El pan, partido y entregado, tiene como horizonte la fraternidad que se ejerce en la comunidad de la nueva alianza. Somos alimentados por un mismo cuerpo, bebemos en una misma sangre; ahí está el principio y el horizonte de nuestra vida en Cristo.
La comunidad del Resucitado no pude cerrar sus puertas por miedo, sino que está llamada a sentarse en medio del mundo y de las plazas, como hace el pan de cada día, para que a cada uno le llegue el trozo partido de su consuelo, alivio, descanso y salvación. El Dios Resucitado nos viene entregado en los retazos del vivir diario, en los encuentros con los rotos de la historia, así como en los gestos de compartir y de unidad que se nos ofrecen por parte de muchos hombres, que hacen de su vida lugar de encuentro, recuperación, sanación y familia para los que más lo necesitan. Traer al centro de la comunidad a los rotos y excluidos ha de ser el oficio propio de los que se han encontrado con el Señor glorioso, de la comunidad eclesial que quiere ser testigo de la esperanza en medio del mundo.
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