Este año se me ha dado participar en dos misas crismales, las de mis dos iglesias: San José del Amazonas y Mérida-Badajoz Misas crismales
Fue muy bello el gesto de la señal de la cruz, que un niño, un joven y un adulto nos marcaron a los sacerdotes sobre la frente; recordándonos así que somos consagrados como servidores del pueblo, del que formamos parte por el Bautismo, y en el que no somos más que nadie. A mí me tocó Mayra, que tiene 11 años, y con su media sonrisa se acercó para profundizar de ternura el distintivo invisible de mi vida.
Este año se me ha dado participar en dos misas crismales, las de mis dos iglesias: en la que vivo y trabajo, o sea, mi Vicariato amazónico de San José; y la que me envía, es decir mi diócesis extremeña de Mérida-Badajoz. Por ese orden. He renovado dos veces las promesas sacerdotales (no vaya a ser que me olvide, ¿eh?). Y he podido apreciar las diferencias y similitudes…
La rúbrica sitúa la misa crismal el Jueves Santo, pero sería materialmente imposible que los curas nos fuéramos de las parroquias ese día, con la cantidad de cosas que hay que hacer; por eso en la catedral de Badajoz es el martes santo. Y en la de Indiana siempre celebramos la misa crismal durante la Asamblea Vicarial, aprovechando que estamos ahí la mayoría de los presbíteros; este año fue el jueves 29 de febrero, en plena Cuaresma... Ambas misas fuera de fecha.
Diría que acá había más de 100 sacerdotes, todos vestidos igual; en Indiana aquel día, 12 o 13 (somos creo que en total 14 y faltaba alguno) y cada cual con su estola a su estilo. En los dos casos la melodía de entrada fue “Pueblo de reyes”, pero en la sede vicarial no se escuchó el latín, mientras que en la catedral metropolitana la mitad de los cantos se entonaron en ese idioma, primorosamente acompañados por el coro y el órgano; allá guitarra, pandereta, quena y percusión.
Los compromisos del día de la ordenación fueron actualizados de manera compartida y semejante. Resulta peculiar sentirse parte de dos presbiterios al mismo tiempo, una gran suerte que vivo con agradecimiento pues conecta con la médula de lo que supone para mí ser misionero. Recibí muchos abrazos y sorprendidos saludos.
En la bendición de los óleos y consagración del crisma advertí algunas divergencias: los momentos en que se realizaron, el tipo de recipientes… En mi selva se mezcla allí in situ el bálsamo perfumado con el aceite, acá estaba ya todo listo. Por supuesto los textos eran los mismos, pero en Badajoz los que traían y llevaban las ánforas plateadas eran siempre sacerdotes, mientras que en Indiana lo hicieron fundamentalmente laicos.
Y no es un detalle menor: la misa crismal del Vicariato, en el contexto de la Asamblea, donde nos reunimos todos los misioneros (que son mujeres en un 65% y laicos en un 25%), los delegados de los puestos de misión y otros agentes de pastoral, refleja el carácter no clerical, desde siempre, de nuestra iglesia misionera: los participantes presbíteros no llegábamos al 15% del total, mientras que en Badajoz probablemente era al revés.
Es siempre una misa en la que el pueblo lindo festeja a sus padrecitos. Sonaba solamente el tambor y don Oscar (en la foto) o la señora Janet portaban danzando los tarros de cristal con los óleos santos para que fueran bendecidos. El equipo de Caballo Cocha, encargado de preparar la celebración, colocó un par de elementos así, puramente autóctonos, que remarcaron el protagonismo de nuestra gente.
Y el mejor fue el gesto de la señal de la cruz, que un niño, un joven y un adulto nos marcaron a los curas sobre la frente; recordándonos así que somos consagrados como servidores del pueblo, del que formamos parte por el Bautismo, y en el que no somos más que nadie.
A mí me tocó Mayra, la hija de Mariana, que tiene 11 años, y con su media sonrisa se acercó para profundizar de ternura el distintivo invisible de mi vida, elegida por Diosito para alimentar a los más pequeños y vulnerables. Tal vez su dedo chiquito pueda despertar cada día en mí el deseo de estar a la altura del don que he recibido, así oré en silencio.
Aparecieron todavía símbolos varios, el pango y el masato camparon por las estrofas del canto de comunión, pero yo ya seguí bajo el encanto de aquel instante tan especial. En Badajoz hubo un aperitivo (Payva, lomo, jamón…) después de la misa; en Indiana, reunión de coordinación con gaseosa y galletas. Cada cual su singularidad; y yo de la selva.