El aburrimiento, la “acedía”, “l´ennui” de “Las flores del mal”, se traga al yo hasta tal punto de que pierde la vergüenza de ser un aburrido. Una persona rica en fantasía, cuando el exterior carece de estímulos, puede sobreponerse, aunque no por mucho tiempo porque se vería arrastrada y paralizada por la resaca del tiempo, al aburrimiento echando mano de recursos interiores. Lugares de concentración de nómadas mordernos, nubes de aburridos, son los aeropuertos, las estaciones y los centros comerciales. La esencia del aburrimiento es la espera, como la de los mendigos que están “Esperando a Godot”, de que ocurra algo distinto al ahora y solo ocurre ahora, ahora y ahora. El aburrimiento es un tiempo vacío que no se sabe cómo llenar, la espera de la nada que se aposenta en el fondo del ser; un estado existencial experimentado ante la lejanía de sentido, un susurro del viento en el fondo del abismo. Para aburrirse se requiere una mínima disponibilidad a las vivencias.