Del Jesús pseudohistórico a la pseudofilosofía. Falacias y disparates de Javier Gomá (V)

Hoy escribe Fernando Bermejo

Como hemos visto, Necesario pero imposible intenta hacer razonable la creencia en la supervivencia del galileo Jesús –y de paso la pervivencia postmortem del ser humano en general–, es decir, la idea cristiana de la resurrección. Para hacer respetable su discurso en un marco presuntamente no-religioso y secular, su autor pretende recurrir a un ámbito ajeno a la fe y cuya respetabilidad intelectual todo sujeto, independientemente de sus creencias, pueda conceder, razón por la cual el autor acude al ámbito de la historia. Como hemos visto, Javier Gomá postula el carácter intrigante y asombroso de tres fenómenos: la divinización de Jesús, la expansión del cristianismo y la (súper)ejemplaridad de la figura histórica de Jesús.

Es –sostiene Gomá– la convergencia del carácter singular e inesperado de estos tres fenómenos relacionados con el mismo sujeto lo que dota de razonabilidad a la prima facie singular y asombrosa resurrección de este. Más aún, esos tres fenómenos serían tan asombrosos que necesitan una explicación que –según él– los historiadores no han dado todavía. La explicación de esos fenómenos es –sostiene Gomá– un acontecimiento sobrenatural: la resurrección de Jesús, operada por Dios, quien “salió de su escondite para añadir a la realidad una esperanza más allá de la experiencia” (sic). Cito un par de párrafos del libro que sintetizan bien el pensamiento del autor y presentan, de paso, la ventaja de hacer superflua la lectura del libro:

“El encadenamiento congruente de todos los eslabones, antes piezas sueltas, discurriría ahora así: al ser el galileo de una ejemplaridad única y su muerte una intolerable súper-injusticia, su Padre lo rescató de la muerte; su salida del sepulcro convencería a sus discípulos de su condición extrahumana, pues sólo lo que es divino no muere para siempre; dada esta condición –que manifiesta una voluntad de Dios respecto del mundo–, nada más natural que la expansión universal del culto.
El eslabón intermedio no es un hecho histórico de la misma naturaleza que los otros tres, científicamente verificables. Consiste en la hipótesis de un acontecimiento suprahistórico, pero no por ello menos real. Aun perteneciendo al terreno de lo no falsable en la experiencia, lo que presta veracidad a ese hecho hipotético es su capacidad de explicar de manera razonable y convincente la secuencia de los otros tres, que sí son empíricos, y su impredecible concurrencia en la misma persona. Desmesurada ejemplaridad, desmesurada exaltación, desmesurado éxito histórico: esta concentración de tanta desmesura en un solo hombre se antoja poco creíble para una conciencia libre de prejuicios […] Por el contrario, si se admite, aunque sólo sea de forma condicionada, que la resurrección realmente tuvo lugar, ese eslabón intermedio, como se ha visto, demuestra una muy elevada capacidad explicativa del resto de los hechos historiográficamente seguros. El eslabón intermedio disfruta entonces de la misma verosimilitud que toda la cadena, a la que otorga sentido y razonabilidad histórica. No hay manera de corroborarlo en la experiencia pero se torna una hipótesis creíble”

Lamentablemente, hemos comprobado en las tres primeras entregas de la presente crítica que las afirmaciones de Gomá son, punto por punto, una sarta de despropósitos. Ninguno de los fenómenos abordados por el autor tiene nada de asombroso ni de inexplicable a no ser prima facie para la mirada ingenua y acrítica del lego, y la singular ejemplaridad del Jesús histórico es una típica afirmación cristiana que, aun siendo comprensible en boca de creyentes, carece de cualquier fundamento en una reconstrucción histórica mínimamente fiable del personaje; de hecho, los análisis más verosímiles de la figura del galileo no solo no respaldan sino que en varios aspectos clave refutan la exaltada imagen de Jesús ofrecida en las corrientes cristianas históricamente exitosas, y que Necesario pero imposible asume sin el menor atisbo de crítica.

