Cuarenta días antes de San Antonio, los niños de Loureses se reunían después de comer e iban a buscar leña para hacer el folión. El primer día iban todos los niños juntos cortaban un árbol a la casa que, según ellos, había tratado mal a los niños o a uno de ellos y lo plantaban en O Coturelo, un lugar visible desde todos los puntos de la parroquia. Desde ese día, cada dos o tres, nunca uno solo, iban a buscar leña que colocaban alrededor del árbol central. La víspera después de cenar, a los sones de la banda un hombre con un tizón traído de una lareira que conservara el fuego del Sábado Santo, le prendía fuego. El folión se dejó de hacer hace unos cincuenta años. Muchas de las tradiciones recuperadas, en el fondo, no son más que restos casuales de otros tiempos que disculpan de observar la indecible belleza y lo terrible de una granizada, de un rayo que cruza el cielo de oriente a occidente. “Aquello daba sentido a nuestros días. Lo esperábamos como agua de mayo. Lo recuerdo como si fuese ahora mismo. Tendría que perdido la razón para olvidarlo”, dijo alguien esta mañana en la tertulia.