El escaño, las llamas transparentes como cristales y los troncos incandescentes del hogar chisporrotean y guardan en sus entrañas sonrisas, historias, leyendas y genealogías, tejidas y destejidas mil veces, de mil generaciones de antepasados hasta llegar al origen de la noche y del fuego. En cada una de las enormes habitaciones dos camas vacías, en un rincón de la habitación de los abuelos, el aguamanil con la toalla de lino blanquísimo sembrado, recogido y tejido por mis tías. En el viejo enorme salón, los armarios y la cómoda llena de platos, soperas y pocillos antiquísimos, están nevados de polvo, en la penumbra una estufa oxidada y sobre la mesa de comer unas gafas y una muela de oro en una cajita de plata que ya eran recuerdos de los antepasados en tiempo de los abuelos. Las tablas de castaño serradas a mano que crujen al pisarlas, voces ancestrales, están señaladas para saltarlas como si fueran grandes charcos.