Los satanes. Fusión de las tres clases de malos espíritus. Nos acercamos a la época de Jesús de Nazaret

Escribe Antonio Piñero

En esta postal vamos concentrar nuestra atención en la primera clase de espíritus perversos (número 1 de, los "satanes") que hay en el judaísmo. Luego hablaremos de la fusión de las tres clases de malos espíritus.

  1. Satanes

Tanto en los Manuscritos del Mar Muerto como en los principales apócrifos del Antiguo Testamento, se continúa la vieja tradición veterotestamentaria: los satanes siguen siendo un nombre común, una clase genérica de ángeles a las órdenes de Yahvé, distintos de los demonios, pero con funciones de daño y castigo.

El carácter genérico del término se ve claro en los manuscritos de Qumrán, en cuyos textos leemos expresiones tales como "todo satán" (1QSb 1,8), o "todo satán y exterminador" (1QH 45,3), o "todo satán exterminador será reprimido" (1QH 4,6).

El Libro de los Jubileos utiliza la misma frase, refiriéndose a los tiempos mesiánicos: en esos días "no habrá satán ni maligno destructor" (23,39; cf. 50,7: en la tierra prometida "no habrá satán ni maligno, y la tierra estará limpia desde este momento hasta siempre"), o aludiendo a los breves años dorados que vivieron los israelitas en Egipto bajo José como virrey del Faraón: "No hubo satán ni maligno alguno en todos los días de la vida de José" (Jubileos 46,2).

El otro libro importante de este período, el Henoc etiópico, o Libro I de Henoc, menciona igualmente "la violencia de los satanes" (65,6) o la expulsión de los satanes de delante de la faz del "Señor de los espíritus" (40,7).

Las funciones de estos satanes son las mismas que hemos visto ya en los estratos antiguos del Antiguo Testamento: actuar de fiscal o acusador ante el tribunal de Dios, de tentador e instigador hacia el mal, de verdugo o ejecutor del juicio de Dios, pues encarna la figura del ángel exterminador. Pero a la vez este personaje angélico es el adversario o enemigo por antonomasia del hombre; es maléfico, perturbador de la paz y el causante de todos los males físicos.

El jefe de estos satanes es Satán (en griego "Diábolos", "acusador", "difamador"). El Testamento de Dan –uno de los escritos reunidos en el apócrifo denominado Testamentos de los XII Patriarcas) afirma: "Hijos míos, temed al Señor y protegeos de Satanás y sus espíritus" (6,1). En este texto se percibe el paso de este vocablo de nombre común a nombre propio. Encontramos, pues, en estos siglos inmediatamente antes del nacimiento del cristianismo que casi de repente Satán deja de estar solo, como en el Libro de Job, y pasa a ser el nombre propio del gran jefe de unos ciertos satanes, que son su cortejo de ayudantes. Se transforma en el comandante supremo de un antirreino del mal, aunque siempre, naturalmente sometido en último término a Dios.

II Fusión de las tres clases de malos espíritus

Se produce en dos momentos. En el primer momento las tres clases se reducen a dos. Luego estas dos se fusionan en una.

Primer momento:

Como las fronteras de las funciones maléficas de estos seres malvados son difusas y se entrecruzan, las tres clases de espíritus perversos, que se distinguían entre sí en un principio (satanes / ángeles caídos / “espíritus perversos” o demonios), se simplifican rápidamente en dos:

  • los "satanes" por un lado,
  • y por el otro los demonios y los ángeles caídos, fundidos, a su vez, en un único grupo.

La distinción entre ángeles caídos y satanes permanece, sin embargo, bastante clara por dos razones:

  1. porque el pecado que da origen a su existencia como tales es distinto; y
  2. porque a veces se señala que sus funciones son también diversas.

Veamos el apartado 1.: ángeles caídos y satanes siguen distinguiéndose porque tienen un origen distinto:

Los “ángeles caídos” o “vigilantes” se transformaron, como ya sabemos, en espíritus malos por un pecado de lujuria, por haberse unido a las hijas de los hombres o por haberles enseñado secretos que a la larga serán perversos.

