David López Royo Contemplar
"Utilizamos el verbo confinar con una gran naturalidad y aceptamos recluirnos en nuestro entorno porque todo será para bien"
"Nos estamos limitando en exceso negando lo que forma parte de nuestra identidad y de nuestra cultura. Antes del confinamiento que nos está marcando la Covid-19 ya habíamos puesto en práctica otro confinamiento más negativo, negar nuestra realidad como país"
No sabemos muy bien lo que nos está ocurriendo. Contemplamos a nuestro alrededor y sentimos que nuestras vidas están cambiando sustancialmente. Nos estamos limitando y confiamos en que la salvaguarda de la salud sea realmente el motivo de esta limitación.
Utilizamos el verbo confinar con una gran naturalidad y aceptamos recluirnos en nuestro entorno porque todo será para bien.
Hace unos días, antes de volver a confinarnos, tuve la oportunidad de disfrutar de un paraje excepcional al contemplar desde el paseo marítimo de Palma de Mallorca la Catedral y el entorno que le rodea. Me quedé observando la sombra que se generaba al perder el sol su fuerza y ganar el atardecer su espacio. En esos momentos vino a mi mente la siguiente pregunta ¿puede España perder su gran proyección en el mundo? Estaba en la Comunidad Autónoma de Baleares; pero el hueco generado entre la luz que se pierde y la noche que aparece me hicieron descubrir, de una manera diferente, lo imponente que es el conjunto arquitectónico de la Catedral. Esto, al mismo tiempo, me llevó a adentrarme en la riqueza cultural que España dispone. Y lo cultural siempre te hace caminar por un camino cargado de recuerdos y también de esperanzas.
En el recuerdo de nuestro pasado, en estos momentos que nos toca cumplir con el confinamiento, ya he escrito en varias ocasiones que quien nos gobierna actualmente es el coronavirus, no podemos dejar de reconocer que la historia de España es una historia llena de esperanza. Nuestra presencia con aciertos y equivocaciones siempre ha estado alimentada por intentar reducir al mínimo las dificultades que acaecían. Cuántas realidades difíciles hubieron de superarse en todas las partes del mundo en donde los españoles hemos estado, para lograr dejar, entre otras cosas, un legado arquitectónico, que hoy es un referente cultural y artístico de primer nivel. Todo se hacía con una gran voluntad de superación. La proyección hacia el mundo nacía de la convicción de ser un país unido. Esto hizo posible que pudiera existir una mezcla cultural basada en la unión entre las personas. Hemos vivido épocas expansivas sintiéndonos parte de un proyecto social y cultural que ayudó a un desarrollo económico y político que dio lugar a un número muy importante de países, con los cuales nos unen lazos de hermandad, además de una lengua común. La que hablamos más de 500 millones de personas. Nos une ante todo una esperanza y ser una comunidad internacional, alejada de las reducciones regionalistas, que basa su ser y su hacer en la fraternidad. La universalidad nos capacita para ser acogedores y valedores de una convivencia que se deja impregnar por las raíces de nuestro devenir histórico. Negar esto nos limita y nos puede jugar una mala pasada, como no redescubrir cada día y en cada rincón de nuestro país las maravillas que forman parte del mismo. Nos estamos limitando en exceso negando lo que forma parte de nuestra identidad y de nuestra cultura. Antes del confinamiento que nos está marcando la Covid-19 ya habíamos puesto en práctica otro confinamiento más negativo, negar nuestra realidad como país.
El entorno maravilloso de la Catedral me llevó a fijarme en el mar que tenía a mis espaldas y a divisar en el horizonte cómo el cielo, ya oscuro, se unía a un mar quieto y atrayente; y esto me hizo pensar en cuántos barcos surcaron los mares y los océanos con los latidos fuertes y vibrantes de las personas que en ellos iban, españoles en busca de nuevas esperanzas allende los mares, y las buscaban porque creían que las nuevas tierras les ofrecerían nuevas oportunidades.
Quise unir en mis pensamientos a todos los países hermanos de América, de África y de Asía con los cuales estamos afectivamente unidos, dado que nuestra historia se entrelazó y se fundió con los mismos.
