Se siente el impetuoso soplo del viento, monstruo salvaje, que, como una interminable manada de caballos, veloces y raudos como pensamientos, remueve, zarandea la copa de los árboles, y reñir con las ramas y las rendijas de las ventanas. Cuando el viento amaina y se sienten las ausencias que llenan los caminos vacíos, y solo queda el aire contra el paso del tiempo, vienen a la mente recuerdos de cuando niños, el canto mudo de los carros, el lenguaje de las lenguas de bronce, el sonoro mugido de los bueyes, el extraño ruido de las rocas y el vértigo de las cosas pequeñas. Todo parece un sueño que invita a huir o a quedarse aquí para siempre. “Vayas a donde vayas, llevarás contigo, como lleva todo el mundo, los pensamientos de un santo y la astucia de un presidiario”, le dije cuando iba saliendo.