Una procesión en Galicia que agradece a Santa Marta haber salvado a un ser querido Desfilan en ataúdes en vida para desafiar a la muerte
"María Rodríguez pasó tres cuartos de hora acostada en un ataúd para agradecer a la santa haber salvado a su perro con cáncer"
"Algunos llevan el rostro oculto por un abanico o un sombrero, para protegerse de las cámaras... y del inclemente calor"
"Esto es un culto a la vida. Personas que en momentos difíciles se han ofrecido a un sacrificio muy importante"
"Esto es un culto a la vida. Personas que en momentos difíciles se han ofrecido a un sacrificio muy importante"
Acompañados de cantos religiosos, seis ataúdes abiertos son transportados en procesión alrededor de la iglesia y el cementerio de Nieves. ¿A quiénes entierran? A nadie. Sus ocupantes, vivos, lanzan un desafío a la muerte, en una de las tradiciones más insólitas en España.
Cinco penitentes de esta población de 4.000 habitantes en Galicia, noroeste de España, son transportados con cerveza en mano para agradecer a Santa Marta el haber salvado a un ser querido o para pedirle que lo haga. Algunos llevan el rostro oculto por un abanico o un sombrero, para protegerse de las cámaras...y del inclemente calor.
La sexta, María Rodríguez, pasó tres cuartos de hora acostada en un ataúd para agradecer a la santa haber salvado a su perro con cáncer. “Fue una cosa espontánea” el haberse unido a la celebración, explica la jubilada de 69 años, que descubrió esta tradición en los medios. “Eso no te lo piensas, eso te sale del alma y del corazón cuando quieres a alguien”, explica la señora, residente en Vigo, la principal ciudad de la región.
Modesto Gómez, un restaurador de 70 años que asiste a la procesión desde que era niño, afirma que no hay nada de siniestro en esta fiesta, aun cuando el permanecer en el ataúd puede ser exigente física y mentalmente. “Esto es un culto a la vida. Personas que en momentos difíciles se han ofrecido a un sacrificio muy importante, que es meterse en un ataúd”, estima.
“Para mí, es lo mas grande”, opina María del Carmen González, nativa de Nieves, donde cada 29 de julio se realiza esta procesión. Este año la siguió junto a su hija Aida, descalza y con un sudario blanco cubriendo sus hombros.
El año próximo, María del Carmen quiere que un ataúd sea portado para agradecer a la santa que su marido sobrevivió a una neumonía, y otro para pedir por su nieta que tiene “varios problemas”, confiesa discretamente. Si dependiera de ella, iría ella misma dentro del ataúd, pero su familia tiene temor de que pueda pasarle algo por el calor.
La solemne procesión, que pone punto final a nueve días de fiesta, pasa junto a puestos donde se vende cerveza y un castillo hinchable para niños con la efigie de Bob Esponja. ¿De dónde viene esta tradición? Nadie lo sabe. Según un libro sobre el desfile editado localmente, la procesión de los ataúdes podría remontarse a las Cruzadas medievales.
Los nobles partidos en combate habrían descubierto en La Provenza francesa el culto a Santa Marta, que según la tradición cristiana vio resucitar a su hermano Lázaro tras pedir a Jesús. A su regreso a Galicia, le habrían agradecido a la santa el haberles salvado la vida, ocupando sus propios ataúdes, felices de usarlos en vida.
Otra explicación, más realista, la propone el sociólogo Carlos Hernández, quien prepara una tesis sobre la procesión: En el pasado, la personas adquirían su ataúd en vida, cuando tenían los medios o un miembro de su familia se encontraba mal de salud. Y cuando los enfermos sobrevivían, “como tenían el ataúd en casa, lo donaban a la parroquia” para ser usado por los más necesitados. Pero no se sabe en qué momento comenzaron a acostarse en ellos.
En un país con multitud de procesiones de penitentes o carnavales, cobra importancia escenificar la lucha entre el bien y el mal o entre la vida y la muerte, explica Hernández. “En el fondo es eso: es la afrenta de mirar a la muerte, de mirar al mal, para que la que salga vencedora de la fiesta sea la vida”, interpreta el sociólogo.
Otra población en Galicia organiza, en septiembre, una procesión de ataúdes, pero vacíos, sin portar a aquellos que burlaron a la muerte.
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