La carta tienes trespartes, una primera en la que analiza la realidad de los jóvenes y su situación actual; la segunda, dedicada a los fundamentos sobre los que construir la vida en relación con Dios, con uno mismo, con los demás y con la creación; y, finalmente, una tercera parte, en la que monseñor Saiz presenta algunas perspectivas de futuro.
Heridas de los jóvenes y del mundo actual
Entre las “heridas del corazón de los jóvenes”, el prelado señala varias: el difícil presente e incierto futuro, la soledad -incluso cuando están rodeados de gente-, las ansiedades y depresiones, las adicciones de todo tipo en las que se ven atrapados no pocos jóvenes, y lo que el arzobispo califica como “tiranía de la apariencia, de la imagen”. Llama la atención la “selfitis”, un fenómeno que el arzobispo explica atendiendo al “abuso de los selfies, que la mayoría de las veces esconde una gran falta de autoestima y desemboca en una auténtica adicción”.
Entre las “heridas del mundo actual”, señala los distintos tipos de violencia, las exclusiones, intolerancias y discriminaciones, las situaciones inhumanas de las que muchas personas tratan desesperadamente de huir –“su casa ya no es un espacio seguro”, apunta-, la pobreza, el individualismo exacerbado, la dictadura del relativismo –que nos lleva a lo que el papa Francisco denomina “sociedad del descarte”- y la progresiva destrucción del planeta.
Llamada a la esperanza
Termina la primera parte del documento con una llamada a la esperanza. Para ello parte de la necesidad de contemplar a Cristo en la cruz. Y aquí subraya que “el signo inequívoco del amor es el sacrificio, el dolor, el sufrimiento a favor de la persona amada”. Además, presenta a María, “Madre de la esperanza”, y afirma que “el ser humano -particularmente los jóvenes- necesita una esperanza creíble y duradera, que resista y supere las dificultades”. En tercer lugar, habla de vocación y compromiso, y nos llama a promover sin complejos una cultura vocacional, “que conecte con sus inquietudes y pueda ayudar a saciar su sed de sentido, de felicidad y de compromiso”.
En la segunda parte del documento, monseñor Saiz Meneses subraya que la verdadera fuerza de la juventud está en “la decidida y firme entrega a un ideal que los conduzca a la grandeza de la vida, a la santidad sin rebajas”. En este sentido, afirma que los jóvenes son fuertes si viven “unidos a Jesús por la Palabra y los sacramentos”.
Jóvenes llamados a la santidad
Desde la perspectiva de la Pastoral con Jóvenes, don José Ángel hace una llamada a la santidad, y advierte que “con la oración, movida por la gracia de Dios, y con la confianza puesta en Dios, se puede superar la tentación pelagiana y neopelagiana de pensar que los resultados dependen de nuestras capacidades y esfuerzos”. A continuación, destaca que la santidad es “la meta de la vida cristiana”. Pero, ¿cómo podrá un joven vivir santamente? Para esta pregunta tiene varias recetas. Además de los medios de santificación fundamentales, señala el aguante, la paciencia y la mansedumbre; también la alegría y el sentido del humor; la parresía –“confianza inquebrantable en la fidelidad de Cristo”-; la dimensión comunitaria; y, en quinto lugar, una profunda espiritualidad.
En este mismo capítulo, el arzobispo nos propone “construir la familia humana”, y aquí pone en primera fila a los jóvenes, “por su vigor y porque son quienes protagonizarán la historia del mañana”. Para ello, comienza señalando que todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre. Aquí define la fraternidad como “una dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional, y nos lleva a ver y a tratar a cada persona con sentimientos fraternales”. “La fraternidad -además- se empieza a aprender en el seno de la familia”. Eso sí, una verdadera fraternidad entre los hombres “supone y requiere una paternidad trascendente”.
'Soñemos juntos'
El arzobispo nos invita a “soñar juntos”, parte de las reflexiones que se hicieron durante la pandemia -cita el libro de Francisco, ‘Soñemos juntos’– y nos exhorta a trabajar para que tanto dolor soportado no sea en vano. Acude al concepto de antropología cristiana y señala, entre sus elementos fundamentales, la dignidad de la persona, “creada a imagen de Dios”, su relación con las criaturas terrenas -con el respeto a la naturaleza y sus leyes-, y la condición social del ser humano. En este apartado subraya que “promover la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables”, y nos invita a mirar al mañana con la esperanza y la determinación de aplicar unas “reglas de juego” para la sociedad que se sostengan sobre “una antropología capaz de ver al ser humano en toda su dignidad trascendente”.
Partiendo de la última exhortación apostólica, ‘Laudate Deum’, el arzobispo de Sevilla hace una llama a “fundamentarlo todo en Dios”. El primer valor es el fomento del valor intrínseco de la casa común. El segundo es “la urgencia de cultivar la fe sobrenatural en Cristo para poder actuar moralmente de un modo provechoso para el entorno y que no perdamos de vista nuestra vocación misma a la santidad”. El hombre no es un ser aislado del mundo y, precisamente por eso, “la necesidad de cuidar la naturaleza no es solo una cuestión moral, es también una cuestión biológica”.
A partir de aquí, el arzobispo nos introduce en la preocupación del papa Francisco puesta de manifiesto en ‘Laudato si’: la ecología integral y el camino de la conversión ecológica, “porque a la Iglesia nada de lo humano le es ajeno”. Así, destaca, en primer lugar, la necesidad de captar “la relación íntima entre los pobres y la fragilidad del planeta”. En segundo lugar, nos recuerda que estamos llamados a ser “personas de diálogo”, si bien “eso no significa poner en un mismo grado de valor todas las opiniones y las visiones del mundo y de la persona”. En efecto, afirma que la conversión ecológica constituye un inmenso desafío educativo, y no olvida la urgencia de “una profunda conversión a Dios, que nos lleva a la conversión ecológica”.
