Nuestro cuerpo percibe el tiempillo y, al mismo tiempo, es un organismo estructurado temporalmente. La vivencia del tiempo depende del posicionamiento en el espacio y del movimiento de cada uno en relación al posicionamiento y movimiento de otros. La percepción y vivencia del posicionamiento y el movimiento de los del lugar son prácticamente idénticas pero deferentes de las de los veraneantes. De ahí la diferencia de percibir el canto del gallo, el ladrido del perro, el toque de las campanas, o de mirar las boñigas en el camino entre unos y otros. El ritmo de los lugareños es más lento que el ritmo de los que llegan, pero al relacionarse todos a todos les parece que el tiempo pasa más lentamente. El arte de vivir consiste en saber escuchar, ponerse de acuerdo, colaborar y sincronizar con los tiempos propios y con los de los otros.