¿Fue Jesús de Nazaret un únicum?
Límites de los criterios tradicionalmente usados para investigar la historicidad de hechos y dichos de Jesús (13-03-2019) (1050)
Escribe Antonio Piñero
Foto: de Ernst Käsemann, quien afirmó que aplicar el criterio de “disimilitud” era el único modo de “hallar suelo firme” en la investigación sobre Jesús
El último capítulo, el tercero, de la primera parte de la obra de F. Bermejo, “La invención del Jesús histórico” que estoy comentando a pequeñas dosis, está dedicado a refinar las cuestiones previas de método para lograr un acercamiento al Jesús de la historia lo más apropiado posible, con la mente puesta en el estado de las fuentes principales de las que disponemos, los evangelios canónicos. Y el primer tema es una consideración de los límites –o mejor de las posibles limitaciones para su utilización– que tienen los criterios tradicionales empleados por la mayoría de los investigadores para decidir si un hecho o una sentencia de Jesús tiene, o no, posibilidades de ser histórico.
La cuestión es antigua: lleva años discutiéndose. Ahora bien, Bermejo piensa que el empleo ciertamente continuo, riguroso y diría que casi exclusivo de esos criterios de historicidad por parte John P. Meier (en su obra “Un judío marginal”, editada en español por Verbo Divino, pone sobre el tapete la necesidad de conocer los límites heurísticos, es decir, su capacidad para conocer, encontrar, la posible verdad histórica) ha sido un exceso: el empleo exclusivo de tales criterios no es del todo saludable. No son herramientas –afirma nuestro autor– que carezcan de problemas.
La idea básica rectora, y ya –creo– elemental de esta parte final de la metodología aplicada a Jesús es: No hay un método histórico específico para la investigación del significado de los textos considerados sagrados. Por ser sagrados, no hay que tratarlos con respeto. O si se quiere, hay que examinarlos con el mismo respeto que se tiene respecto a un texto de Heródoto o de Tito Livio. La metodología para abordar la figura, mensaje, función, etc., de un personaje del pasado es exactamente igual si se piensa que este es el salvador del mundo, que si se piensa que se está estudiando a un filósofo, a un estratego, a un mago o un embaucador de la antigüedad, como dice la tradición que lo fue Simón de Samaría, “Simón el Mago”. El método crítico es exactamente igual.
Ciertas dudas sobre la eficacia de los “criterios de historicidad” –en concreto en el caso de Jesús de Nazaret– nacen del hecho de que esos criterios estudian sus dichos y acciones –cada uno de ellos– aisladamente, sin una visión de conjunto. Este aislamiento es un producto negativo y residual del método de análisis histórico de los evangelios denominado “Historia de las formas”, el cual diseccionaba, sentencia por sentencia, o hechos de Jesús prescindiendo del contexto cuando en el fondo lo que se buscaba era su posible historicidad. Este sistema encuentra una primera dificultad en el hecho de que la memoria del grupo de seguidores de Jesús (y en general toda memoria histórica) no recuerda bien las cosas concretas. La memoria colectiva retiene de un modo plausiblemente fiable los rasgos generales de una persona, o de un evento, pero a la vez desdibuja los aspectos de detalle. Y las pequeñas unidades que se estudian por medio de la metodología de la historia de las formas se referían casi siempre a los detalles.
Y, entrando en lo concreto: el llamado “Criterio de discontinuidad” o de “disimilitud” (que puede definirse así: “Ciertos dichos y hechos de Jesús pueden considerarse auténticos si se demuestra que no pueden derivarse del judaísmo antiguo o del cristianismo primitivo, o son contrarios a concepciones o intereses de esos dos movimientos”), presenta el problema básico de que es absolutamente inútil. Así de rotundo y claro.
Al señalar solo lo que es idiosincrásico de Jesús (aquello que es suyo propio y solo suyo, que no concuerda con el judaísmo ni el cristianismo posterior) deshistoriza al personaje; lo saca de su contexto, y fomenta, equivocadamente, el aspecto único del individuo que se estudia. Lo curioso del caso es que cualquier personaje histórico, pongamos por caso, Julio César, solo se entiende en su contexto. Pero este criterio se fijaría solo en aquello que lo distingue de tal contexto. La figura de Julio César quedaría así aislada, y no se podría comprender bien históricamente.
Lo mismo pasaría con Jesús. Si alguien se fijara (es decir, si admitiera como histórico) solo en aquello que es exclusivamente propio suyo (por ejemplo cuando se sostenía que solo él, en todo el judaísmo universal utilizaba el vocablo abbá, padre, para dirigirse a Dios), y en nada más que ofrecería el contexto de la relación de Jesús con el dios de Israel, Yahvé, sacaría a Jesús del judaísmo y no se lo podría entender. Opina Bermejo (p. 96) que este proceder es una dogmática encubierta y que tiende a hacer de este personaje, Jesús, un únicum, algo especialísimo en toda la historia. Pues bien, ese sistema distorsiona al individuo, pues afirmaría que solo es histórico aquello que fuera único en él. Todo lo restante del personaje no se podría probar históricamente, quedaría reducido a brumas o a leyenda. No es posible. Jesús, ni nadie históricamente, fue un únicum.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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