La Comunidad de Madrid ha declarado bien de interés cultural las fiestas patronales de san Isidro en la categoría de hecho cultural. Según recoge el decreto 240 / 2021, de 15 de diciembre, del Consejo de Gobierno regional, se considera que estas fiestas «recogen en su celebración elementos que las constituyen como un hecho cultural de indudable valor y excepcionalidad, cuyos componentes festivos y devocionales han pervivido a lo largo de la historia».
Es «la fiesta representativa del “ser” y el “sentir” de los madrileños, el cual se ha transmitido a través de las sucesivas generaciones», se recoge en el texto. De hecho, las fiestas no se han dejado de celebrar, salvo en contadísimas ocasiones, desde la canonización del santo, en 1622, y forman parte del acervo religioso, cultural y emocional de la ciudad.
El decreto expone a lo largo de nueve páginas todo lo relacionado con las celebraciones, empezando por sus escenarios más importantes. Son aquellos relacionados con la vida del santo, «si bien el epicentro de la fiesta» se sitúa en la pradera de San Isidro, en torno a la ermita del santo, «donde tuvo lugar el milagro del agua curativa». También se reconocen como lugares destacados de celebraciones, «tanto religiosas como festivas», otros del centro de la ciudad y del barrio La Latina, «lugares próximos y vinculados a san Isidro y santa María de la Cabeza».
La declaración recoge asimismo un relato histórico de la vida del patrón de Madrid y la devoción que tras su muerte despertó en los ciudadanos de la villa, que comenzaron a celebrar fiestas en su honor ya en la Edad Media. Fue en 1346, con la exhumación de su cuerpo a instancias de Alfonso XI y su traslado a la parroquia de San Andrés, cuando se extendió el fervor popular y la peregrinación para venerar sus restos.
En 1528 se edifica la ermita del Santo en el lugar donde, según la tradición, manó agua con su intervención milagrosa. Los madrileños comenzaron a acudir a este lugar en romería, trasladándose la devoción fuera del recinto urbano de la ciudad de Madrid. Las fiestas de la pradera ya venían recogidas en la documentación presentada para el proceso de canonización.
En 1769, el rey Carlos III ordena que los restos de san Isidro y santa María de la Cabeza se trasladen a la colegiata de San Isidro. En estos años las fiestas están ampliamente arraigadas. Goya las refleja en sus pinturas y ya en el siglo XIX las crónicas hablan de los isidros, visitantes que acudían incluso de fuera de la ciudad para los festejos. Los avatares de la primera mitad del siglo XX dificultaron las fiestas, que no obstante se revitalizaron a partir de los años 90 con un marcado carácter cultural «que contiene la conmemoración religiosa, pero que la trasciende».
Relación de los actos
El decreto de declaración de bien de interés cultural especifica y contextualiza en la historia cada uno de los actos religiosos y culturales que se desarrollan en torno a las fiestas patronales: bendición del agua de la fuente, Misa solemne, Misa romera, procesión del santo, pasacalles, lectura del pregón, la verbena de Las Vistillas o la Feria de San Isidro en la plaza de toros de Las Ventas.
Pero también los bailes típicos (el chotis y «otros bailes agarrados», detalla); las gastronomía, con las rosquillas listas y tontas, las gallinejas y los entresijos, el vino dulce y los barquillos, el «agua, azucarillos y aguardiente»; la indumentaria de la fiesta, fundamentalmente majos y chulapos, con «la mantilla y la peineta en la imagen de la mujer devota» y «los claveles como flores por antonomasia de estas fiestas»; cómo se han reflejado las fiestas de san Isidro en las artes...
El decreto concluye con las medidas de salvaguarda de las fiestas, que pasan por la custodia documental de todas las manifestaciones de la fiesta, la divulgación y difusión para el conocimiento de la fiesta, la conservación de los «valores tradicionales y su transmisión a las generaciones futuras, y preservación del entorno paisajístico, fundamentalmente «la pradera con la ermita y su fuente, y el entorno urbano de procesiones».
Con este decreto, la Comunidad de Madrid quiere proteger y poner en valor un patrimonio inmaterial que se ha revelado como extremadamente vulnerable ante la pandemia, se recoge en el texto.