Se aprecia así la vacuidad de este discurso, cuya rimbombante charlatanería es lo único desmesurado que cabe apreciar aquí. Por supuesto que la divinización de Jesús y la expansión del cristianismo son hechos, pero ni esa exaltación ni esa expansión son, como argumentamos, hechos desmesurados en el sentido –de únicos, inexplicables e incomparables– que les otorga Gomá. Súmese a esto que en ningún sentido es la “ejemplaridad” de Jesús un hecho, mucho menos uno “historiográficamente seguro” o “científicamente verificable”, sino solo una creencia religiosa. Desde luego, para todos los fenómenos mencionados en el libro hay muy buenas explicaciones, y por tanto la pretensión de que su explicación o concesión de sentido histórico está pendiente no es nada más que una ocurrencia insensata. Finalmente, la pretensión de que la “resurrección” de Jesús otorga sentido a tales fenómenos es una afirmación delirante producto de la mente alucinada de un intelectual devoto a quien ha abandonado definitivamente todo sentido crítico.

Las conclusiones de Javier Gomá se derivan, en efecto, como hemos demostrado, de una manifiesta ignorancia de todos los temas que analiza, así como de su sistemática mistificación. La aproximación a todas estas cuestiones no está solo ni principalmente viciada de entrada por la circularidad de una precomprensión religiosa que presupone la existencia de Dios, su envío de Jesús al mundo, y todo lo esencial del mito cristiano, sino también y sobre todo por la casi pasmosa falta de sentido histórico y filológico de su autor, cuyo discurso, lejos de constituir un curso argumentativo mínimamente fiable, es poco más que una ilación de falacias e insensateces, por muy adornadas que vayan con una larguísima ristra de citas y florituras retóricas.

Esto significa que los intentos de Javier Gomá de hacer razonable la creencia en la resurrección de Jesús carecen de fundamento y de toda respetabilidad intelectual. Si, como afirma Gomá en su respuesta a Piñero, su intención era “pensar filosóficamente esa mera conjetura de forma verosímil, creíble o plausible para la conciencia moderna”, hay que decir que Necesario pero imposible solo conseguirá persuadir a una conciencia ya persuadida de antemano, y en todo caso tan acrítica y confusa como la de su autor.

Pero esto no es todo, pues en las páginas dedicadas específicamente a la presunta resurrección de Jesús uno halla todavía ulteriores ejemplos de la falta de rigor crítico, de la endeblez argumentativa y de las distorsiones típicas del autor, algunas de las cuales señalo a continuación.

De principio a fin, las docenas de páginas dedicadas a la resurrección (en un capítulo titulado “Mortalidad prorrogada”) asumen del modo más natural la fiabilidad del contenido los evangelios. Mientras que Gomá cita a diestro y siniestro a exegetas y teólogos cristianos que con la misma unción que él proclaman la maravillosa resurrección de Jesús, no dice ni una sola palabra a sus lectores sobre las numerosas contradicciones e incongruencias de los relatos referidos a ella, que durante siglos han sido puestas de manifiesto por autores de muy diversa procedencia y trasfondos culturales e ideológicos. Lo que esto dice sobre la probidad intelectual de Gomá, infiéralo por su cuenta el lector.

Gomá afirma –tanto al final como en la introducción a su libro– que la idea de la resurrección de Jesús es “absolutamente original”, “extraña a su entorno intelectual, sin antecedentes ni consecuentes en la historia universal de las creencias religiosas” y que “no fue tomada en préstamo ni del judaísmo antiguo ni del helenismo […] esta idea es original de los cristianos”. Dejando aparte el hecho de que Gomá parece olvidarse de que los primeros seguidores de Jesús eran religiosamente judíos, y por tanto de que su creencia en la resurrección debe de haber tenido sentido en el marco del judaísmo –y no de un cristianismo que, como religión autónoma, todavía no existía–, nuestro autor repite aquí otra rancia afirmación de una extendida apologética cristiana que mantiene la absoluta e incomparable singularidad de la presunta resurrección de Jesús. Por desgracia, tal afirmación es demostrablemente falsa.

Gomá no parece conocer, por ejemplo, las tradiciones griegas que vehiculan la creencia en la resurrección e inmortalización –en cuerpo– de ciertos personajes, ni tampoco las elocuentes diatribas de Plutarco sobre las creencias populares relativas al más allá, que muestran e contrario la existencia de la creencia en la resurrección de la carne también en el mundo griego. Artículos de Adela Yarbro Collins y Stanley Porter, y muy en particular las monografías de Dar øistein Endsjø y David Litwa han demostrado con pelos y señales que la génesis de la creencia en la resurrección de Jesús es entendible no solo en el ámbito del judaísmo sino también en el ámbito grecorromano en el que se desarrollan las creencias de la secta nazarena, y que la noción de que el paganismo concibió solo la inmortalidad del alma es falaz y obsoleta. Hasta tal punto es así, que varios apologistas cristianos de los primeros siglos, aunque a regañadientes, reconocieron las obvias analogías. Por ejemplo, Justino Mártir afirma en su 1ª Apología:

“Cuando nosotros decimos también que el Verbo, que es el primer retoño de Dios, nació sin comercio carnal, es decir, Jesús Cristo, nuestro maestro, y que este fue crucificado y murió y, habiendo resucitado, subió al cielo, nada nuevo presentamos, si se atiende a los que vosotros llamáis hijos de Zeus”.

