El canto del Bienaventurado

Estos días he vuelto a leer el Bhavagad Guita (“Canto del Bienaventurado)”, insigne joya literaria y espiritual de la vieja India, exquisito compendio en 18 breves capítulos de la sabiduría hindú, de la sabiduría sin adjetivos. Gandhi, el Mahatma (“alma grande”), lo tuvo como libro de cabecera, pero grandes científicos y escritores europeos o americanos de nuestro tiempo (A. Huxley, A. Einstein, J. R. Oppenheimer, R. W. Emerson, C. Jung, H. Hesse…) también se sintieron iluminados e inspirados por él. ¿Cómo es posible que en nuestras ikastolas, colegios y universidades públicas no se enseñe a leer este librito inspirado? Y tantos otros libros inspirados como el Dao De Jing de Lao Zi, las Analectas de Confucio o la Enseñanzas de Buda, y no se diga las historias bíblicas del Génesis, los profetas de Israel, los Evangelios de Jesús o el Corán del Profeta. Pero no se inquiete el lector agnóstico: no vengo a hacer apología de ninguna religión, sino a encomiar la sabiduría universal.

¿Nos conformaremos con obtener la Q de la excelencia en ciencias empíricas, ingenierías varias y productividad empresarial? Todo sea bienvenido a su ritmo adecuado, pero ¿bastará para que demos el salto de humanidad que necesitamos? ¿Y dónde aprenderemos el ritmo adecuado?

En “El fin de las palabras”, cuenta José Antonio Abella cómo un abuelo que empieza ya a desvariar ligeramente se pasa las noches reescribiendo la Biblia; a su nieto que le indica cariñosamente lo inútil del empeño, estando ya la Biblia escrita como está, el abuelo le responde con una sentencia que podría figurar como prólogo y epílogo de todos los libros que merecen la pena: “El Verbo era al principio… Si lo perdemos será el fin”. Si olvidamos la sabiduría que sigue palpitando en los grandes textos inspirados de la humanidad –religiosos o no –, ¿no seremos nosotros los que estaremos a punto de desvariar trágicamente?

Pero volvamos al Guita o Canto. En Kurukshetra o “Campo del deber”, los ejércitos de dos pueblos parientes –los Pandavas y los Kaurevas– se han citado y están a punto de entablar la batalla. Así eran las guerras en aquel tiempo, casi una contienda deportiva. Hoy las cosas de la guerra son más complejas, más invisibles y mucho más mortíferas. Pues bien, Arjuna, príncipe pandava, con su aljaba al hombre y su mano en la brida sobre el carro de combate, con el ejército enemigo y hermano justo enfrente, de pronto se siente presa de una gran inquietud. No es el miedo a morir, sino el miedo a matar a sus hermanos kaurevas lo que le atormenta. Preferiría ser matado antes que matar. Y en ese momento, ante su carro de combate, se le aparece el Dios Krishna, y mantienen una intensa conversación, que es justamente el Bhavagad Guita o “Canto del Bienaventurado”.

“Oh Krishna –declara Arjuna–, cuando veo a estos familiares reunidos aquí, ansiosos por luchar, mis miembros desfallecen, mi boca se seca, tiembla mi cuerpo y se erizan mis cabellos” (como se ve, la angustia y sus síntomas no eran entonces distintos de los de ahora). Krishna, el dios de tez morena, de múltiples rostros y numerosos brazos, responde y reprende sosegadamente al angustiado Arjuna: “El sabio no se entristece ni por los vivos ni por los muertos. El sabio ha de actuar en cada momento de acuerdo al deber. Tu deber en este momento es combatir. Combate, y no te preocupes ni de morir ni de matar, pues la vida no muere”.

¿Pero cómo Dios puede hablar así?, nos preguntamos con razón. Conocemos demasiado dioses que apelan al deben y que imponen matar, pero ¿una divinidad que hablara de ese modo no estaría con ello negando su divinidad? ¿Qué sería tal divinidad sino el trágico reflejo de nuestros oscuros fantasmas humanos? Absolutamente: un Dios que apelara al deber ciego y que mandara matar no podría sino ser reprobado o simplemente negado. Quiero dejar bien sentado este principio antes de destacar el mensaje profundo del Guita. Este extraordinario librito se sirve de esquemas y categorías (el deber absoluto, el matar sin reparo) que, hoy al menos, son inaceptables.

