Los santos que nunca serán canonizados



Verdaguer no quiso que su poesía fuera
coronada por un gángster


Y seguimos con la poesía. Esta vez, además de poeta, era un cura: mosen Jacinto Vergader, el renovador de las letras catalanas a fines del pasado siglo. Verdaguer era un campesino de la plana de Vic que, ya antes de optar por el sacerdocio, se había revelado como un poeta precoz y había sido tenido en estima pública. Por eso, su decisión religiosa era hija legítima de una conciencia fuertemente evangélica.

El autor de La Atlántida fue nombrado capellán de la compañía naviera que había puesto en marcha el "piadoso" marqués de Comillas. Al principio las cosas marchaban bien, hasta tal punto de que, como escribe él mismo, la plana mayor de los que asistieron el día 21 de marzo de 1895 a la inauguración de las obras del monaterio de Ripoll, presenció una ceremonia que a muchos hizo venir lágrimas a los ojos.

Después del solemne oficio y funciones religiosas, nos reunimos en un colegio y después de almozar en la sala principal, se levantó el Sr. Obispo del lugar de la presidencia y dirigiéndose a mí, me puso en la frente una corona de laurel, diciéndome compungido y llorando: "Te corono en nombre de Cataluña". Aquella corona había sido tejida el día antes por mosen Jaune Collell de dos ramas sacadas de un laurel que yo mismo planté en el huerto de la parroquia de Vinyoles d'Oris, cuando estuve allí de coadjutor, y además estaba atada y adornada con las simpáticas barras de Cataluña,
que expresamente para aquel acto había hecho tejer Narcis Verdaguer.

Como vemos, al principio todo iba viento en popa. Pero aquel poeta sincero y hombre evangélico de fe pura llegaría un día a chocar con la estructura capitalista del mundo naviero del marqués de Comillas. El limosnero que era mosén Cinto, se convirtió en un denunciador profético de tanta estructurales como se comemetían a cada momento. Esto lógicamente comenzó a enfriar el fervor que los "grandes" sentían por el gran poeta catalan.

Em mismo mosén Cinto nos explica su desgracia posterior: Aquel domingo fue para mí el domingo de ramos, los días de la pasión se aproximaban a mis pavorosos y negros, y rara coincidencia, los tres mismos hombres que se habían unido para coronar a la
víctima, se habrían de aliar para descoronarla del laurel y coronarla de espinas.

Cuando yo le pregunté al marqués de Co-
millas por qué me trataba con sus obras y sus palabras cruel e
ignominiosamente, de loco, me respondió sin ambage: "Vamos, padre Verdaguer, lo dice todo el mundo; lo dicen sus amigos,
(mosén Collell); lo dicen sus parientes (Verdaguer i Callis); lo dicen sus superiores (el obispo de Vic)." Yo le respondí que
había alguien que estaba más alto y que podía más que todos ellos.

Aquí tenemos al excoronado poeta, que por no haber enccajado en el concepto exclusivamente "limosnero" del gran benefactor
de la Iglesia, iba a ser tratado de "loco", ya que otra cosa era radicalmente imposible, dada la honestidad de la conducta
de mosén Cinto. Además, si se trataba de un poeta, era fácil añadirle este adjetivo: ¿qué se podía esperar de un soñador que está en las nubes y no en el Evangelio con esa carga de idealismo, al que le inclina su inevitable condición de
poeta?

Verdaguer tuvo que sufrir las horas más amargas de su vida:
fue suspendido a divinis y dado de lado por la inteligencia
catalana, que en un primer momento tanto lo había ensalzado. Y lo peor de todo ee que el poeta no pudo encontrar espacio en la prensa católica para defenderse públicamente y tuvo que acudir a la prensa laica que lo acogió con toda cortesia.

Él mismo lo dice con amargura: Se me ha despojado de todo y hasta querían despojarme hasta del entendimiendo; y todo esto ¿por qué y por cuáles personas? El corazón se me hace un nudo al pensarlo: después de diecinueve centurias de predicarse el Evangelio, la caridad de Jesucristo es la cosa más rara del mundo y los corazones caritativos son claros como las iglesias de Sant Jordi. ¿Dónde estaría yo y qué sería de mí, si algunas personas, que no son protestantes, no moras, ni judías, sino católicas, apostólicas y romanas y que tienen abierta tienda de religiosismo, hubieran podido salirse con la suya? Yo sería un desagradecido si no me acordara eternamente de quien entonces vino en mi auxilio.

Jacinto Verdaguer, poco antes de morir, fue "perdonado" a duras penas por la jerarquía eclesiástica: eso sí, tuvo que emigrar de su nativa Vic y refugiarse en la metrópoli catalana, donde murió tan sencilla y evangélicamente como había vivido.

-Ver: José Mª González Ruiz,
Los santos que nunca serán canonizados
Planeta 1979.
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