069. El alma (5): Pablo.
Si al parecer el Nazareno pensaba en términos judíos al hablar del alma, podría pensarse que Pablo de Tarso, supuesto fundador del cristianismo como interpretación de la vida y obra de Jesús, sí pudo haber dado el salto hacia el concepto de alma que nosotros conocemos. Es hora de repasar esos datos.
| Eugenio Gómez Segura
San Pablo según el Greco.
Como bien escribe Antonio Piñero en su Guía para entender a Pablo (pp. 130-135), los términos que el de Tarso empleó para referirse al ser humano, su naturaleza y sus posibles “partes” son bastante claros… si se conocen algunos supuestos que ya hemos desgranado en entregas anteriores. Veámoslo desde un punto de vista meramente práctico.
Pablo se refirió al ser humano atendiendo a una idea concreta: el paso de una era o eón presidido por el error de Adán (pero también caracterizado por los intentos de rehabilitación protagonizados por Abrahán y Moisés) en favor de una nueva era inaugurada por la entrega de Jesús de Nazaret, una nueva era que corregiría la anterior creación mediante una nueva creación sin tacha. Es decir, el concepto que presidía su personal empreño incorporaba ideas negativas en la vieja era, ideas negativas que desterraba de la nueva.
Así, al hablar del papel de la humanidad podía atenerse a la antropología semítica más conservadora y, en consecuencia, traba el tema de la carne, el cuerpo, el alma, la mente, aunque, insistamos, desde la perspectiva de la nueva creación como superación definitiva de la vieja.
Por eso podía pensar que el cuerpo y el alma serían una unidad que designaría a la persona en su totalidad, con un alma que sería básicamente la vida que animaba ese cuerpo, sin posibilidad de separación. De esa manera podemos entender pasajes en los que se habla de arriesgar el alma (Flp 2, 30; 1 Tes 2, 8) bajo la idea de energía, tiempo, actividad, salud, lo que hace que una vida se viva, por supuesto atendiendo a lo corporal. Se trata de una vida física, sin duda, aunque hay que matizar que, atendiendo a los destinatarios de la carta, es la vida física tal como ha de vivirse en la nueva creación: el nuevo eón ha de asumir el designio divino y no atentar contra él. La vida, por tanto, física tal como la divinidad desea que se viva. En estos casos la palabra empleada por el de Tarso es “alma” (psyché).
Pero también la palabra (al estilo semítico) significa “persona”, como en Rom 2, 9 y 13, 1. Y en 2 Cor 1, 23 parece que psyché se refiere a la persona de Pablo.
Aunque, tal como también hacía la tradición semítica, el “alma” puede referirse a lo correspondiente a la psicología tal como la entendemos nosotros, a lo característico de la voluntad, los propósitos, etc. En Flp 1, 27 se dice “competir juntos con una sola alma”, es decir, unánimemente, cuestión ésta de la unanimidad que se recoge en varios pasajes de sus cartas auténticas.
Compaginando estas notas con 1 Cor 15, 44-49, pasaje en el que Pablo usa la palabra psychikós, el adjetivo de “alma”, algo así como “anímico” (pues el término propio “animal”, que en latín significa "que tiene alma", no nos vale ya), se puede entender algo mejor su pensamiento, Pablo dice:
Pero si alguno pregunta “¿Cómo son resucitados los muertos? ¿Con qué cuerpo vienen?” Insensato, lo que tú siembras, no crea vida salvo que muera; y lo que siembras, no siembras el cuerpo que va a nacer sino un grano desnudo, de trigo o de alguna otra cosa. Y la divinidad le da un cuerpo a su antojo, y a cada una de las semillas su cuerpo propio. No es toda la carne la misma carne, al contrario: una es de hombre, otra es carne de res, otra es carne de ave, otra de pez. Y hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero uno es el resplandor de los celestes y otro el de los terrestres. Uno el resplandor (doxa) del sol, otro el resplandor de la luna, otro el resplandor de las estrellas: porque una estrella difiere de otra por el resplandor (doxa). De la misma manera la resurrección de los muertos. Es sembrada en la corrupción, es resucitada en la incorruptibilidad; es sembrada en la indignidad, es resucitada en el resplandor (doxa); es sembrada en la debilidad, es resucitada en el poderío; se siembra un cuerpo psíquico, es resucitado un cuerpo espiritual. Si hay cuerpo psíquico hay también cuerpo espiritual. También así está escrito: nació el primer hombre, Adán, para el vivir intelecto-sensitivo (eis psychén), el último Adán para el vivir espiritual. Pero no primero lo espiritual sino lo intelecto-sensitivo, y a continuación lo espiritual. El primer hombre procedente de la tierra mundano, el segundo hombre celeste. Tal como es el mundano, semejantes son los mundanos, y tal como es el celeste, semejantes son también los celestes. Y tal como en su momento llevamos la imagen del mundano, llevaremos también la imagen del celeste (1 Cor 15, 35-49).
La idea que preside el pasaje es claramente la de una era que deja paso a otra era. La vida de un tipo, la psíquica que permite la vida (Gn 1, 24 usa la misma expresión que la carta de Pablo: psychén zosan); la psíquica que debería haber recibido correctamente el “espíritu” o “soplo de vida” de Dios (Gn 2, 7: pnoén zoes) sin pervertirlo, como hizo el Adán que se rigió más por la componente terrena y arruinó así lo espiritual. Es decir, la carne, la sangre, el “alma” son los elementos d ela vida en la tierra, una vida que debería haber sido bien vivida acogiendo y no arruinando el espíritu de la vida real que aportó la divinidad a esa vida “animal”, propia de los seres vivos que no tienen la capacidad, porque la divinidad no lo quiso, de vivir de una manera superior, celestial, como dice el de Tarso en el pasaje.
Tampoco, por tanto, podemos ver aquí ese alma que parece respirar en san Agustín o santo Tomás.