Virtudes públicas en J. Ortega y Gasset

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Virtudes públicas o laicas en José Ortega y Gasset

La acción como ideal cultural

Ortega se hizo eco de la insatisfacción de Pío Baroja acerca de la cultura española en su día. Lo que el novelista sentía no es que esa cultura científica y moral fuera falsa, sino que no despertaba entusiasmo alguno en los españoles. En la época renacentista era todo lo contrario, porque aunque la humanidad percibía que las ideas y normas morales eran falsas, sin embargo, el ímpetu de renovación se proyectaba hacia una nueva vida.

Hoy, en cambio, a pesar de que creemos que en gran parte nuestra ciencia es ciencia verdadera y nuestra moral también, nos dejan sin embargo fríos, no irrumpen dentro de nosotros, ni nos arrastran. Diríase que han perdido el contacto inmediato con los nervios del individuo y que entre ellas y nuestro corazón hay una larga distancia vacía.

Se nos proponen ideales lejanos sin que afecten a nuestra individualidad. Las verdades son verdades de cátedra y protocolo oficial, mientras que nuestros deseos y esperanzas más íntimos no reciben estímulo alguno. "Padecemos una absurda incongruencia entre nuestra sincera intimidad y nuestros ideales. Lo que se nos ha enseñado a estimar más no nos interesa suficientemente, y se nos ha enseñado a despreciar lo que nos interesa más fuertemente".

Desde esta insatisfacción Baroja presiente la felicidad en la acción y se dedica a soñar la vida de un hombre en acción. Pero Ortega no ve fácil determinar la significación de este vocablo, porque pensar puede significar también acción y sin embargo no lo es el movimiento o la lucha en el deporte, si nos atenemos a lo que entiende don Pío por acción.

Lo que intenta significar Baroja con este vocablo podría definirse, según nuestro autor, de esta manera: "Acción es la vida entera de nuestra conciencia cuando está ocupada en la transformación de la realidad". Cosa bien distinta es la vida contemplativa, en la que el individuo absorbe la realidad dentro de sí y la desrealiza, convirtiéndola en imagen e idea.

En la vida de acción, por el contrario, como no intentamos reflejar la realidad, sino alterarla, hemos de entrar nosotros en ella y quedarnos absorbidos en su poder y todos sus violentos influjos. Por eso, lo característico del hombre de acción es que carece de vida interior; atento siempre a lo que ocurre fuera, no atiende a los íntimos rumores. Todos los pensadores y artistas que propiciaron la transición del siglo XIX al XX fueron activistas, es decir, prefirieron la acción al intelecto y a la contemplación.

A todos ellos la primacía de la inteligencia les parecía que atrofiaba la corriente vital que hizo evolucionar a las especies a un grado de perfección más elevado. Se olvida que el pensamiento, el fenómeno más delicado de la naturaleza, no nace de sí mismo, sino de una potencia preintelectual, y, por tanto, en ésta es donde tenemos que buscar las normas y el sentido de aquél.

Por el contrario, encerrándose en el intelectualismo se corre el riesgo de tomar por el todo de la existencia lo que sólo es parte o instrumento. Y esto debilitaría el pulso vital. También Nietzsche percibe con más fuerza la vitalidad ascendente en los estadios previos a la inteligencia. De ahí que cuando éste proclama las virtudes de la vida ascendente, la dureza, el ansia de dominio etc, los oídos acostumbrados a los valores intelectuales las reciben como algo que quiere retrotraernos a la animalidad.

"La acción por la acción es el ideal del hombre sano y fuerte", sentencia Baroja. Ante esto, Ortega, aun estando de acuerdo con la mayor parte de las ideas de Baroja aquí vertidas, en esta frase encuentra un punto de divergencia con él. Sospecha que para el hombre de acción sano y fuerte la acción no es el ideal. Este cree en muchas otras cosas, en el porvenir del mundo, por ejemplo, en un credo religioso, político o filosófico, en una idea.

La acción es más bien el ideal de Baroja que no es sano ni fuerte, sino reumático y dispépsico. No le ha gustado a Ortega que Baroja haya puesto a Aviraneta como un hombre de acción, porque él le considera solamente un aventurero. Y esta confusión ha ocasionado muchas perturbaciones a la obra del novelista. Pero no quiere continuar ahondando en esta divergencia, porque tiene muchos puntos en común con él (Ideas sobre Pío Baroja II 87-922).

No obstante, Ortega sabe que la postura radical de Baroja es fruto de la aberración intelectualista que aísla la reflexión de la acción. Con ella se ha producido la aberración opuesta, llamada voluntarista, que exonera de la contemplación y diviniza la acción pura, como es el caso del intelectual gallego. Es una manera de interpretar erróneamente la tesis, según la cual, "el hombre es primaria y fundamentalmente acción".

En este sentido, toda idea es susceptible de ser mal interpretada y por eso se la considera peligrosa. Pero esto ocurre con todo (Ensimismamiento y alteración, VII, 94-95).

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