Alguien así es el Troll en quien yo creo

Hoy escriben Fernando Bermejo (introducción) y una trol-ló-loga (texto)

“Tú dame hueco, dame hueco, que habiendo hueco hay alegría”
(José Mota)

En los últimos días, por razones que se le escapan, este blogger ha recibido varios escritos de individuos ávidos de exponer sus ideas sobre la naturaleza del universo –tal vez porque, como escribió Augusto Monterroso, “pocas cosas como el universo”–, de Seres Máximos y de otras ultimidades. La calidad, erudición y rigor de estos escritos me han dejado patidifuso. Uno de ellos se titula, por ejemplo, “Por qué existe el Gremlin y no más bien el Goblin”. Otro: “El estatuto epistemológico de la elfología en el marco de las ciencias de los espíritus”. Otro más: “Hermenéutica duendológica y deconstrucción”. Doy algunos títulos, tan solo para que los lectores se hagan una ligerísima idea de la apabullante genialidad de las obras recibidas, cuya publicación constituirá en su momento una revolución intelectual que empequeñecerá el recuerdo de la Ilustración. Es una inmensa tragedia para Occidente no poder publicar enseguida estos trabajos, dada, entre otras razones, su extensión. Pero cabe incluso la posibilidad que la inteligencia humana no esté aún lo bastante madura para asimilar tales contribuciones. Así pues, he decidido dar a conocer por el momento el más breve de esos escritos, que lleva el título que encabeza este post. Su autora, que no da nombres, se presenta a sí misma como una “trol-ló-loga” (véase infra).

A pesar de que este blogger se siente enormemente honrado por poder ser un medio de difusión de algunas de las reflexiones más enjundiosas existentes en el actual panorama intelectual, desde aquí ruega encarecidamente a nuestros lectores que no olviden que este es un blog dedicado eminentemente a cristianismo antiguo (Fernando Bermejo).

Texto de la trol-ló-loga:

“Parto del hecho de que en nuestra sociedad abierta y multicultural hay diversas posiciones, y de que el escepticismo es un mal endémico de nuestra época. Hay ciertos ámbitos en que, cuando se pronuncia la palabra ‘troll’ (‘Troll’, por favor, con mayúscula), no digamos cuando es incluida en una proposición afirmativa de existencia, se mira a quien lo hace como si fuera un apestado. Dice el necio en su corazón: “no hay Troll”, y se queda tan ancho.

Para variar, hay también quienes creen en la existencia de trolls, así, en plural. Dicen verlos en las nubes, en los árboles, detrás del sombrero de los enanitos de su jardín y hasta en la borra del café. Bien es cierto que, cuando se rasca un poco en esa creencia, esta se deshace como un azucarillo en el té caliente. ¡Un poco de seriedad! La razón, que va en pos de la causa última (trol-lo-logía y ciencia cosmológica asintóticamente convergen), nos dice que la pluralidad de trolls es una imposibilidad patafísica y nada sino el resto obsoleto de un obstinado atavismo. No existen trolls. Existe el Troll, y no hay más que hablar. Ya lo dice él mismo: "Yo soy un Troll celoso, no existe otro Troll fuera de mí”.

[Excursus: Existe una tan añeja como eruditísima discusión en torno a la cuestión de si resulta más oportuno escribir “troll-logía”, “trol-logía” o “trollo-logía”. No es este el lugar oportuno para dirimir esta cuestión, menos leve de lo que parece, dadas las implicaciones semánticas de cada opción gráfica. Por el momento, yo usaré la grafía “trol-lo-logía”, que justificaré próximamente en un amplio estudio que aparecerá en la prestigiosa Zeitschrift für Gremlinologische Wissenschaft].

Y es que muchos de nuestros contemporáneos confunden penosamente la trol-lo-logía con la gnomología, cuando no con la incubología. En fin, está claro que con gente así no es posible ni siquiera discutir, pues demuestran una ignorancia y falta de discernimiento sin parangón, indignas de sujetos racionales. Esos pseudosaberes no merecen crédito, pero que haya gente que se burle de las pretensiones epistémicas de la trol-lo-logía es solo otro síntoma de la necedad y superficialidad que prevalecen en el mundo. Ahora bien, incluso muchos de quienes respetan la trol-lo-logía como se merece y creen en la indiscutible existencia del Troll, albergan de la naturaleza de este (Este) una idea trágicamente equivocada. Por fortuna aquí estoy yo, para efectuar en mis obras todo el trabajo del concepto y aportar la luz necesaria sobre el Troll, su esencia y sus manifestaciones.

El otro día, por ejemplo, viene uno y me dice: “He tenido una experiencia del Troll. Es feo, narigudo y nauseabundo, miente como un bellaco y tiene un sombrero raído”. “Pero qué vas a haber experimentao tú, pedazo de desgraciao –le espeté–. A ti lo que te pasa es que has cogido una cogorza o te has puesto de anfetas hasta las orejas, y alucinas. El Troll es el summum de la bondad y de la hermosura. Y huele a rosas y a jazmín. Y lo que tiene en la cabeza es un tricornio reluciente”. “Jo, tú sí que estás alucinando, y por colores”. “No, el que alucina aquí eres tú”. “Y tú más”. “Pero cállate, tarao, que no te has doctorao en trol-lo-logía”. Y, carente él de las más prestigiosas credenciales trol-lo-lógicas, se fue con el rabo entre las piernas.

