Clarividencia

En la Amazonía nos encontramos en estado sinodal, aunque a veces no lo parezca. Los compañeros agustinos Manolo y Miguel me decían un día en Iquitos que no se nota, “es como si no hubiera sínodo”; pero yo más bien creo que, si no nos espabilamos, el sínodo va a ser algo meramente publicitario, compuesto por fotos impactantes de indígenas con plumas, bonitas declaraciones de los protagonistas en páginas de internet y poco más. Por eso me interesa el trabajo con la base, y el encuentro de animadores del fin de semana pasado fue una magnífica oportunidad.

¿Qué ocurre cuando las preguntas del documento preparatorio (en su versión popular, ¿eh?) deben descender a ras de suelo y provocar la reflexión de indígenas, jóvenes, chacreros y amas de casa? Pues que la cosa se complica y mucho. Las cuestiones, que ya están “vulgarizadas”, hay que traducirlas de nuevo a un lenguaje todavía más sencillo y coloquial, y aun así costó Dios y ayuda que el personal abriera la boca. Pero mereció la pena escuchar y recoger la visión desde abajo, que es muy distinta a la perspectiva desde una oficina de Roma o Lima.

Por ejemplo, la pregunta 4 de la tercera parte: “Uno de los grandes desafíos en la Amazonía es la imposibilidad de celebrar la Eucaristía con frecuencia y en todos los lugares ¿Cómo responder a ello?” En mi grupo estuvimos cavilando y debatiendo. Ellos recordaban, sobre todo los del Yavarí, el viaje tan tremendo que han tenido que padecer para llegar a la reunión en Islandia: diez, doce, catorce horas de bajada en esta época de vaciante en la que no existen furos, y por tanto hay que recorrer toditas las vueltas del río. Así que después de darle vueltas también al asunto, dijeron: la única manera es otorgar a la comunidad (con sus ministerios y servicios, entre ellos el de la presidencia) la facultad para celebrar la Eucaristía.

“Ni aunque tuvieras un helicóptero, padre, podrías llegar a celebrar misa ni en la mitad de los lugares del distrito cada domingo”, bromearon. Y después de un silencio meditativo don Andrade, el más antiguo, dijo: “No hay otra solución. La única manera es que la misa la haga cada comunidad con su animador”. Toma castaña. Traté de avisarles de que eso supondría un cambio total en la teología, en la concepción del sacerdote, incluso en la misma manera de entender la Iglesia… Pero me impresionó la clarividencia de estos cristianos humildes, habitantes de las profundidades de la selva; y también me impactó la incontestable imposición del principio de realidad.

Hubo en los tres bloques del trabajo aportaciones bien interesantes que hemos puesto en común y recopilado. Pero lo mejor llegó en el diálogo final, retomando alguna conversación del refrigerio. Se dijo que se nota que los que han redactado las preguntas no viven en la Amazonía; que “el documento parece suponer que todos somos indígenas con nuestra lengua y cultura, pero hay muchos pueblos que han perdido casi completamente sus señas de identidad”. Esto en el Yavarí es clarísimo.

Evidenciaron también que se ve una idealización de los indígenas, como si solo ellos cuidaran el bosque, no contaminaran, etc. cuando lo cierto es que hay de todo: nativos que depredan la naturaleza y mestizos que tratan de manejar los recursos de manera respetuosa y sostenible. Lino y Tony literalmente descuartizaron el documento, que se cae de las manos en contextos donde en la práctica casi no hay Iglesia, como acá, y por tanto no hay cómo responder a las preguntas sobre sacramentos o ministerios.

El encuentro ha sido en general excelente. Han acudido de 10 comunidades, lo cual es un éxito total; incluso ha venido un aspirante a animador nuevo. El ambiente ha sido sereno y distendido, se nota que nos vamos conociendo y somos ya como de familia. Las oraciones muy bonitas, y los diplomas del final chéveres. Pero lo mejor ha sido el contacto con esa inteligencia franca, esa sensatez natural de nuestra gente, pegada al día a día. Un master en sabiduría simple que me enseñó y me hizo sonreír.

César L. Caro
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