Más allá de los gestos

Apenas lleva tres semanas en el cargo, y Francisco ya va dejando su impronta. El nuevo "obispo de Roma" (¿se han fijado que todavía no se ha llamado a sí mismo "Santo Padre" o "Sumo Pontífice", y que todos sus gestos, incluida la bendición "Urbi et Orbi" únicamente en italiano, tienden a acentuar su carácter de vicario diocesano?) es lo que apunta: un hombre sencillo, tranquilo, alegre y con las ideas muy claras. Que está descolocando a muchos, y que seguirá haciéndolo.

No hay que lanzar las campanas al vuelo, pero los gestos van más allá de meras poses, y tienen un significado profundo. Es sólo un hombre, uno más de los que tratamos de construir el sueño de Jesús en esta tierra, cada uno con nuestros talentos y en el lugar en el que se nos coloca. Digo lo mismo que he dicho siempre: yo, tú, querido lector, somos tan responsables, en tanto que seguidores de Jesús, como el Papa a la hora de construir el Reino. Sólo que sería de ilusos no caer en la cuenta de que todos los focos, y la autoridad en el gobiernon de la institución, recaen en Jorge Mario Bergoglio.

Han pasado muchas cosas en apenas veinte días. Es demasiado pronto para hacer un balance, más si cabe cuando ahora comenzarán a darse los auténticos cambios -nombramientos curiales, primeros textos y decisiones, tomas de postura ante el Vatileaks, los abusos o la banca vaticana...-, pero la cosa pinta muy bien. Aunque sólo sea por la esperanza que Francisco ha suscitado en creyentes y no creyentes.

Empezó con la elección del nombre, el del santo de Asís, quien probablemente más cerca ha estado de parecerse a Jesucristo. Siguió con su primer saludo a los fieles desde el balcón, sin atributos, humilde, rogandola bendición del pueblo. Después llegó la petición de una Iglesia pobre y para los pobres; la petición a los sacerdotes a que salgan y se comprometan, a que "huelan a oveja"; la reiteración en que el auténtico poder es el servicio; el llamado a ser custodios y a vivir la fe con alegría; la bendición silenciosa a los no creyentes, el lavado de pies a dos mujeres, una de ellas musulmana; la reivindicación de las mujeres como testigos privilegiados de la Salvación... Podríamos extendernos, pero todos tenemos algún recuerdo especial de estos días.

Evidentemente (los comentarios furibundos a algunas noticias, y la "corrección política" de los antaño rotundo enemigos de Bergoglio, lo confirman), la elección de Francisco no ha gustado a todos. Es una derrota en toda regla de los que, desde hace varias décadas, se han dedicado a construir una Iglesia en la que sólo cupieran unos pocos, olvidando que Jesús eligió a hombres y mujeres normales, también pecadores y con dudas, que salieron corriendo cuando tuvieron noticia de su Resurrección y sólo salieron tras Pentecostés. El propio Pedro negó a Cristo tres veces. Como todos lo hemos hecho en más de una ocasión.

Estamos asistiendo a los albores de un cambio. No sé si de una revolución. Pero sí de una historia de esperanza, en la que muchos, incluso algunos alejados, están empezando a ver el rostro de una Iglesia más amable. Eso es mucho más de lo que algunos pensábamos hace un mes.

El cambio que parece propugnar Francisco sólo tendrá sentido si comenzamos, de una vez por todas, a concebir la Iglesia en primera persona del plural. Sin revanchismos ni demasiadas trincheras. Respetando la autonomía y la libertad de cada uno para vivir su fe como su carisma, si es que lo tiene, se lo pida. Y a dejarnos de arrojar verdades inmutables a la cara. Porque no hay mayor enemigo de la Verdad que las verdades autoproclamadas que, con el paso de los años -o de los siglos- acaban por convertirse en dogmas, y después rompiéndose como llegaron. Más allá de los gestos, que a unos nos gustan más, y a otros menos, ha llegado la hora de caminar todos juntos. Y de acordarnos un poco más de las bienaventuranzas, de las otras mejillas... en definitiva, del Evangelio. Y tratar de parecernos, no a Francisco, sino a Jesús. Que ya veo a algunos tratando de imitar el acento argentino. Y eso no toca...

Ahora, en Pascua, tal vez sea el mejor momento, para todos, de intentar elaborar una Resurrección. De la buena. No de la se queda dentro de un edificio tras la liturgia. Haríamos bien en pensar en ello, y en hacerlo vida en nuestro día a día. Comenzando por uno mismo. Tomen este post como un primer paso.
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