Inicio de la surcada pastoral del nuevo equipo de coordinación del Vicariato San José del Amazonas (Perú) Una reunión de casi 8 horas
Al personal se le iluminaron los ojos, nos mudamos de sala para proyectar documentos y ahí comenzó el torbellino de ideas, debates, propuestas y ensayos que nos hizo perder la noción de la hora. Entramos en una especie de trance, como si hubiéramos tomado ayahuasca pastoral, escribíamos en la pizarra, borrábamos, discutíamos, poníamos ejemplos… Algo diferente se estaba gestando, no había cansancio ni hambre, nos hacía vibrar la sensación de que es posible cambiar, podemos surcar otras quebradas pastorales y organizativas para lograr experiencias y frutos más amazónicos.
- Alegre.
- Esperanzado.
(En la oración inicial nos invitaron a expresar cómo nos sentíamos).
- Con fuerza.
- …
Eran las 2:30 de la tarde y no podíamos siquiera sospechar que la primera reunión del nuevo Equipo de Coordinación Pastoral del Vicariato terminaría ya de noche, casi a las 10:30. Diosito, me figuro que ya estaremos en el Guiness. Qué paliza pero qué gozada.
Se trata de algo nuevo, un intento de trabajar más en equipo y al mismo tiempo de manera más ágil y operativa. En lugar de que cada coordinador de área pastoral organice su tarea y arme su correspondiente encuentro vicarial en plan francotirador, en este grupo se compartirá la chamba de cada cual, todos estaremos en todo, nos apoyaremos y trataremos de dar a la misión una unidad y un sentido.
En principio la sesión era para diseñar la asamblea vicarial, que tendrá lugar en marzo, pero creo que estábamos como emocionados ante el nacimiento de un camino inédito y acaso incierto pero apasionante, y fuimos más allá. ¿Cómo hacer para coordinar la misión en un territorio tan enorme (igual a Extremadura, Andalucía y Galicia juntas) como el nuestro, con unas comunicaciones tan dificultosas y con tan poco personal? Se impone simplificar la estructura de nuestra pastoral.
Es algo de lo que hemos conversado mil veces en encuentros y asambleas, pero a lo que nunca le hincábamos el diente. Trabajamos a través de siete u ocho áreas, un chorro de organismos y encargos, tantos que no hay gente suficiente para asumir las responsabilidades (es decir, más jefes que indios). Un organigrama heredado de la época en que los misioneros éramos el doble, y los recursos económicos el triple; hoy día es como si un niño llevara un traje de buzo. Mucho papel y poca realidad, predominan las viejas inercias en los consabidos rubros de catequesis, animadores, pastoral juvenil, familiar… Las programaciones se calcan de un año a otro, los responsables no pueden coordinar porque no se mueven de sus remotos lugares y los resultados son siempre los mismos porque corresponden a los mismos métodos y actividadesde siempre.
Así que, cuando se suscitó la pregunta acerca de cómo programar este año 2022 durante el cual nos dedicaremos a hacer el plan pastoral, si vamos a lo tradicional o nos atrevemos por fin a hacer reformas serias en el mecanismo y la dinámica de nuestra iglesia vicarial, al personal se le iluminaron los ojos, nos cambiamos de sala para proyectar documentos y ahí comenzó el torbellino de ideas, debates, propuestas y ensayos que nos hizo perder la noción de la hora.
Entramos en una especie de trance, como si hubiéramos tomado ayahuasca pastoral, escribíamos en la pizarra, borrábamos, discutíamos, poníamos ejemplos… Algo diferente se estaba gestando, no había cansancio ni hambre, nos hacía vibrar la sensación de que es posible cambiar, podemos surcar otras quebradas pastorales y organizativas para lograr experiencias y frutos más amazónicos.
Hicimos una pausa para cenar y continuamos. A las diez ya teníamos un borrador para presentar al obispo: solo tres áreas pastorales, equipos consistentes de trabajo, más ligereza y rapidez, y una nueva manera de programar en tres ámbitos: comunidades ribereñas, comunidades nativas y sede parroquial. Eso nos enseñará a plantear estrategias originales y no lo que siempre hacemos, en especial en el acompañamiento a los pueblos indígenas, con los que la mayoría de las veces no sabemos cómo trabajar y nos limitamos a ofrecerles lo mismo que a todos, con los habituales y consecuentes batacazos.
No importa mucho si nos aceptarán o no, es como si hubiéramos roto un cierto techo de cristal que ya no tiene vuelta atrás: plasmar una iglesia con rostro amazónico requiere descalzarse y adentrarse sin miedo por terrenos inexplorados pero ilusionantes. Nuestra gente se merece esa valentía y esa generosidad. En mitad de la reunión sí había galletas.