Era el más viejo del pueblo. Su retranca era tan profunda que no podía percibirse a simple vista, tan precavido como el gato que desconfía de la derecha del amo que, con la izquierda, le está dando de comer, tan discreto como el testigo que sabe que el menor desliz lo aprovechará la defensa del adversario contra él, tan sutil que sin hablar era quien más decía cuando todo el mundo hablaba, tan amplio como el valle visto desde la ladera. tan frágil como un copo de nieve al alcance de los rayos del sol, tan simple como un pantalón de pana. Trataba a los demás con tanto cuidado como ponía para atravesar el río en pleno invierno. Los viejos lo querían y los jóvenes lo buscaban.