Ahora bien, bien leído, el Guita no exalta el deber en abstracto, menos aun el deber de matar. Más bien, el Guita nos invita a captar con la mente y el corazón la presencia y la voz que animan cada instante, y a secundarlas con lucidez y determinación. No me guía el frío deber, sino la revelación de la presencia aquí y ahora. Basta tener los ojos y el corazón abiertos. Es la primera enseñanza del Guita.

Y la segunda está íntimamente ligada: sólo un estado de desapego radical me permitirá tener los ojos y el corazón abiertos para percibir la revelación del deber. El desapego es la clave sencilla, exigente, liberadora de este librito inspirado. Que no te importe ni el éxito ni el fracaso. Si la persona que amas con pasión atraviesa el puente y se va como se va el tren gimiendo ronco en sus raíles, déjala marchar. Y si tu corazón sangra, no dejes de sentir la pena, pero deja que la pena también se vaya como el riachuelo bajo el puente de Arroa. “Que yo no busque ser amado, sino amar”, diría el pobrecillo de Asís. Dilo también tú. Parece imposible, pero es la única libertad.

Pero ¿cómo llegaremos a este desapego y a esta libertad? Todos los caminos serán necesarios, y nunca bastarán. Pero el Guita recomienda uno en especial: Déjate querer y entrégate del todo a la Realidad, Dios, Krishna o como la quieras llamar. Esa bhakti, esa devoción, esa entrega, esa confianza te harán desapegado y libre. Es la clave de la gran liberación, que Krishna revela a Arjuna al final de su larga conversación: “Oye mi palabra, la más secreta de todas: me eres muy querido. Confía en mí, entrégate a mí. Abandona todos los deberes. Yo te libraré de todos los males. No te aflijas por nada”. No es una divinidad separada, ni lejana ni cercana, la que así habla al angustiado Arjuna que todos somos. Es el Dios que es tu propio Misterio hecho de amor y de palabra. Es la Ternura que amas y que te hace amar. Es en ti y eres en Ella junto con todos los seres. Es la libertad. Es la fuente de tu ser libre y feliz en la muerte de tu Ego.

Esa es la única divinidad verdadera. La devoción que nos libera de todos los apegos es la única religión verdadera, más allá de creencias, ritos y normas. ¿A qué llamas Dios? ¿A qué llamas devoción y religión? “Un devoto –escribe Gandhi en la introducción a su edición del Guita– puede usar rosarios si lo desea, marcas en la frente, hacer ofrendas, pero estas cosas no son la prueba de su devoción. Un devoto es el que no siente celos de nada, el que es una fuente de compasión, el que no tiene egoísmo, el que recibe igual el frío y el calor; la felicidad y la desgracia, el que siempre perdona, el que está siempre contento, cuyas resoluciones son firmes, el que ha dedicado su mente y su alma a Dios, el que no causa temor, el que no teme a los demás, el que está libre del regocijo exagerado, penas y miedos, el que es puro, el que se entrega a la acción pero no es afectado por ella, el que renuncia a todos los frutos buenos o malos, el que trata igual a amigos y enemigos, el que no es conmovido por el respeto o la falta de respeto, el que no se envanece por las alabanzas, el que no se deprime si la gente habla mal de él, el que ama el silencio y la soledad, el que tiene una mente disciplinada”.

Y es seguro que el auténtico devoto, el que ha llegado a ser libre de todo interés egoísta, ese no puede ser violento, y nunca podrá hacer la guerra, sino siempre la paz.

José Arregi

Para orar

Humildemente
me esforzaré en amar,
en decir la verdad,
en ser honesto y puro,
en no poseer nada que no me sea necesario,
en ganarme el sueldo con el trabajo,
en estar atento a lo que como y bebo,
en no tener nunca miedo,
en respetar las creencias de los demás,
en buscar siempre lo mejor para todos,
en ser un hermano para todos mis hermanos
(M. Gandhi).
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