A medida que envejecía crecían la avaricia y la tacañería de Tío Franquias. Su avaricia era tal que desde hacía muchos años acumulaba dinero con el único fin de poder pasar horas y horas contándolo. Cuanto menos pan podía comer más arcas llenas necesitaba para poder conciliar el sueño. La única hija que tuvo el matrimonio se murió al poco de nacer. El olvido de su hija parecía estar grabado a fuego sobre la frente de Tío Franquias. Solo la recordaba a la hora de pensar en los ahorros que su muerte le había permitido. Un día se puso a hacer las cuentas de cuanto había ahorrado con la muerte de su hija: tanto del médico, tanto de la boda, nos hemos ahorrado un buen dineral que podremos prestar a interés corriente y salir del invierno con un poco más de dinero que buena falta hace. Me sobran mis problemas como para pensar en los demás. Cada día que pasaba se le ocurrían pensamientos más extravagantes. Tío Franquias ahorraba porque estaba convencido de que la muerte no era más que un momento desagradable, el paso de este mundo al otro. "El avaro viven encerrado en una tumba, la avaricia", decían los contertulios