Alas que arraiguen y raíces que vuelen
Este aforismo es del premio Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez y refleja, magistralmente, la tensión y la paradoja esencial del ser humano.
Una persona anclada en sus raíces y sin capacidad de elevarse es un ser que se limita a vegetar, a sobrevivir. Por ello las raíces deben elevarse y volar.
Una persona sólo movida por las alas de la ensoñación, del deseo, del ansia de transcender y sin vínculo con la tierra es humo que se evapora sin dejar rastro de su paso. Por ello las alas deben arraigar.
Es necesario complementar lo uno con lo otro. Raíces con alas y alas con raíces.
En estos tiempos que nos ha tocado vivir debemos aprender a gestionar la tensión entre lo local y lo universal; entre la seguridad del estar arraigado y la aventura del vuelo. Sin renunciar ni a lo local ni a lo global.
Debemos saber estar en este mundo sin dejarnos arrastrar por el mundo. Soñar con los pies en la tierra pero sin estar anclados en ella. Y con una gran seguridad en nosotros mismos.
Es legítimo soñar con un futuro mejor. Pero lo saludable es soñar despierto y atento para intentar conquistarlo, en lugar de abandonar los ideales a la suerte del subconsciente nocturno.
MORALEJA
La felicidad tiene que ver con vivir y no meramente con sobrevivir. Con desarrollar las alas que nos permitan volar y soñar. Pero, también, con cuidar las raíces desde las que contemplar la realidad, interpretarla e incidir eficazmente en ella.
Mi deseo para la familia que acaban de formar Marina y Juan Pablo es que crezcan como pareja tanto con alas como con raices.