"La guerra despedaza a los niños, la guerra es un infierno" El Cristo roto de Gaza

"Benjamín Netanyahu es un genocida, masacra, amputa niños con sus bombas, destruye hospitales, mata a personal médico que asiste a la población herida, despedaza familias; su fruto es la muerte"
"Y lo que es peor, la tibia oposición del “mundo civilizado” que calla ante la carnicería infernal que se vive en Palestina"
"Matamos el futuro de nuestros niños, convertimos su infancia en terror"
"No quiero vivir en un mundo en que los niños tengan que escribir con los pies, ya que las bombas los dejaron sin manos"
"Matamos el futuro de nuestros niños, convertimos su infancia en terror"
"No quiero vivir en un mundo en que los niños tengan que escribir con los pies, ya que las bombas los dejaron sin manos"
| Fr. Dionisio Báez, O. de M.
Hace un año, marzo del 2024, Mahmoud Ajjour de escasos 9 años, en la ciudad de Gaza, es gravemente herido, una explosión le amputó ambos brazos. Sobrevivió junto con su familia, a todos se les evacuó a Qatar. Hoy recibe terapia para aprender a utilizar los pies como si fueran sus manos. El fotógrafo palestino Samar Abu Elou, ha sido premiado como autor de la fotografía del año 2025 por la World Press Photo, en ella se ve al pequeño niño palestino amputado; un verdadero Cristo roto de Gaza.
Según la ONU, Gaza ostenta un lamentable primer lugar, el del mayor número de niños amputados per cápita del mundo. La guerra despedaza a los niños, la guerra es un infierno. Ya lo decía el flamante presidente de Estado Unidos, que haría de Gaza un infierno, palabras confirmadas por el secretario de Estado, Marco Rubio, el pasado miércoles de Ceniza por la cadena Fox News: ¡Trump no bromea! Orgulloso, con su gran cruz de ceniza en la frente, como si las cruces de cenizas mostradas en TV fueran el signo del buen cristiano católico que soy (cfr. Sant. 2,17-19); apoyando políticas que buscan el sufrimiento de los más vulnerables.

Benjamín Netanyahu es un genocida, masacra, amputa niños con sus bombas, destruye hospitales, mata a personal médico que asiste a la población herida, despedaza familias; su fruto es la muerte. Y se suman Trump y Rubio a hablar de infiernos, mostrándose al mundo como cristianos, defensores de la vida y la justicia, mientras apoyan a destructores de los derechos humanos de la población inocente.
Y lo que es peor, la tibia oposición del “mundo civilizado” que calla ante la carnicería infernal que se vive en Palestina. “¡Hay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda clase de impureza! Así también ustedes, por fuera, ante la gente, parecen justos, pero por dentro están llenos de hipocresía y maldad… ¡Serpientes! ¡Raza de víboras! ¿Cómo escaparán a la condenación de la Gehena?” (Mt.23,27-28.33).
“La paz verdadera -decía Mons. Romero- no es la de los cementerios, sino una que se construye sólida sobre bases de justicia y de amor”. Basta ya de construir cementerios en el mundo, estamos haciendo de nuestro hermoso planeta un lugar de muerte: Gaza; Ucrania, Siria; Sudán; Somalia, Yemen; y tantos otros…
Matamos el futuro de nuestros niños, convertimos su infancia en terror: amputados, hambrientos, enfermos, explotados, reclutados como soldados, ahogados en el Mediterráneo, muertos en el Darién, víctimas de la Trata de Personas. Muchos países les niegan sus derechos por ser migrantes, los condenamos a no tener cubiertos sus derechos más básicos, despojados de su dignidad. Niños de la pobreza; niños de la guerra; niños del miedo; niños del abandono; niños de la exclusión y de la muerte. Es la niñez transformada en un Cristo roto.

Son tiempos de pasión, donde los poderosos de la política, la economía y las armas, buscan aplastar, controlar, dominar y esclavizar a los más débiles. Para ellos es tiempo de crucificar a los de la periferia, a los que sobran, a los nadies. Es tiempo en que los supuestos “amos del mundo” construyen nuevos gólgotas para clavar en la cruz a los insignificantes. Como un Sanedrín del siglo XXI condenan a la muerte al inocente, adjudicándose a sí mismos la misión divina de que lo hacen en el nombre de Dios. Nuevos líderes populistas, autonombrados profetas, mesías y salvadores, con derecho a matar, a crear guerras, a perseguir, a encarcelar… a los otros, a los que no son de los nuestros.
Vivimos tiempos difíciles, el corazón se estruja ante tanto dolor, tanta injusticia, tantos HORRORES (¡sí, con mayúscula!). Las palabras quedan cortas, son demasiados Cristos rotos. ¿Cómo expresar el sufrimiento de millones de seres humanos? ¿Cómo superar el cinismo, el odio, la burla de la actual clase política? ¿Cómo acabar con tantos grupos violentos que sólo producen caos y muerte? ¿Cómo romper con la apatía, el desinterés, el individualismo egoísta, personal y comunitario? ¿Cómo...?
No quiero vivir en un mundo en que los niños tengan que escribir con los pies, ya que las bombas los dejaron sin manos.

“En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!” (San Oscar Romero, verdadero profeta).
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