En el primer aniversario de la muerte de Antonio Aradillas, un cura-periodista que marcó época "Antonio, además de tu valía profesional, tenías un don: Te hacías querer, desde tu sabia humildad"
"¡Te dolía tanto la hipocresía y el fariseísmo de tus compañeros clérigos convertidos en meros funcionarios de lo sagrado!"
"Querías una Iglesia resplandeciente, libre, bella y rabiabas cada vez que la convertían en cueva de ladrones, en oficina de cambistas, en una manera más de ganarse la vida con comodidad y, encima, diciéndole a los demás como tenían que vivir y comportarse"
"Hubo una época en que, desde el diario Pueblo, donde ejercías de ‘sumo sacerdote’ de la información y de las relaciones personales, eras el más grande del negociado"
"Pedí públicamente un Bravo para ti. Pero como los que manejan ese cotarro son monseñor Lorca (el vacunajeta) y Josetxo Vera (del Opus Dei) nunca te lo dieron, para incrementar su descrédito"
"Hubo una época en que, desde el diario Pueblo, donde ejercías de ‘sumo sacerdote’ de la información y de las relaciones personales, eras el más grande del negociado"
"Pedí públicamente un Bravo para ti. Pero como los que manejan ese cotarro son monseñor Lorca (el vacunajeta) y Josetxo Vera (del Opus Dei) nunca te lo dieron, para incrementar su descrédito"
Querido Antonio: ¡Hace ya un año que te fuiste y parece que fue ayer! Además, elegiste la fecha: el día de Santa Bárbara, como correspondía a un artillero como tú, que se dedicó a disparar los obuses de la verdad sobre una Iglesia adulterada por la casta clerical. ¡Te dolía tanto la hipocresía y el fariseísmo de tus compañeros clérigos convertidos en meros funcionarios de lo sagrado!
Y te dolía, todavía más, la lamentable situación de tu Iglesia, de la institución a la que entregaste tu vida desde muy joven. La querías resplandeciente, libre, bella y rabiabas cada vez que la convertían en cueva de ladrones, en oficina de cambistas, en una manera más de ganarse la vida con comodidad y, encima, diciéndole a los demás como tenían que vivir y comportarse.
Desde joven fuiste rebelde con causa (la de Jesús) y, desde joven, tropezaste con las zancadillas y la incomprensión de tus superiores, que no querían dejarte volar ni salir de tu diócesis de Mérida-Badajoz.
Pero nadie puede enjaular un espíritu libre como el tuyo y viniste a Madrid, te preparaste, bebiste los vientos del cambio que venían del Concilio de Roma y, al menos por un tiempo, la jerarquía supo reconocer tus méritos y te puso al frente de las mujeres de acción católica.
Allí conociste a mujeres extraordinarias, como Pilar Bellosillo, ex presidenta de las mujeres de Acción Católica y auditora en el Concilio, de la que hablabas maravillas y a la que describiste así: “Lucidez, osadía, elegancia espiritual y de la otra, diálogo dentro y fuera de la Iglesia, reconciliación, comedimiento, audacia, discernimiento, conocimiento encarnado en las realidades temporales y al ritmo de los tiempos, ecumenismo… acompasaron de por vida a Pilar, en fiel sintonía y amistad con Pablo VI, a la que hizo partícipe, como única mujer española, como auditora en el Concilio Vaticano II”.
Pero donde realmente triunfaste fue en tu otra vocación: la periodística. Hubo una época en que, desde el diario Pueblo, donde ejercías de ‘sumo sacerdote’ de la información y de las relaciones personales, eras el más grande del negociado. En una época en que la información religiosa tenía sección propia y, en los demás periódicos españoles, te codeabas con otras ‘vacas sagradas’, como Martín Descalzo, Javierre, Unciti o Arias.
Entonces, eras amigo de Dadaglio, el Nuncio, y del cardenal Tarancón (aunque éste te suspendió a divinis por unos meses en un episodio nada claro, pero que te hizo sufrir tanto), te recibían los ministros, los obispos se inclinaban a tu paso y marcabas la agenda de la temática religiosa.
