Sin Proexistencia no hay Provida
Las vidas en riesgo de tantos migrantes a lo largo y ancho del planeta, que huyen del África Subsahariana, de Siria, de Venezuela, y ante las que la respuesta de muchas personas pública y socialmente católicas ha sido pedir el refuerzo de las fronteras, la prudencia de las organizaciones de caridad, o esas penosas cadenas de whatsapp en las que desde relatos inverosímiles pretenden que todos creamos que los migrantes son delincuentes. ¿Quién marcha por estos hermanos forasteros para protegerles y asegurar que puedan tener vida en abundancia? ¿No son asunto de grupos católicos por el simple hecho de ya haber nacido?
Las vidas desgarradas de la esclavitud moderna, de las minas de oro y de coltán, de las grandes textileras, de las maquilas, de los ríos de informalidad laboral de nuestras grandes ciudades, por las que también corrió la sangre roja de nuestro Señor y por las que nadie parece interesarse, pues de hecho se suelen encontrar las lujosas marcas y los dispositivos electrónicos por los que la vida de estas personas se desperdicia por las rendijas de nuestra codicia, en las prendas y las manos de los mismos que marchan piadosamente "por la vida", sin preguntarse si su estilo de vida causa tanto impacto en otros como las clínicas contra las que se manifiestan. ¿Son invisibles las vidas que no implican un debate ético para descalificar liberales? ¿Pesan menos las súplicas de los sufrientes que las de las benditas almas?
Las vidas de los equivocados, de los pecadores públicos, de los delincuentes, de los asesinos, sobre los que dios hace salir su sol tan radiante y luminoso como sale sobre los pulcros e impecables. Vidas que suelen no valer un centavo en ningún país tradicionalmente católico, pues no solo han sido bendecidas las armas que los ejecutan extrajudicialmente, sino que muchas veces se ha pedido que los que alcanzan a llegar a la justicia sean condenados a muerte, justificado aquello en el catecismo aquel que hay que revisar evangelio en mano. Esas vidas que no han hecho bien a la mayoría, que han causado más sufrimiento del que podemos imaginarnos, pero que dios ha sabido siempre mirar con misericordia real, no teológica, pues su opción ha sido la de dar oportunidades, que si bien puede no dar la justicia, debemos dar siempre los creyentes si queremos merecer tal nombre. ¿Tenemos en la Iglesia la vara con la que medir qué vidas deben ser terminadas y qué vidas deben ser defendidas? ¿Imposible ver una marcha de manifestantes provida ante la ejecución fuera o dentro de la ley de algún criminal tan hijo de dios como sus víctimas?
Todas las vidas que se pierden a nuestro lado, porque si creemos en aquel que vino para que tengamos vida en abundancia (Juan 10), no podemos tener razones para olvidarnos de todos los que son obligados a vivir a medias. Todas las vidas de los que sufren de sutiles o agresivas persecuciones de parte de los sectores católicos iracundos y efervescentes, de todos esos que se preguntan: ¿por qué nos odian tanto?, porque si creemos en aquel que consideraba tan grave la ofensa como la muerte (Mateo 5), tan inhumano hacerle la vida imposible a alguien como asesinarlo, no podemos pasarnos la vida amenazando, acusando y señalando públicamente a esas personas que no solo no conocen nuestra manera de ver el mundo y la vida, porque solo conocen el ruido de las griterías a las que sometemos a nuestros prójimos, sino que les hacemos con nuestras actitudes la mejor invitación a nunca pisar nuestros templos. ¿Provocamos a nuestro alrededor la vida, o amargamos muchas en el camino a defender algunas? ¿Nos oponemos a distintas formas de muerte sin hacer una auténtica y real propuesta que enamore a la gente de la vida?
La propuesta de Jesús es dar la vida.Defenderla debe ser ante todo una consecuencia de haberla entregado previamente, de haberse especializado en ofrecerla para que en ella puedan encontrar sentido y pasión quienes la desprecian, pero también una coherencia en estar dispuestos a manifestarnos ante los esquemas y estructuras injustos del mundo que reducen la vida y la dignidad de tantos hermanos vivos, con la misma vehemencia con la que se nos ve manifestarnos contra los temas tradicionalmente provida.
Una duda: ¿Cómo conciliar que en las campañas contra el aborto se diga que tal acto marca para siempre la vida de quien lo comete otorgándole un futuro de tristeza y vacío para siempre, con el anuncio de perdón, reconciliación y nueva oportunidad que dios les da a quienes acuden a la confesión por haber pecado contra la vida? Si la primera es cierta, la segunda es un engaño. Si la segunda es cierta, se hace necesario que la estrategia sea otro tipo de mensaje, menos amenazante, tal vez más capaz de enamorar de la milagrosa posibilidad de la vida.