Bendita maldita muerte

La imagen del pequeño Aylan ahogado en la playa de la isla de Kos ha dado la vuelta al mundo. Un niño vestido "como los nuestros", que parecía dormido pero que no despertará. No es el único, sólo es un caso. Uno más de las decenas de miles de refugiados que huyen de la guerra en Siria, que buscan mejores condiciones de vida para ellos y sus familias. La situación no es nueva, los muertos sí: siempre lo son. En Siria, en el Mediterráneo, en Centroáfrica, en Nigeria, en Irak, en China, en Brasil.... a diario muchos seres humanos, muchos silencios, muchas armas arrojadizas entre gobernantes y políticos de una Europa que no se reconoce a sí misma.
En ocasiones, como decía, una sola imagen consigue prender la mecha de la vergüenza, y nos hace actuar. Fue Aylan, como podían haber sido Ahmed, Lucas, Sofie... Malditas muertes de niños, injustas muertes de personas que sólo buscaban salvar sus vidas y que encontraron un muro, una valla, una verja, unos ojos mirando al suelo frente a sí. Detrás, el degüello, los secuestros, las violaciones...
Hay mucha pobreza en este mundo, demasiada hipocresía, una asfixiante miseria moral. Hoy, gracias a la imagen del pequeño Aylan (como antes las de los niños quemados por el napalm, o la pequeña acechada por un buitre), el mundo parece haber despertado de su letargo. Al menos hasta la próxima vez que otra imagen deje sin cenar a los Opulones de la Tierra. Bendita maldita muerte la de este niño y de su cuerpo mojado, salado, roto, mecido por el mar, que paradójicamente tal vez sirva para salvar miles de vidas.