Caíste con la caída del Pueblo dirigido por el gran Emilio Romero, y te quedaste en dique seco. Y la jerarquía pasó de ti, te ninguneó, desperdició (como hace tantas veces) tu valía profesional y no te ofreció ni un puesto en el, ya entonces, vacilante ‘Ya’, el periódico de los obispos. Los valientes dan miedo. Y los libres, más.
Por eso nunca te dieron el premio Bravo, que concede la conferencia episcopal a periodistas y a medios de comunicación. Por cierto, acaban de salir los de este años. Por supuesto, nosotros no figuramos. Tampoco lo esperábamos. Pero siempre recordaré que pedí públicamente un Bravo para ti. Pero como los que manejan ese cotarro son monseñor Lorca (el vacunajeta) y Josetxo Vera (del Opus Dei) nunca te lo dieron, para incrementar su descrédito. Nadie se lo merecía más que tú, uno de los grandes de la información religiosa. Es como si no se lo dieran a Marín Descalzo o a Javierre.
Quizás porque algunos todavía recordaban tu denuncia del negocio de las nulidades en tu famoso libro superventas ‘Proceso a los tribunales eclesiásticos’. Y de la situación marginal de la mujer en la Iglesia, que ya entonces denunciaba. Y siguió haciéndolo toda su vida. Hasta el punto de llegar a escribir que la relación Iglesia-mujer era anticonstitucional: “La ley canónica que impide a las mujeres compartir las mismas responsabilidades que el hombre-varón, precisa de una denuncia por parte de las autoridades civiles, en un Estado mínimamente democrático".
José María Íñigo sí te valoró y tú, siempre fiel a la amistad, le acompañaste durante años en libros, viajes y proyectos. Incluso haciendo de negro para él en numerosas ocasiones. Y empezaste a escribir de todo lo humano y lo divino (viajes, monasterios, metro de Madrid, tapas, paradores, semana santa, fiestas y ferias…). No había tema que se te resistiera, en tiempos en que la documentación no era fácil, a falta del buscador de Google. Una temática que incrementaste, una vez incorporado a RD, con un libro al año y ya centrados en temática religiosa. Creo que fueron 100 los libros que escribiste y que seguimos hojeando.
En 2013, no aguantaste más la nostalgia de la información religiosa y viniste a buscarme a Religion Digital, para pedirme humildemente (como siempre hacías) un blog. ¡El gran Aradillas pidiendo un blog en RD! Inmediatamente accedí y comenzaste tu periplo de escribidor prolífico con nosotros: dos artículos al día; a veces, tres. ¿Sabes que hay un claretiano que te supera? Se llama Joseba Kamiruaga, un teólogo excelente, profundo, sabio y valiente, como tú.
Además de tu valía profesional, tenías un don: Te hacías querer. Desde tu sabia humildad. Desde tu casi enfermiza timidez. Te sonrojabas por todo y por nada, especialmente cuando hablábamos de la sexualidad de los curas o del amor en la familia. En nuestros paseos por el pasillo verde, siempre terminabas diciéndome: “Lo que más te envidio son tus nietecitas”.
Ya sabes que estoy en deuda contigo y con tus sabios consejos. Si hasta me hiciste volver a ser cura por unos momentos en tu lecho de muerte, cuando sabías que te ibas, pero aún así nos mirabas a Jesús Bastante y a mí y nos sonreías. Y nos invitabas a seguir adelante, a no cansarnos en la lucha por la primavera de la Iglesia.
RD también está en deuda contigo y con tu trabajo constante y desinteresado. "Me habéis dado la vida”, solías decirnos, para agradecer tu presencia en nuestro portal, que sentías como tuyo. Por eso, el próximo día 19 vamos a organizarte a ti y a nuestro común amigo, José María Castillo, un homenaje en San Antón, la parroquia en la que también celebraste muchas veces, con la biblia en una mano y el periódico en la otra.
Te echo de menos, amigo, pero aquí seguimos remando y luchando por una nueva Iglesia, como nos pediste. Porque, como siempre repetías, “esta Iglesia está acabada”. Pero, tú desde el cielo y nosotros desde aquí seguiremos soñando con una Iglesia más auténtica, más en salida, más evangélica, más samaritana. Dile a San Pedro que nos eche una mano, porque, a veces, desfallecemos.
Etiquetas