La vacuna llega a Santa Clotilde, en lo profundo de la selva peruana Nadie vale más que otro
El pueblo menudo (Ej 362), los pobres, los campesinos, los indígenas, los insignificantes, los nadies… son tan dignos y tienen tanto derecho como el ministro, el preboste o el magnate a recibir la vacuna. Por desgracia sabemos que eso no funciona en este mundo en el que, quien puede comprar, tiene, y quien no, muere. Por eso me ilusiona que los pobrecitos del Napo tengan al menos a sus sanitarios protegidos para seguir cuidándolos.
“Buenos días padre César. Ya estoy en Yanashi. Le comunico que ayer falleció un señor con COVID y hay 11 personas más con este virus. Nuestro pueblo se encuentra en riesgo”. Así me escribía anteayer Merli, superiora de las ursulinas, mujer alegre y vitalista. Las vibras que me transmitió me hicieron sentir que de nuevo estamos bajo la amenaza del virus.
Como si no lo supiéramos hace ya más de una semana, cuando se inició una nueva cuarentena en gran parte de nuestra región… Pero, entre que esta vez hay menos restricciones y la gente puede salir más de casa, no me quería yo dar por enterado. Pero el peligro invisible nos rodea. La muerte de personas cercanas y de edad similar a la mía me lo deja claro.
La escalada es implacable y reduce la famosa “inmunidad de rebaño” a la categoría de mito. En el Bajo Amazonas, cerca de las fronteras con Colombia y Brasil, la tesitura es muy complicada; parece que por allí ha ingresado la “variante amazónica”, que es más rápida y mortal, como Sharon Stone en la película. En una entrevista a un líder indígena de la zona, él declara que “Todos los días están muriendo una, dos o tres personas (…). El enfermo no dura mucho tiempo, solo un par de días y ya muere (…). Hay como 15 personas que han fallecido en una sola semana (…). No hay medicina, no hay oxígeno en Caballo Cocha… No tenemos cómo defendernos… Caballo Cocha no tiene planta de oxígeno, por eso los están enviando a Iquitos, pero, en Iquitos tampoco encuentran cama UCI ni oxígeno y todos lo que han enviado allí han fallecido”.
Y es que en Iquitos, la capital de la selva peruana, parece que las autoridades políticas y sanitarias no han aprendido nada de la dramática situación que se vivió el año pasado. La Iglesia donó cuatro plantas de oxígeno que el gobierno regional se comprometió a mantener sanas y operativas… pero parece que no fueron demasiado eficaces, porque dos se malograron, la demanda de oxígeno se disparó y de nuevo se ve a muchas personas desesperadas buscando un balón o un concentrador para un familiar que literalmente se asfixia… Horrible.
Acá en Indiana estamos en una calma tensa. El alcalde me acaba de decir que tenemos a veintiún pacientes en el centro de aislamiento (el colegio de primaria), pero todos con síntomas moderados o leves, sin necesidad de respiración mecánica. Les ingresan después de dar positivo en la prueba rápida, allí les hacen su PCR y, cuando sale negativo, les dan de alta. La cosa está aparentemente bajo control.
Me sobresaltó hace un par de días, escuchando RadioProgramas, la noticia de que en España cuatro obispos se han vacunado antes de que les correspondiese. Leo en RD y resulta que hay también hermana, cuñado, vicario general… Es alucinante que hasta Perú haya llegado el eco de semejante desvergüenza. Aunque no sé si será peor lo del expresidente Vizcarra, que por lo visto decidió participar en el ensayo clínico de Sinopharm para hacerse vacunar ya en octubre pasado. Qué decepción. Mejor no comentar mucho más. ¿Acaso alguien puede tener prioridad para inmunizarse por ser más “importante”?
Prefiero resaltar el hecho de que esa misma vacuna ha llegado hasta lo profundo de nuestro territorio, y concretamente hasta Santa Clotilde. Desde el sábado pasado el personal del hospital y de la micro-red de salud están recibiendo la inyección salvadora, qué alivio. Y qué alegría que entre los primeros beneficiados estén las poblaciones nativas de los ríos Napo, Arabela y Curaray, que podrán ser atendidas por sus médicos, enfermeros y técnicos con plenas garantías.
El pueblo menudo (Ej 362), los pobres, los campesinos, los indígenas, los chivolos que corren a cargar los bultos de los pasajeros que bajan del deslizador para ganarse un sol, los sin techo, los niños hambrientos que a veces salen en la tele y que mi abuela decía que “no están ni contaos”, los insignificantes, los nadies… son tan dignos y tienen tanto derecho como el ministro, el preboste o el magnate a recibir la vacuna.
Por desgracia sabemos que eso no funciona en este mundo en el que, quien puede comprar, tiene, y quien no, muere. Pues la vacuna es el negocio del milenio; mientras que hay países que han adquirido millones de dosis adicionales, otros demorarán tal vez dos o tres años en inmunizar a su población, si es que lo logran. Uno de ellos es el Perú. Por eso me ilusiona que los pobrecitos del Napo tengan al menos a sus sanitarios protegidos para seguir cuidándolos. Pues nadie vale más que otro, como titula el libro de relatos de Lorenzo Silva. Que también me encanta.