El Troll en quien yo creo es, en cuanto fundamento último, en rigor incomprensible, aunque –dicho sea con toda modestia– yo lo comprendo bastante bien. De hecho, puedo deciros no solo cómo es el Troll, sino también qué habría y no habría podido hacer cuando creó el universo todo. El Troll es más bonito que un pincel y más bueno que el pan; es tan bonito y tan bueno, que casi te duele la cabeza de pensarlo (y eso que, cuando se piensa en él como se debe –es decir, como yo lo hago–, suena siempre música de violines). Todos los días compruebo lo bueno y bonito que es, al ver la belleza de mi jardín y lo bien que a mí me va. Porque, aunque a veces tenga que aguantar a gente vulgar y superficial, a mí me va francamente bien. Mi discurso trol-lo-lógico cosecha aplausos entre los trol-leros más profundos, lo que no es de extrañar dada su extraordinaria calidad y sublimidad (aunque esté mal que yo lo diga, lo cierto es que es así).

Pero siempre tiene que haber algún aguafiestas, que viene y me dice: “En el jardín las rosas tienen espinas, las abejas te pican y a poco que escarbes te encuentras con un montón de gusanos asquerosos, y te dan ganas de vomitar”. Y yo le respondo, paciente y racional como yo sola soy: “Las rosas son muy bonitas, las abejas dan miel y los gusanitos hacen su trabajo. El Troll ha hecho un universo superguay, y si necesitas un antiemético más vale que te leas mi amplia colección de hondísimas obras trol-lo-lógicas, pertrechadas por lo demás de abundantes citas patafísicas”. “A mí la trol-lo-logía me revuelve aún más las tripas, me produce arcadas”, me suelta. Está claro que con esta gentuza no hay nada que hacer.

Los tipos así son, además de vulgares y superficiales, unos cansinos. Les hablas del Troll, tan bueníiiiiiiiisimo él, y ellos dale que dale: “ pero el hijo del vecino tiene espina bífida”; “y mi tío parálisis cerebral”, “y la niña de mi amigo síndrome de Rett”; “y a los que destroza el cáncer poco a poco”, “y las cardiopatías isquémicas”, y que si las afecciones perinatales, que si los tsunamis, que si los terremotos, que si tal y que si cual. Estos pobres tipos no tienen ni pajolera idea. No digo ya que no sepan de trol-lo-logía, que eso es evidente a leguas, es que la patafísica no la han visto ni por el forro. Pero… ¿cómo es posible que no entiendan que la a definición de universo-generado-por-el-Troll le sea intrínseca la inexorable imposibilidad de la inexistencia de –v.gr.– el síndrome de Rett? ¿Cómo es posible, Troll mío de mi vida y de mi corazón…? Si hubieran utilizado sus meninges para lo que el Troll nos las dio, se habrían dado cuenta de que un universo sin espinas bífidas, sin parálisis cerebrales, sin ataxia telangiectasia, sin hemiplejia alternante infantil, sin miopatías mitocondriales y sin otros varios cientos de síndromes y catástrofes, en fin, sin todas esas cosas que hacen de él algo tan variado y en última instancia tan bonito y valioso, es simplemente inconcebible, una manifiesta imposibilidad lógica, una contradictio in adiecto. Y como es imposible per se y qua talis, pues también lo es para el Troll, que es omnipotente, sí, pero sin pasarse.

La superficialidad y falta de sensibilidad de estos cansinos es de tal calibre, que ni siquiera se dan cuenta de que el Troll comparte amorosamente los problemas de sus criaturas. ¿U os creéis acaso que el Troll no se com-padece íntimamente de los niños con espina bífida, y de todos y cada uno de los miles de millones de desgraciados de la historia de este mundo? Lo diré de la forma arriesgada y pregnante que caracteriza a toda trol-lo-logía verdaderamente audaz y rompedora: la grandeza del Troll es que es también nuestro colega, de hecho nuestro colega más verdadero, el que realmente está co-soportando nuestras miserias”. “O sea, que tu Troll no es solo un sádico, es sadomasoquista”. “¡Aggggghhhhh!, Troll mío, Troll mío, ¡dame paciencia y fuerzas para no pedirte que envíes fuego de dragones sobre este blasfemo!”.

Y ya el colmo de los colmos es que los a-tról-leos, siempre tan ufanos ellos, van largando por ahí que quienes creemos en el Troll somos unos intolerantes. Qué insidiosa falsedad, por amor de Troll. Intolerantes eran, quizás, algunos de nuestros precursores –de los cuales, por lo demás, estamos tan orgullosos–. Ni en sueños se me pasaría a mí por las mientes condenar eternamente a la ciénaga de Shrek a los pobres desgraciados que dicen no percibir al Troll en parte alguna. De eso ya se encargará el propio Troll. O, bien pensado, ni eso, porque el Troll es buenííiiiisimo, y porque bastante castigo tienen ya ellos con ser lo que son: seres superficiales, incompletos, racionalmente amputados y espiritualmente atrofiados, incapaces de captar la profundidad trol-lo-lógica de lo real. Su triste vida y su amargo destino así lo prueban. “Pero míralos, parecen tan alegres y risueños, sin embargo”. “Sí, he ahí la demostración palmaria de su superficialidad”. Y es que, como decían Wolfhart Blödenberg y Wilhelm Chonchenmeister, Sine Trollo nulla salus.

El Troll, como eterno que es, es al mismo tiempo también rabiosamente contemporáneo. El Troll en quien yo creo no pasa de moda, y la creencia en su existencia es siempre tan actual como susceptible de actualización. Por ello los grandes escritos trol-lo-lógicos son también tan modernos y se prestan al constante aggiornamento. Con mi próximo libro proporcionaré un enlace a Myspace y SoundCloud de una canción con una letra supermolona de rap que empieza así: ‘A mí me gusta el Troll / aún más que el rock and roll / he leído a Claire Goll / y también a Wilhelm Kroll’.

Si es que, tíos, soy una trol-ló-loga que lo flipáis…”
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