"No estamos llamados a la mediocridad"
¿Cómo será eso, si somos tan pobres y pequeños? Esta es la pregunta con la que titula la tercera parte de la carta dirigida a los jóvenes. Para empezar, y recordando la cita del evangelista Lucas, “para Dios nada es imposible”. A partir de ahí, afirma que “no estamos llamados a la mediocridad”, sino a “hacer santas todas las cosas del mundo, de las más pequeñas a las más grandes, dejándonos transformar por el Señor”. Recuerda que si algo define al corazón joven es su insatisfacción y su inconformismo. Ahora bien, los jóvenes están necesitados de “Alguien que los llame por su nombre para un ideal de altura”, en contra de la intención de quienes querrían que permaneciesen con la mirada fija en las pantallas, desgastando su energía en un scroll infinito de videos vacíos, como “piezas de un engranaje materialista e inhumano”. En cambio, la Iglesia quiere a los jóvenes “con la mirada puesta en el cielo, sabedores de que son amados infinitamente por Dios”.
Subraya que “toda vida humana es una vocación”, y le llama la atención que podamos estar más dispuestos a escuchar a pretendidos gurús profesionales, a orientadores y coachs. Por su experiencia de años junto a los jóvenes, monseñor Saiz sabe que “muchos desasosiegos, angustias y ansiedades desaparecerían si tuviésemos el coraje de ponernos en oración sincera para discernir nuestra vocación, con el propósito de seguirla”. La primera vocación que destaca es la llamada a la vida, seguida de la llamada a la fe, a formar parte de la Iglesia con el bautismo, “que nos impulsa hacia la santidad y el apostolado”. “Finalmente -añade-, Dios nos llama a un estado de vida particular, a través del camino del matrimonio, del sacerdocio o de la vida consagrada”.
"No somos superhéroes de Marvel"
El arzobispo de Sevilla comprende que puedan aflorar temores, ansiedades y confusiones, porque “no somos superhéroes de Marvel, ni podemos domesticar dragones como en las series de ficción”. Ante esa evidencia, pone los ejemplos de quienes han hecho este camino antes que nosotros, y nos dice que la primera actitud es el ánimo, el celo misionero, para llevar sin miedo a Jesús a los demás. En este punto hace la siguiente reflexión: “Eso que algunos dicen que la fe no nos libera de nada, no es verdad. Nos libera precisamente del temor, y nos da la fuerza para superar los problemas. No hace desaparecer nuestras preocupaciones, pero nos da una mirada nueva sobre ellas y nos da la fuerza para vencerlas”.
Cita la “confianza y amor en Cristo”, y separa esto de corrientes new age, neognósticas o paganas, alejadas de la verdad, “que solo terminan por generar vacíos y sentimientos de culpa”. “No es voluntarismo estoico, ni puro azar, ni magia de amarres, ni la conspiración de un universo abstracto, ni de energías intangibles. Dios es real y su acción es eficaz en nosotros”, subraya.
Recomienda a los jóvenes que no sean ingenuos. Les ofrece el acompañamiento pastoral, porque “la fe católica no es para francotiradores, para lobos solitarios, para otakus espirituales”. Afirma que, en el camino de la fe, el acompañamiento adecuado es “esencial por parte de la Iglesia y de sus pastores, y también de los fieles en las diversas obras de apostolado”. Para ello propone cinco aspectos cruciales: que la Iglesia adopte una postura de empatía y cuidado hacia el prójimo, que conduzca a las personas hacia Dios, que sea un ejercicio de escucha, se haga desde el respeto a la relación individual de cada persona con el misterio de Dios, y, finalmente, que se centre en servir a la misión evangelizadora.
Por todo ello, monseñor Saiz invita a los jóvenes a encontrar un acompañante o un director espiritual, “no solo para descubrir la vocación concreta a la que os llama Dios, sino también para perseverar en la fe y en la vida cristiana, aspirando a la santidad”. De hecho, reitera la importancia del acompañamiento, hasta el punto que “el mundo de alguna manera lo ha sustituido y ‘secularizado’, ofreciendo coachs y personal trainers para múltiples disciplinas y ámbitos, pero sacando a Dios de la ecuación”.
Distintos ámbitos de compromiso para los jóvenes
Monseñor Saiz Meneses dedica la última parte de la carta a exponer las ideas-fuerza de la JMJ de Lisboa. Reitera la figura de María como modelo para los jóvenes, y destaca que “Dios nos ama como somos”, que Jesús es el camino, que en la Iglesia caben todos, la alegría de la misión, y, por último, “resplandecer, escuchar y no tener miedo”. A continuación, señala distintos ámbitos de compromiso misionero para los jóvenes: familia, noviazgo, sexualidad, amigos, estudios, trabajo profesional, ocio, redes sociales, compromiso social y política.
La carta termina con un mensaje a los jóvenes, desde la experiencia vivida el pasado verano en Lisboa. Afirma que, a pesar de todas las dificultades, el encuentro con Cristo es “el acontecimiento más grande y más bello, el que cambia la vida, el que cambia el corazón y nos sitúa en un horizonte nuevo”. “A vosotros, jóvenes, corresponde dar testimonio de la fe, aquí y ahora, y comprometeros a llevar a los demás el Evangelio de Cristo, camino, verdad y vida, en el tercer milenio; a vosotros corresponde construir una nueva civilización que sea la civilización del amor, de la justicia y de la paz”.
Puede descargar la carta íntegra aquí