La inmigración pone al descubierto las vergüenzas de la UE
En Siria, más de 4’5 millones de personas han huido del conflicto. En este verano miles de personas se han ahogado en el mar huyendo de las crisis que afectan a distintas partes del mundo.
Una mirada al mundo nos permite predecir que las condiciones que llevan a la gente a huir de su tierra natal van a persistir. Porque muchos de los miembros de la UE tienen los mejores sistemas de bienestar social del mundo. Y eso ejerce un gran poder de atracción.
Según la Organización Internacional para las Migraciones, estas personas entran en Europa por Grecia, Italia y España, aunque sus planes de futuro pasan por instalarse en el "paraíso del Norte". Y los dirigentes europeos del Norte sólo han comenzado a sensibilizarse con la presión migratoria que sufrían los del Sur cuando los refugiados han llegado al centro de Europa.
Las mafias que trafican con seres humanos se aprovechan de ello. Y la UE, incapaz de ponerse de acuerdo ni en temas económicos, ni en asuntos migratorios, ni en cuestiones de política exterior reacciona tarde, mal o nunca. Éticamente es reprobable.
Europa no quiere recordar que siglos de su historia están plagados de guerras y pobreza; que millones de europeos se vieron obligados a emigrar; que hace 70 años 50 millones de europeos se exiliaron voluntaria o forzosamente.
La parálisis con la que la UE afronta esta situación pone al descubierto sus vergüenzas, incapaz de gestionar los desafíos planteados por la migración.
Es cierto que no está en las manos de la UE resolver por sí sola el problema migratorio, porque resulta esencial actuar en los países desde donde parten quienes buscan entrar en Europa. Pero la solución nunca llegará si se opta por la estrategia de de no invertir en origen y no intervenir en destino.
Esa solución no llegará mientras persista la estrechez de miras de unos políticos que anteponen el egoísmo nacional y los intereses electoralistas al compromiso solidario. En conciencia deberemos reclamárselo. La Iglesia debería liderar esa reivindicación; pasar de las palabras a los hechos; ser la voz del profeta que clama en defensa del débil.
Si apelar a la conciencia de nuestros políticos no les remueve hay, también, un argumento de conveniencia. Esos políticos son tan miopes y tan cortoplacistas que no son capaces de aceptar que ante una población europea envejecida (en la que los pensionistas representan una carga cada vez mayor para la población activa) el actual nivel de prestaciones sociales es insostenible. Y que la solución pasa por considerar a los inmigrantes no como una amenaza sino como una oportunidad.