Justino sigue refiriéndose a Asclepio, Heracles, Dioniso y otros, así como también a los emperadores difuntos. Otros autores paganos y cristianos de los primeros siglos podrían fácilmente ser aducidos en este sentido. Y los paralelos están ahí para quien quiera verlos, pero no son en absoluto los únicos, como han demostrado entre otros los especialistas citados.

Uno de los problemas de Gomá es que no tiene en cuenta que en una taxonomía científica la identificación de un fenómeno no consta únicamente de la determinación de su differentia specifica sino también de su pertenencia a un genus proximum, que es precisamente lo que permite comenzar a comprender su inteligibilidad (de ahí que hable siempre de todo lo relativo a Jesús y de la resurrección como sui generis). No obstante, la inteligencia de Gomá es sin duda más que suficiente para entender algo tan elemental, por lo que la mera ignorancia no basta en este caso para explicar su omisión; esta parece deberse de nuevo a la obnubilación en que le ha sumido su necesidad apologética de hacer del fenómeno cristiano algo incomparable.

Gomá no solo se empecina en negar absurdamente la capacidad explicativa de las teorías desarrolladas por las ciencias humanas para explicar la génesis de los fenómenos cristianos –teorías que, como ya observamos en su momento sobre la disonancia cognitiva, ni siquiera parece entender–, sino que en el colmo del delirio pretende convencerse a sí mismo y a sus lectores de que más plausible que tales explicaciones –y que la resurrección haya sido “una creación imaginativa de la comunidad cristiana”– es la verdad de los relatos evangélicos, y por tanto una efectiva resurrección de Jesús. Por si el lector cree que estoy atribuyendo a nuestro autor cosas que no dice, léase el siguiente párrafo:

“Las explicaciones genéticas, culturales, sociológicas o psicológicas, del origen de la fe pascual, con frecuencia muy artificiales, adolecen del defecto de separarse del relato del Nuevo Testamento, el único testimonio histórico disponible sobre la cuestión, el cual presenta ese ‘algo’ como encuentros de los discípulos con el resucitado, una hipótesis que, en comparación con las aludidas explicaciones genéticas, tiene la ventaja de la sencillez pero, por otro lado, exige estar abierto mentalmente a la posibilidad de una acción divina de la que no ofrece ninguna señal la experiencia”

Sí, claro, igual que la creencia en Rivendel exige estar abierto mentalmente a la posibilidad de una acción élfica de la que no ofrece ninguna señal la experiencia… Para Gomá es mucho más probable y convincente que el Dios cristiano exista y que haya tenido a bien vulnerar las leyes de la naturaleza mediante una resurrección y una serie de apariciones del resucitado a sus discípulos que que un grupo de personas emocionalmente necesitadas hayan creído ver y oír cosas y, sirviéndose de las creencias de su tiempo, hayan articulado un discurso sobre la resurrección de Jesús. Es una lástima, sin embargo, que la ciencia no avance según el principio obscurum per obscurius, mucho menos aún según el principio clarum per obscurius, que parece ser el único modo en que progresa la mente de nuestro autor.

La mistificación de la realidad operada por Gomá no se limita a aspectos epistémicos, sino que también atañe a dimensiones axiológicas. Si la retórica de Gomá es capaz de hacer pasar los más aberrantes disparates por altísima sabiduría y de hacer del milagro la explicación de fenómenos comprensibles, es también capaz de transmutar la ensoñación, por arte de birlibirloque, en esforzada virilidad y valentía intelectual: “esperar lo inesperado… exige levantamiento de ánimo y magnanimidad… para atreverse a una creencia tan inverosímil desde la perspectiva de la experiencia”. El vicio del arbitrario incrementismo es transformado con desenvoltura en la virtud del visionario, y la navaja de Ockham solo sirve, en todo caso, para rebanar, si no el cuello, al menos la increencia de los “descreídos de todo linaje (positivistas, empiristas, cientificistas, deconstructivistas)” (sic) a los que los dotados de “sentido de la trascendencia” podrán mirar por encima del hombro por permanecer aquellos “obnubilados por el exceso de evidencia del mundo”.