En estos momentos complicados y difíciles marcados por la Covid-19 no podemos dejarnos abatir. La salud está marcada y afectada, la economía está cayendo y la política está en sus horas bajas; pero nos queda la cultura, que por tratarse de un espacio que no se puede secuestrar del todo, a no ser que destruyamos los referentes que tenemos, nos recuerda que los españoles hemos construido, desde la esperanza, grandes proyectos. Pero aunque esto se pretenda destruir siempre existirá un espíritu libre dispuesto a no dejarse arrastrar por quienes pretenden ahogar nuestros sentimientos y nuestra sensibilidad.
Contemplar implica tener referentes, con el objetivo de descubrir en los mismos a todas las personas que han participado en que éstos puedan seguir teniendo vida. Contemplar es poder tener la oportunidad de cruzar, con confianza, los caminos que la historia nos va proporcionando. Contemplar es adentrarte en todo aquello que hace que tengas capacidad de reacción para poder aportar soluciones a los problemas que se nos plantean. Contemplar es sentirte parte de un punto de encuentro entre las personas. Contemplar es avanzar aunque existan dificultades.
En Palma de Mallorca tuve la oportunidad de contemplar, sin planificarlo, la majestuosidad de un entorno afincado en la historia de una ciudad. Contemplé la grandeza espiritual de una cultura que tiene que servir para el entendimiento y para el acercamiento entre las personas. Contemplé que es posible proyectar grandes obras y me detuve en reflexionar acerca de cómo éstas siempre han sido realizadas por hombres y mujeres que quieren transformar el mundo.
Contemplar es reconocer que somos pequeños y diminutos; que individualmente no llegaremos muy lejos, más bien corremos el riesgo de destruirnos; que nos necesitamos unos a otros, no para aprovecharnos de los débiles y frágiles, sino para comprender que unidos podremos seguir teniendo esperanza.
Contemplar es alejarse de los delirios de grandeza, es reconocer nuestra pequeñez y nuestras limitaciones; pero al mismo tiempo es apostar por construir obras que pueden ser un referente para el futuro. En cierta manera, es posicionarse en un punto que pueda facilitarnos el poder contemplarnos los unos a los otros con profundo respeto para no dejar nunca de formar parte del gran proyecto de la vida.
El punto de cruce, que contemplé entre la Catedral y su entorno con el mar Mediterráneo, hizo que me sintiera parte de un gran proyecto, porque me sentí al mismo tiempo, en una atalaya que podía contemplar la inmensidad del mar y en el foso acariciado por el mar que me permitía contemplar la grandeza de un edificio que es historia pasada y presente, y sin duda futura. Me hallé al mismo tiempo en dos grandes obras, una proyectada por los hombres y otra configurada por la propia naturaleza, la Catedral y el Mar, y me sentí protegido por las mismas.
Contemplar es poder tener seguridad en el presente, porque si ésta no existe podemos decir que ya estamos en una fase de destrucción. Estamos mermando la seguridad y el peligro ya está acechándonos. Estamos despreciando lo que hemos construido con esfuerzo y con tesón. No queremos contemplar todo aquello que nos ha dado identidad, y a toda costa queremos ignorar que hemos construido una historia basada en la fraternidad por encima de las discusiones y de las tensiones. Se busca la bronca y revanchismo, lo cual nos limita y nos confina a una gran ignorancia.
Contemplar es buscar todo lo que nos une que, desde luego, es muchísimo y lo podemos descubrir en nuestros paseos diarios porque tenemos espacios que son la expresión viva de nuestra historia y de una cultura constructiva y fraterna. Busquemos la sencillez en todo aquello que nos puede recordar que por nuestro devenir histórico han pasado personas que con esperanza y tesón han logrado construir fraternidad, de ahí que podamos contemplar un mundo, todavía imperfecto, pero en búsqueda de un mundo mejor.
El paraje de la Catedral es un ejemplo preciso y claro de que nuestra identidad es fuerte como una roca y por mucho que nos empeñemos no podremos reducirla a escombros, porque si esto lo hiciéramos el confinamiento será definitivo y dejaremos de contemplar.