Los satanes son tales por un pecado de rebelión contra Dios o por un acto o pecado de desobediencia meramente intelectual. El Libro de Henoc eslavo (cuyo núcleo se compuso quizás a mediados del s.  de nuestra era) afirma que Dios reveló a Henoc lo siguiente:

"Del fuego creé las formaciones de los ejércitos incorpóreos, diez miríadas de ángeles... y di órdenes de que cada uno se pusiera en su formación correspondiente. Pero un espíritu del orden de los arcángeles, apartándose juntamente con la formación que estaba a sus órdenes, concibió el pensamiento inaudito de colocar su trono por encima de las nubes para poder así equipararse con mi fuerza. Yo entonces lo lancé desde la altura juntamente con sus ángeles...". (11,37‑40 de Santos, cap. 29 Andersen).

La versión latina de la Vida de Adán y Eva (del s. II o III d.C.) precisa más esta leyenda y añade que el acto de desobediencia tuvo su origen cuando la creación del hombre. Fe del modo siguiente: Dios a través de Miguel obligó a todos los ángeles a adorar esta criatura porque estaba hecha a imagen y semejanza de Aquél, y en este aspecto era superior a los ángeles; pero un arcángel díscolo y orgulloso se negó a doblar su rodilla ante el hombre. Esta acción le costó cara: perdió su trono celeste. El mismo arcángel malo lo explica así en un pasaje de esta Vida latina:

"Toda mi hostilidad, envidia y dolor vienen por ti, oh Adán, ya que por tu culpa fui expulsado de mi gloria... Cuando Dios insufló en ti el hálito de vida..., Miguel te trajo y nos hizo adorarte a la vista de Dios... Yo respondí: No, no tengo porqué adorar a uno pero que yo, puesto que yo soy anterior a cualquier creatura... y si Dios se irrita conmigo pondré mi trono por encima de los astros del cielo... El Señor Dios se indignó contra mí y ordenó que me expulsaran del cielo y de mi gloria conjunto con mis ángeles..." (12‑16).

Distinción de ángeles caídos y satanes por su función diversa

Afirmábamos antes que la segunda razón de la diversidad entre ángeles caídos y satanes eran sus funciones, a veces diversas: los satanes jamás se dedican a enseñar secretos celestes a los humanos; y, a su vez, a los ángeles caídos ‑que pueden actuar como ejecutores de los castigos divinos‑ jamás se les atribuye una actividad de fiscales o acusadores.

Segundo momento: fusión  de estas dos clases en una.

A pesar de tener un origen distinto, el cometido dañino, seductor, tentador, instigador, y en una palabra la función de creadores de todos los males para los hombres es tan parecida, que las dos clases que habrían de acabar casi necesariamente fusionándose, formando un bloque un tanto indiferenciado: entonces los demonios se llamarán sin problemas "ángeles de Satanás" (Vida de Adán y Eva 16; Documento de Damasco 2,18).

No importa que esta fusión acarree contradicciones. Hay una clarísima: ¿cómo va seguir Satán ejerciendo su función de acusador ante Dios si ha sido precipitado por Éste fuera de su presencia, arrojado del cielo tras su rebeldía? Pero la contradicción no se percibe; la fusión se llevará adelante simplemente porque la distinción entre tanta clase de espíritus impuros era para cualquier mente sencilla una enorme confusión. La tendencia innata a simplificar lo confuso conducirá en no mucho tiempo a juntar las diversas clases de diablos y demonios en una olvidándose de las diferencias.

Así, en una sección bastante tardía del Libro 1 de Henoc (68‑69: dentro de las llamadas "Parábolas de Henoc") los ángeles caídos se confunden con los satanes, y a su vez en el Henoc eslavo, 18,3 (ya de época cristiana), los ángeles que estaban bajo el mando de Satanael, es decir eran "satanes", se les llama "Vigilantes" (nombre atribuido sólo a los ángeles caídos).

Y la tradición del pecado de origen se mezcla también: primero se insurreccionaron contra Dios y luego bajaron al Monte Hermón para unirse con las mujeres. Como se puede observar, se unen aquí dos tradiciones en principio diferentes, que hemos expuesto de modo separado en líneas anteriores. La confusión llega a ser tanta que los textos son también contradictorios sobre el lugar en el que se aposentan tanto los satanes como los ángeles caídos: unas veces se afirma que estos espíritus están recluidos en las profundidades de la tierra y otras que su morada se halla por los aires (así en un mismo libro: el Henoc eslavo: 7,3; 7,18; 18,3.7 traducción de Aurelio de Santos Otero en Apócrifos del Antiguo Testamento, Edit. Cristiandad, Madrid 1984; pp. 147 y siguientes).

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopinero.com

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