Disculpen la pequeñez
Yo jamás había imaginado siquiera venir al Perú. Siempre había querido ser misionero, pero cuando estudiaba y me preparaba, pensaba en África, y de hecho visité allí muchas veces y me entusiasmé, pero en mis primeros 13 años de sacerdocio trabajé en España, en los pueblos de mi diócesis, muy contento. Entonces se planteó el problema de reemplazar al padre Ángel, que ya regresaba. Mi obispo escribió una carta pidiendo voluntarios, y yo me lo pensé; vine de paseo aquel mes de agosto de 2013 y me llevé una tremenda sorpresa. Desde el principio nuestra provincia me encantó: anduve correteando por El Dorado, celebré la fiesta de Zubiate, estuve por Mendoza, en Huambo, visité la cueva de Leo en Omia. Sin miedo, con soltura, muy contento y maravillado sobre todo por el carácter de la gente, su simpatía, su acogida.
De vuelta a España de aquel paseo, reflexioné, recé, fui a Monseñor y le dije que estaba disponible si a él le parecía bien, y me dijo “Te vas”. “¿Así, sin pensarlo más?” – dije yo temblando. “Tú ya lo has pensado, ¿no?”. Jaja, sí, lo había decidido con el corazón y con las tripas. Y me vine. Y estoy feliz del paso que di, a pesar de que es muy doloroso dejar atrás a tu familia, tus amigos, tu tierra.
Pero no me arrepiento. Han sido dos años muy intensos, muy llenos, muy preciosos. He recorrido la provincia entera, he caminado hasta los últimos rincones de nuestra parroquia, conozco más que la mayoría de ustedes. Me gusta el sabor de la guayaba, la chancaca y el guarapo, y contemplar el valle, hermoso en su inmenso verde, desde el Mirador de Trancahuayco. Yo sé hablar en huayacho (vamya, on tas) y también bailo huaynos, aunque reconozco que tengo que mejorar mi estilo. Fui muy bien recibido por todos: los agentes de pastoral, las comunidades, mis compañeros, las religiosas... Me han ocurrido muchas cosas: accidentes con el carro, fiebre tifoidea, caídas de la moto, tropezones por la montaña, parásitos intestinales, nigua en mi dedo, caídas al río con todo y mochila… pero he vivido la experiencia de ser misionero y pastor de mucha gente, de compartir la fe sencilla de nuestro pueblo pobre y alegre, y me siento hoy muy agradecido al Señor por cuánto me ha querido regalándome este tiempo entre ustedes.
“Entonces, ¿por qué te vas padrecito?” Pues en primer lugar porque en nuestra selva peruana, en el Amazonas, hay mucha más necesidad de sacerdotes, son muy pocos allí. Pueblos y comunidades pasan años sin que nadie les visite, sin la Eucaristía, sin la Palabra, sin los sacramentos, y eso es algo que he descubierto y que me duele, y creo que Diosito me llama. Mostré a los obispos mi disponibilidad para ir allí y de nuevo me dijeron: “Te vas”. El Papa Francisco anima a salir a las periferias geográficas y existenciales, allí donde hay más pobreza y hace más falta el Evangelio, y la selva es una periferia dentro de Perú. Se trata de ir más lejos, más adentro, buscando los límites de lo humano, tal vez donde nadie quiere ir, allí donde es urgente una presencia que recuerde que el nombre de Dios es Misericordia. Esa es la razón más importante.
Y la segunda: porque estoy convencido de que es el momento en que los sacerdotes peruanos, los diocesanos nativos de acá, asuman la responsabilidad de la parroquia. Ustedes llevan muchos años, más de 40, con párrocos extranjeros, desde el padre Patricio, y eso ha marcado mucho la vida de nuestras parroquias y comunidades, con sus ventajas y con sus limitaciones. Los misioneros venimos a apoyar a la iglesia naciente y necesitada de personal, y así era la diócesis de Chachapoyas hace 40 años, la mayoría de los sacerdotes eran extranjeros y había muy pocos peruanos. Pero hoy es justo al contrario: la diócesis ha crecido, la mayoría del presbiterio es nacido acá, los misioneros somos apenas 4 o 5, y entonces es hora de retirarse para que los curas nacionales tomen las riendas porque es su diócesis. Cuando la iglesia local alcanza un nivel de desarrollo y se autoabastece de clero, los misioneros nos marchamos adonde hay más escasez. Y eso es algo muy bueno, un motivo de celebración y de acción de gracias a Dios: nuestra iglesia de Chachapoyas está viva, incluso nuestra parroquia de Mendoza es capaz de engendrar nuevos pastores, en este caso el p. Rulli Manuel, su paisano, que es nuestro nuevo párroco. Qué alegría más grande.
César L. Caro
(Continúa en la siguiente entrada)