Una reflexión serena y constructiva sobre el tema "No hay razones religiosas, éticas, jurídicas o políticas para oponerse a la Proposición de Ley sobre Eutanasia"
Hans Küng: "Todos tenemos una responsabilidad sobre nuestra vida. ¿Por qué vamos a renunciar a ella en la etapa final?"
"La muerte impone respeto, más aún, miedo y pavor"
En junio de 2018 el PSOE presentó una Proposición de Ley en defensa de la Eutanasia, que generó la reacción contraria de los obispos españoles con el siguiente argumento: “La autonomía del hombre (sic) no es absoluta. Nadie es dueño de la vida, ni siquiera de la propia. Morir no es un derecho. No se puede ir haciendo derechos de laboratorio que no nazcan de la dignidad y la naturaleza humana”.
De nuevo ha vuelto a presentarse en el Congreso de los Diputados y las Diputadas de España una Proposición de Ley sobre Eutanasia apoyada por todos los partidos políticos excepto el Partido Popular, VOX y Navarra Suma. La reacción ante el anuncio de dicha ley ha provocado similar reacción por parte del secretario general de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, quien ha calificado la eutanasia como “un atajo que deshumaniza”. Pero, en un alarde de incontinencia y desmesura verbales, ha ido más allá al afirmar que la apelación a la demanda social es “una coartada moral supuestamente democrática para legislar en contra de la vida”.
Permítaseme intervenir en el debate con una reflexión serena y constructiva sobre el tema.
La muerte impone respeto, más aún, miedo y pavor. No es para menos, ya que, como afirma el filósofo de la esperanza Ernst Bloch, es la más fuerte y trágica anti-utopía, la mayor certeza, la manifestación privilegiada de la nada, la mayor desilusión, la aniquilación de toda dicha y la disolución de la comunidad. “Las mandíbulas de la muerte aniquilan todo”, concluye. A su vez, la regulación sobre la muerte plantea problemas de todo tipo.
Unos son de carácter religioso-fundamentalista. Son los que se oponen apelando a Dios es el señor de la vida y de la muerte, y el ser humano no tiene derecho a disponer de ella. La imagen de Dios que de esta argumentación se desprende es la de una divinidad feudal, que se considera dueño de vidas y haciendas. Otros problemas son de carácter moral: se argumenta que la eutanasia constituye el mayor atentado contra la vida de los seres humanos que debe ser condenado sin excepciones.
Otros argumentos en contra de la eutanasia son jurídicos: la vida es el bien más preciado a proteger en cualquiera situación. Hay todavía una cuarta dificultad de orden ascético-religioso para rechazar la regulación de la eutanasia en el caso de personas en situaciones de sufrimiento extremo: el sufrimiento es inherente a la vida humana y tiene carácter redentor.
La eutanasia se ha convertido también en un problema político y en un tema incómodo para el poder legislativo que con frecuencia se ve amordazado por concepciones religiosas, que dificultan su regulación o la restringen, incluso en sociedades secularizadas y Estados no confesionales, como son la mayoría de los países europeos.
Ahora bien, yo creo que las razones contrarias a la eutanasia se desvanecen al constatar que tanto pensadores creyentes de diferentes religiones como intelectuales no creyentes de diferentes tendencias ideológicas coinciden en el derecho a la misma y recurren a razones religiosas, morales y de conciencia para defenderla. Veamos tres ejemplos especialmente luminosos.
En su bello y esperanzador libro Una muerte feliz (Trotta, 2016), el teólogo católico Hans Küng expresa su deseo de morir consciente y despedirse digna y humanamente de sus seres queridos, morir sin nostalgia, ni dolor por la despedida, con completa conformidad, profunda satisfacción y paz interior. Y se pregunta: “Todos tenemos una responsabilidad sobre nuestra vida. ¿Por qué vamos a renunciar a ella en la etapa final?”.
El escritor agnóstico Juan Goytisolo firmó en 2014, a los 83 años, una declaración en la que apelaba a razones éticas de índole personal para justificar su decisión de recurrir a la eutanasia y no prolongar inútilmente sus días, y expresaba su deseo de despedirse de la vida con dignidad. La eutanasia, afirmaba, es “la opción más justa conforme a mi conciencia y respeto a la vida de los demás”. Otra razón era que le parecía indecente malgastar sus limitados recursos en tratamientos médicos costosos en vez de destinarlos a completar los estudios de tres muchachos cuya educación había asumido.
En su libro La eutanasia, una opción cristiana (Editorial GEU, 2010), muy elogiado por Hans Küng, Antonio Monclús, catedrático de pedagogía de la Universidad Complutense de Madrid, fallecido en 2016, defiende la eutanasia apoyándose en tres argumentos. El primero es la apelación a la conciencia como el espacio más insobornable del ser humano y la base de una ética personalista. El segundo es la consideración de la eutanasia como una opción cristiana, que demuestra con numerosos ejemplos de la historia de la Iglesia y con sólidos argumentos teológicos.
El tercero, que el cristianismo no es una religión dolorista, que se regodee en el sufrimiento. Es, más bien, una religión que lucha contra el sufrimiento y las causas que lo provocan, como se deduce de las propias de Jesús. “Misericordia quiero, no sacrificios”, en plena sintonía con la máxima de Epicuro: “Vana es la palabra del filósofo que no cura los sufrimientos humanos”. ¡Jesús de Nazaret y Epicuro tan cerca, el epicureísmo y el cristianismo en sintonía en lo que se refiere a la eliminación del sufrimiento!
En consecuencia, creo que no hay razones religiosas, éticas, jurídicas o políticas para oponerse a la Proposición de Ley sobre Eutanasia, que la mayoría de los grupos parlamentarios ha tomado en consideración en el Congreso de los Diputados y de las Diputadas.
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