No quiere seguir viviendo
A sus 82 años habla largo y tendido de lo que ha disfrutado de la vida con su marido. Pero ahora éste tiene Alzheimer y ella una limitación física muy grande así como una incapacidad mental absoluta para acomodarse a las circunstancias suyas y de su marido.
Isabel me dice que no puede aceptar su envejecimiento y que no vale la pena vivir. Envidia a su padre “que murió con 60 años y disfrutó de lo bueno de la vida y no tuvo que hacer frente a lo malo”.
Sus hijos (mis amigos) se rebelan, sufren, se desesperan y se muestran impotentes. ¿Qué pueden hacer?
Para mí este fin de semana último ha estado marcado por la convivencia con mis amigos y sus padres y la reflexión suscitada por el Evangelio dominical con la parábola del samaritano como protagonista.
Mis amigos no son creyentes-practicantes pero sus principios se asientan en un principio compartido con los que sí lo somos “ama a tu prójimo como a ti mismo”.
¿Quién es nuestro prójimo? No hay que ir a buscarlo a un lugar lejano. No es únicamente el asistido por la ONG con la que simpatizas y colaboras. Es, también, la persona con la que convives, el familiar con el que un día chocaste y ya nunca te has reconciliado, el compañero de trabajo con el que te cuesta colaborar, el vecino con el que tal vez no congenies demasiado bien, el enfermo que cuidas, el anciano que soportas, el desgraciado que se acerca a ti.
Mi prójimo debe ser esa gente a la que me acerco y que dejo se me acerque. Y que lo hago no desde una postura paternalista sino desde un punto de vista realista y humanitario. Basado en relaciones humanas verdaderas, profundas, honestas y que brotan de lo más profundo del corazón.
Alberto, Isabel(hija): amar a vuestros padres con paciencia, dedicación, entrega, aceptación, respeto, comprensión, generosidad, disponibilidad, compasión, servicio, cariño, ternura, amor. Con todas vuestras fuerzas, vuestra mente y vuestro corazón. Porque son vuestros padres; lo que os queda de ellos; vuestro prójimo y lo que da sentido a la vida.