Incendio de compasión (Os 11, 8)
"Vamos a verlo" - les digo. Y cuando conozco a don Víctor Manuel y hablo con él, miro, oigo, huelo y toco esa miseria sin paliativos... entonces se prende en mí la chispa de la solidaridad, se desata el fuego de la compasión y se vuelve a escribir Os 11, 8:
"¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma, o ponerte como a Zeboim? Mi corazón se conmueve dentro de mí, se enciende toda mi compasión".
Rodeados de suciedad y golpeados por la indigencia de este hombre viejo, enfermo, sin DNI y sin familia, conversamos y decidimos que hay que construirle un cuarto donde pueda vivir dignamente. Y nos ponemos en marcha, porque nos abrasa por dentro la necesidad, la de don Víctor y la nuestra: el dueño de la granja accede a dejar un espacio, las vecinas se comprometen a verlo, a llevarle la comida por turnos, a ayudarle a asearse, a cuidarlo. Es increíble.
La llama me empuja a la Municipalidad. Hablo con el gerente, hago un documento pidiendo materiales y mano de obra, espero al alcalde, le convenzo en tres minutos y un par de fotos. Y luego, a la Policía, donde con un grupo nos presentamos y logramos que el comandante nos envíe varios hombres para la faena. Todos se portan espléndidamente. Los fogonazos van chamuscando y alumbrando, la misericordia es una fuerza imparable.
Y llega el día. Nos juntamos unas 20 personas en total. Varias señoras convencen al mayor para que deje ya su cochambrosa estancia junto a las gallinas y lo llevan a bañar con delicadeza y cariño, y él se deja hacer. "Estas mujeres no quieren más que aprovecharse", fastidio yo cuando le quieren sacar el pantalón, y él se ríe. Mientras tanto, con otra cuadrilla comenzamos a botar y quemar todo lo que hay en el cuchitril, y justo bajo la "cama" aparece un nido de ratas, con todo y bebitos (...). Arde la basura mientras nuestra candela interior se aviva.
Los operarios de la Muni están ya chambeando a tope con los listones de madera, las planchas de superbor, los cables y los tubos; los martillazos se mezclan con el aroma del guiso que, un poco más abajo, otras vecinas están preparando. Han venido también niños, que traen en sus mochilas "algo para él", y los Amigos del Enfermo con zapatos y ropa, porque este hombre necesita de todo. Un carpintero está acabando de armar su cama, y el colchón lo dará la parroquia. La faena es un espectáculo de generosidad donde cada uno aporta lo que puede y tiene, es quemar un trocito de nuestra vida para que este pobre tenga luz y calor.
Es una maravilla contemplar nuestra humanidad en acción, lo mejor de nosotros mismos encendido en hoguera que da amor y vida. Son esas palabras del Papa, tocar la miseria humana, la carne sufriente de los demás para conocer la fuerza de la ternura. Así podría haberse titulado esta entrada: "la fuerza de la ternura", incontenible y hermosa como nada en el mundo.
Guapo hallo al viejito al día siguiente. Limpio, cómodo y sonriente bajo su gorro. Su casita tiene servicio, luz y agua corriente. Falta mucho por hacer, hay que llevarle al hospital, conseguir una silla y una mesita, más ropa... Pero lo fundamental está listo: hacerle sentir que es una persona y que no está solo, hay gente a quien él le importa. Sin muchas explicaciones. Con las llamaradas de la compasión.
¡Gracias, Diosito!
César L. Caro