Claro que el hecho de que la completa endeblez argumentativa del discurso de Gomá empiece por sus primeras páginas y se prosiga hasta las últimas permite inferir una vez más cuál es la credibilidad que merece la respuesta de aquel a la crítica de Antonio Piñero:

“Mi libro desborda con mucho en su intención el asunto del Jesús histórico, el cual adquiere centralidad cuando es usado como precedente para una reflexión filosófica sobre la posibilidad de una supervivencia individual post mortem […] la reseña de Piñero, prestando atención a asuntos menores de erudición historiográfica, escamotea al lector la integridad del cuadro filosófico, que es donde, sin embargo, reside la fuerza persuasiva de la argumentación”.

Engreído en su pedestal de gran pensador inspirado por las Musas, Javier Gomá se nos crece una vez más. Pero ¿dónde está en este libro tal sublime cuadro filosófico? Aunque Antonio Piñero centró su análisis en el asunto del Jesús histórico, hemos examinado hasta ahora los otros supuestos pilares de la argumentación de Gomá, y demostrado sistemáticamente que ninguno de ellos tiene la menor consistencia. El discurso de este autor carece de toda fuerza persuasiva, pues su argumentación no es otra cosa que una sucesión de falacias y disparates. Concedamos que, en teoría, uno podría escribir un libro de filosofía y adquirir respetabilidad lucubrando sobre lo que puede haber más allá de la experiencia, pero siempre y cuando lo que se afirma no se vea refutado y contradicho de manera flagrante por la experiencia misma. Como hemos demostrado, sin embargo, numerosas afirmaciones cruciales del libro de Gomá son refutadas por los hechos y por el estado del mejor conocimiento histórico y científico.

En realidad, lo que Gomá presenta pomposamente como “la integridad del cuadro filosófico” es cáscara que recubre una sonrojante vacuidad argumentativa. Además de lo ya expuesto, la hipótesis de la supervivencia es justificada de esta guisa:

“La lógica enseña que no cabe prueba de la inexistencia de un hecho, por lo que la supervivencia post mortem de la individualidad, imposible de probar, es también imposible de refutar. La esperanza en un bien de esa naturaleza es, en consecuencia, una hipótesis posible y éticamente deseable”.

Razonamiento sin duda impecable, que igual nos sirve para legitimar filosóficamente la esperanza en una próxima instauración del país de Jauja, en el que correrán ríos del mejor Rioja, lechones ya asados penderán de los árboles listos para ser degustados y –ya puestos– los charlatanes habrán sido definitivamente desterrados del mundo humano.

De hecho, lo único que tiene este libro de filosófico es una pátina retórica que intenta maquillar un discurso a todas luces religioso-teológico. A pesar de todos sus intentos de hacer más digerible el mito cristiano (Gomá canta con Bonhoeffer las excelencias de un “cristianismo arreligioso” y dice querer recuperar la distinción de Karl Barth entre religión y fe/esperanza –ellas mismas bonitas fórmulas de propaganda cristiana en la modernidad–), el lector atento se percata fácilmente de todo lo que Gomá le va endilgando a lo largo de su libro: Dios, lo trasmundano, la revelación, el legalismo judaico, el Jesús-Cristo como la Verdad, los milagros, la resurrección, el incomparable e inexplicable cristianismo, el sentimiento de pecado, la necesidad de la conversión a Cristo, la lectura cristológica del Antiguo Testamento y todo lo esencial de la soteriología cristiana (cito literalmente: “es aquí donde cabría recuperar el antiguo tratado de soteriología que estudia los efectos salvíficos en la humanidad de la muerte y resurrección de Cristo”). En fin, que solo le falta a este libro de expectativas supernumerarias cerrarse con una oración a San José María Escrivá de Balaguer y Albás y el número de teléfono del centro de reclutamiento del Opus Dei más próximo.

Esta es la verdadera “filosofía” de Javier Gomá Lanzón, con la que el autor va ilustrando poco a poco a sus lectores. Eso sí, con civilizada dosificación para evitar incómodas indigestiones.

Continuará (y terminará) la próxima semana. Saludos cordiales de F. B.
Volver arriba