La selección de los cuatro evangelios como sagrados y canónicos según S. Guijarro (1204; 7-01-2022)
Lo encomiable y lo criticable
Escribe Antonio Piñero
En la Introducción a su libro “Los cuatro evangelios”, Sígueme, Salamanca, 4ª edición, 2019, comenta Guijarro, en el apartado “La selección de los cuatro evangelios” cómo las comunidades primitivas cristianas reconocieron pronto la autoridad de las colecciones que contenían dichos de Jesús (“Fuente Q”) y cómo estos dichos evolucionaron formándose otras composiciones. Lo hicieron acumulando dichos de Jesús y formando “discursos”. O bien en otros casos fueron los dichos utilizados como base para convertirlos en “diálogos”, verdadero o ficticios. En una palabra: Guijarro reconoce que la tradición fue moldeada. Aquí no sé cómo se puede probar que fue moldeada de una manera “formalmente controlada” como él asegura.
Este comportamiento de “autores” cristianos primitivos continuó después de la formación / aceptación de los tres primeros evangelios, Marcos, Mateo y Lucas, como puede colegirse por los restos de un evangelio desconocido, denominado Papiro Egerton 2 en donde se recoge un diálogo de Jesús con sus adversarios ¿Tradición totalmente fidedigna? Personalmente lo dudo.
Todo esto es conocido y poco hay que objetar a que fue así; en estas páginas el lector encontrará en la obra de Guijarro bastantes detalles técnicos, pero se trata de información que interesa poco al lector medio. Sí diría que podría ser conveniente tener cuidado con el uso del vocablo “tradición” y tradicional”, ya que muchos lectores pueden ser conducidos a la idea de que al ser una “tradición” hubo de formarse pronto en el seno de las comunidades y esta prontitud cronológica pudo ser una señal de historicidad. No es así, sin embargo, porque muchas de tales “tradiciones” no son tales, sino puros inventos de personajes particulares en las comunidades que fabularon sobre Jesús cuando había poca información.
Acepta Guijarro que “en el conjunto de la tradición evangélica se produjeron relatos sobre el nacimiento e infancia de Jesús, cuyo contenido, fantasioso a menudo como el caso de la estrella de Belén, pone en guardia al lector sobre su historicidad. Sostiene Guijarro que Mateo 1-2 y Lc 1-2 fueron compuestos por los mismos autores que Mt 3-28 y Lc 3-24. Creo que no me parece posible afirmarlo, aunque yo mismo en tiempos pasados –debo confesarlo– lo hice. La razón principal para sostener la idea de que fue otra persona la que compuso esos capítulos en cada uno de los dos evangelios, Mt y Lc, es sólida: en el resto de sus respectivos evangelios los personajes principales no tienen idea alguna de lo que ha ocurrido anteriormente, es decir, no saben nada de la infancia de Jesús y de Juan Bautista, incluida María que nada sabe de su concepción virginal y de quién era en verdad su hijo (Mc 3,20)… Esto se ha dicho ya repetidas veces.
En el apartado “La recepción eclesial de los libros sobre Jesús” escribe Guijarro sobre la distinción entre “canónico” y “apócrifo”. Todo muy correcto. De la distinción (también muy correcta) entre “Escritura”, es decir, que un libro considerado como tal tiene una “autoridad sagrada” y “Canonicidad”, es decir, que un libro cristiano tiene autoridad normativa. Me parece una buena distinción.
Por el contrario y de nuevo me vuelve a resultar extraño, y yo diría –por lo continuamente repetido–que voluntariamente sectario, el ocultamiento (no mención; silencio absoluto; como si nunca hubieran existido otras publicaciones con ideas diferentes) de cualquier tipo de bibliografía española que no sea estrictamente confesional, de su grupo, de los más o menos conocidos. Así, Guijarro obvia mencionar en la bibliografía que en la obra comunal, editada por mí en 1991, “Orígenes del cristianismo” (El Almendro; reimpresa por Herder, con múltiples reimpresiones), hay un capítulo largo y bien documentado sobre “Cómo y por qué se formó el Nuevo Testamento: el canon neotestamentario”, y que hay un libro (también de El Almendro, “Libros sagrados de las grandes religiones”, que aborda igualmente el tema.
Es lo mismo que ocurre cuando se habla de los “Evangelios apócrifos”. Guijarro cita la “Introducción” de Hans-Josef Klauck, franciscano, traducido del alemán al español por Sal Terrae, pero –naturalmente– no se cita el largo e igualmente bien documentado capítulo sobre el mismo tema en la obra comunal titulada “Fuentes del cristianismo. Tradiciones primitivas sobre Jesús”, publicada, con numerosas reimpresiones, por El Almendro y Herder. En mi opinión los exegetas confesionales españoles solo leen y cita lo que es “de su cuerda”. Mientras que los independientes leemos de todo, lo confesional y lo que no lo es y citamos tanto a confesionales como a otros. Siento decirlo, pero percibo de nuevo un cierto sectarismo y voluntaria ocultación.
Me parece, por el contrario muy importante y atinada la observación en la p. 40 de la Introducción que comento acerca de los indicios, probablemente anteriores a Marción (hacia el 140-150) y a la formación de su canon (que excluía el Antiguo Testamento y admitía un solo evangelio: Lucas; y un apóstol Pablo) de cómo se estaban dando ya pasos en las comunidades hacia la selección de los Cuatro entre los numerosos evangelios que circulaban en el siglo II. Estos indicios son el denominado “final largo de Marcos” (16,9-20), del siglo II, en donde el desconocido autor resume brevemente textos de apariciones de Jesús de Mateo, Lucas y Juan, que evidentemente conocía y aceptaba como autoridades. O el capítulo 21 del Evangelio de Juan (21,1-14) que parece tener una alusión clara al Evangelio de Lucas (5,1-11: la pesca milagrosa). El autor de “Juan” acepta ya también la autoridad de “Lucas”, al que conoce probablemente porque la comunidad que está detrás de este evangelio habitaba también en Éfeso, Asia Menor.
¿Qué otros evangelios circulaban hacia el 150? A bote pronto podemos enumerar el Papiro Egerton 2; el Evangelio de Pedro; Evangelio de los nazarenos / hebreos; Evangelio de los Egipcios; Protoevangelio de Santiago; Evangelio de la Verdad; Evangelio de Tomás gnóstico; el Diatessáron, o armonía de los cuatro (anterior a Ireneo de Lyón) confeccionada por Taciano el sirio. Había donde escoger.
Seguiremos escribiendo / comentando sobre esta interesante “Introducción”.
Saludos cordiales de Antonio Piñero